(Por Sergio Arboleya) Flor Bobadilla Oliva se desdobla como actriz y cantante en clave litoraleña para su primera experiencia teatral, Extranjera lenta, y también como integrante del Dúo Bote, que el sábado estrenará las canciones del inminente segundo disco Aromas del tiempo.
Desde registros, entregas y entornos de diferente calibre, la artista misionera transita propuestas de fuerte carácter regional atravesado por tópicos como la migración, la triple frontera, la propia historia y la familia, según repasa durante una entrevista con Télam.
Por un lado, Flor protagoniza las últimas funciones del unipersonal Extranjera lenta, una movilizante experiencia transcultural que los viernes a las 20.30 cumple su segunda serie de funciones a la que le quedan las tres veladas del mes en el Cultural Morán (Pedro Morán 2147 del porteño barrio de Agronomía).
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Suerte de performance teatral-musical escrita y dirigida por J. René Guerra, la pieza que en breve apostará a girar por otros espacios del país, aborda la historia de la hija de un cacique guaraní y una cazadora alemana que se propone dar una charla TED atravesada por canciones y visuales donde se intervienen las nociones de cuerpo y territorio.
Mientras que el sábado y junto al guitarrista Abel Tesoriere, con quien comparte el Dúo Bote, presentará el repertorio de Aromas del tiempo desde las 20 en el Teatro Margarita Xirgu Untreef (Chacabuco 875).
El nuevo material, sucesor de Ysyry (2015), trae al presente un antiguo cancionero del litoral integrado, entre otras piezas, por Mi barquito de esquelita (Gregorio Pérez Burgos), El Moncho (Ramón Ayala, y Prudencio Giménez) y Acuarela del río (Adriano Martin Sosa y Abel Montes).
Por si este presente duplicado no bastara, la intérprete, pianista y compositora que debutó con disco propio en 2022 con Solita mi alma, los domingos a las 22 conduce Paisaje Interior por Radio Nacional Folklórica e integra el grupo Flamamé (con Noelia Sinkunas, Milagros Caliva y Belén López) además de sostener otros dúos con Nacho Amil, Sebastián Luna y David Bedoya.
Radicada hace 13 años en Buenos Aires tras haber estudiado música en Córdoba, Bobadilla Oliva repone de dos maneras diferentes su historia con el paisaje litoraleño y logra hacerlo amorosa e intensamente a partir de lo que define como tomar perspectiva.
Capaz de marcar la distancia entre ambas propuestas, indica: Nunca puse el cuerpo de este modo en una actividad como la hago en Extranjera lenta porque en la música tengo mi oficio y es un lugar conocido para mí.
Por supuesto siempre va a haber búsquedas y siguen habiendo, pero lo que sucede acá es ese transformar y no ir desde la voz sino desde el cuerpo y me costó bastante porque, claro, lo tenía más resuelto por el otro lado, confiesa, ponderando el riesgo asumido para Extranjera lenta.
Télam: ¿Cómo se fue armando Extranjera lenta entre una crítica a la globalización cultural y esa cosa más íntima y desgarrada?
Flor Bobadilla Oliva: Todo tiene que ver con las vivencias. A mí me pasa que me llaman a cantar en guaraní y me juzgan porque soy blanca y tengo ojos claros, dos atributos que también pueden ser una solución a muchos problemas. Y de esas mezcolanzas se empieza a gestar la primera parte de la obra, donde pareciera que la protagonista viene a darnos una respuesta y en realidad nos viene a llenar de ruido porque, en realidad, necesitamos más preguntas. Y en el segundo tramo nos despojamos de sonoridades y de otros ruidos y de otras cosas y ese bajar genera una incomodidad constante.
T: Entran en juego la actuación, el canto, la danza y la performance
FBO: Como estamos viviendo en tiempos de mucha urgencia y ruido, al bajar se vive un vértigo tremendo y René es muy performática para generar esas pausas incómodas, pero no se trata de silenciar o enmudecer la cabeza sino forzar lugares de encuentro de cada persona donde somos parte de este armado que busca conmover con eso que está alrededor de la palabra que solamente viene a delinear algo, no a ser.
T: ¿Esa premisa se liga al título de la propuesta de Extranjera lenta?
FBO: Totalmente. Lo lento como algo que viene a cumplir una función que no llega a ser, es un casi con todo lo que implica referir a que no sea un todo y que eso lo presente la voz de Lalo (Mir), que se copó en grabarlo y es un genio.
T: ¿La entrega que implica la obra pudo poner en riesgo tu faceta solamente musical?
FBO: Con el nivel de exigencia que traía me costaba encarar otra cosa, pero con Abel se armó como una especie de guitarreada y logramos esa instancia de juntarse y que se despliegue un diálogo entre ambos, que es Aromas del tiempo pero podría ser mandu'a, que significa recuerdo en guaraní y que no remite a la memoria sino a algo de la emoción que te asalta, que te agarra en patas, y así lo trabajamos y lo hicimos.
T: ¿Cómo fue la elección de un repertorio añejo abordado desde hoy?
FBO: Nos conocimos haciendo standard de jazz, pero cuando empezamos juntarnos, lo que hacíamos era agarrar casetes y escucharlos y desgrabar cosas que había allí y preguntarnos qué hacer entonces con esa información. Y fuimos eligiendo los paisajes, los momentos, en un proceso que remite a algo que me dijo mi maestra, Roxana Amed: vos cantas las canciones como si fuera cine, y es verdad que yo trabajo con la imagen y me atrapa la posibilidad de abordar lo que está alrededor de lo que se quiere decir. Entonces el repertorio tiene que ver un poco con un popurrí que parte de tengo una foto y me voy acercando y alejando de algunos lugares y nos vamos inventando esas historias, esos momentos. Y así apareció El mojarrero, una canción de Daniel Toro (y Ariel Petrocelli) de la que solamente se conoce su versión, y que habla del trabajador y está la cosa del baile para la que El Moncho, de Ramón Ayala, y otras que cuentan un poco el paisaje, que se acercan a las historias de amor, a las formas de sentir en realidad, porque eso es lo que tiene de lindo el litoral, que es intenso, meloso a veces, no es tan rencoroso.
T: ¿Puede pensarse en un viaje a lugares propios en los que nunca estuvieron?
FBO: Para nosotros es recorrer momentos que no son nuestros pero que los vivimos de otro modo. Paradójicamente, yo no he tocado casi nada de música del litoral viviendo en Misiones y a Abel por mucho tiempo le pasó igual, pero todos esos otros repertorios vinieron como nutriendo y de repente la palabra, que para mí estaba como muy desnuda, y esa desnudez a veces sofoca a la poesía y me resultaba difícil y hasta ridícula cierta forma de expresión, hoy me parece hermosa y muy definitiva.
Con información de Télam