“Bueno, ¿y cuando vas a hacer vos una película?”, disparó Coco en un café de Plaza Serrano donde jugaba de local. Nos juntábamos cada tanto a elucubrar proyectos y a charlar. Más que a charlar a que me hiciera preguntas. Porque eso hacía. No bajaba línea. O capaz sí, pero hurgando entre mis argumentos todo lo que se podía poner en duda. Y lo lograba seguido.
Cuando lo conocí teníamos ya historia en común: de él como compañero de secundario de mi viejo, de su exilio en Barcelona cruzado con el de mi madre. No sé que vio, pero se dio cuenta que compartíamos el compromiso por dar pelea desde las ideas, la palabra y las imágenes. Él ya era obviamente David Blaustein, “Coco” como lo conocen todos, con sus películas y militancia encima pero sin tirarte nunca esos bronces por la cabeza. Yo apenas pasaba los 20 años, tenía ganas pero no sabía ni por donde arrancar.
Ahí, en ese terreno fértil, creo que le interesaba entrar. En otro café se enteró que había pasado mi cumpleaños: se fue hasta una librería y volvió con la reedición completa de Controversia, un mamotreto tamaño bibliorato de la revista que se editó en México entre 1979 y 1981 bajo la dirección de Jorge Tula y un grupo de exiliados donde debatían fuerte sobre lo que sucedía en Argentina. “Leelo, te va a interesar”. Otro día se dio cuenta que yo no había visto películas de Leonardo Favio y al siguiente encuentro cayó con una colección de DVDs que tenía “Crónica de un niño solo”, “Gatica”, “Juan Moreira” y “Nazareno Cruz y el lobo”. Y una indicación: “Miralas”.
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No sé si Coco se hubiera acordado de estas y otras situaciones: a mi me marcaron y mucho. Mientras escribo esto puse arriba de la mesa esos y otros materiales que entregaba así, generoso, y siento que estamos de nuevo en esas mesas de café, donde esa generosidad afloraba.
Mi sensación en esos encuentros era que siempre tenían un aire conspirativo, no se porqué. Y me encantaba. Porque Coco parecía hosco y huraño cuando era todo lo contrario: entrador, amoroso, de risa contagiosa, de un agudo análisis político y sobre todo eso: de pincharte sin vueltas.
La anécdota no es individual: es para pintar a un tipo del cuál hoy se va a recordar su obra, su paso por el Museo del Cine, por el CELS, por Carta Abierta, pero que para mí tenía entre sus militancias prioritarias la de formar una nueva generación que, entre otras cosas, hiciera política y si era desde el cine mejor.
Tengo el orgullo de ser uno de los que pasamos por su guía, de los que fuimos animados por él a pensar, a crear, incluso en mi caso a la aventura de dirigir una serie documental como “Clarín, un invento argentino”. Todo eso fue gracias a su empuje y confianza. Muchos lo dicen, pero él creía en serio en que los jóvenes podíamos sentarnos en la mesa a discutir y creaba condiciones para que eso pasara y le encantaba. No volví a ser el mismo desde que Coco se cruzó en mi vida. Uno de mis maestros en este lío. Y debe haber muchos que pueden decir lo mismo.
Voy a usar una palabra tal vez trillada pero vale: las películas de Coco son imprescindibles. Retoman aquella frase del documentalista chileno Patricio Guzmán, cuando dijo que “un país sin cine documental es como una familia sin un álbum fotográfico”. Sin las pelis de Coco a nuestro álbum de país le faltarían varias páginas. Por las películas en sí mismas pero más aún por los cimientos que pusieron para los que vinieron y vendrán después.
Repaso las pelis Blaustein, miro el año en que se estrenaron y el contexto les da aún mayor relevancia. En 1996, pleno menemato, lanzó “Cazadores de utopías”, una historia de Montoneros pero más que eso: de una generación, de la que él era parte y de cuyo compromiso había que dejar registro. Contexto: el país venía de los indultos de Menem y el capitán Héctor Vergéz incluso se animaba en 1995 a publicar un libro con su nombre titulado “Yo fui Vargas” donde relató en primera persona todos sus crímenes de lesa humanidad. En “Cazadores” los relatos en primera persona son de los militantes políticos que sobrevivieron a esos años.
A los nacidos en dictadura o principios de la democracia “Cazadores de utopías” nos acercó a la generación de nuestros viejos, esos militantes de los 70, como pocas películas. Lo mismo pasó con otras que Coco produjo: “Papá Iván”, de María Inés Roque, e “Historias cotidianas” de Andrés Habegger. En el caso de “Cazadores...” muy a lo Coco: tomándose el tiempo (más de 2 horas de testimonios y archivos) para hablar de política.
En el 2000 estrenó “Botín de Guerra”, donde aparecen las voces de los nietos recuperados por Abuelas, otra generación, otra (creo no equivocarme) obsesión de Coco. Y una muestra de lo que fue su compromiso inquebrantable con los Derechos Humanos. Imposible no cruzarse con Coco en las marchas del 24 de marzo y en cuanta actividad cultural hubiera para sostener la memoria.
En 2007 terminó “Hacer Patria”, la historia de su familia que podía ser la de tantas: judíos que escapaban de la persecución hacia Argentina y cuyos nietos volvieron a cruzar el océano escapando del terrorismo del mismo Estado que los había cobijado generaciones atrás.
Pero no era todo indagar hacia atrás. En 2008 y 2009 hizo lo que llamaba “cine de emergencia”. Agarró la cámara y salió a registrar dos momentos clave: el conflicto con las patronales agropecuarias por la resolución 125 y el proceso de sanción de la Ley de Medios. Del primero salió “Porotos de soja” y del segundo “La cocina, en el medio hay una ley”, codirigidas con Osvaldo Daicich. Material en caliente, comprometido, y por demás necesario.
En 2009 realizó otra peli que estrenó mucho después, “Fragmentos revelados”, un rescate de Enrique Juárez, cineasta político y militante desaparecido en 1976. Cuando la estrenó, en 2018, lo entrevistaron y Coco dijo: “Cuando se junta el afecto con la ideología, con el cine, todo junto, me parece fabuloso. Y agradezco al oficio”. Me parece que dio una gran definición de él mismo.
Su última película fue “Se va a acabar”, codirigida con Andrés Cedrón, donde le dio lugar en la pantalla a los trabajadores que sostuvieron conflictos sindicales aún en medio de la noche dictatorial. Esas luchas luchas silenciadas eran otra de sus militancias. La estrenó este año.
Nunca un cine fácil, siempre el lente apuntando a las resistencias, los procesos colectivos. “Lo justo encontró lenguaje, mirada y bandera en su cine de lo real”, escribieron desde HIJOS Capital al despedirlo hoy. No encuentro mejor frase para definirlo a él y a lo que transmitía. Solo me pregunto quien va a hacer esas películas ahora. Quien va a empujar para que se hagan.
Nuestro último café, también por Plaza Serrano, fue justo antes de la pandemia. Hace demasiado, qué bronca. Nos pusimos a conspirar para un nuevo proyecto. Te prometo que lo voy a hacer, Coco. Pero te voy a extrañar.