Desde su conformación, las democracias modernas cuentan, en lo que hace a su modo de gobernarse, con dos espacios institucionales principales: el oficialismo y la oposición. Se trata de un diseño político institucional que otorga a los actores, es decir, a los partidos políticos que compiten electoralmente, roles distintos en el ejercicio del gobierno. Es claro que quien triunfa en las elecciones recibe la mayor cantidad de recursos, la Presidencia de la Nación en nuestro sistema, pero los derrotados también cuentan con espacios de poder institucional en el Congreso Nacional, que aun en un sistema presidencialista les permite ejercer no solo presión sobre el Ejecutivo, sino contar con iniciativa legislativa e incluso condicionar las votaciones en las cámaras, de acuerdo a la fuerza con la que se cuenta. Los estudios sobre desarrollo del Congreso en la Argentina así lo demuestran.
Ahora bien, la historia reciente no enseña que la oposición puede desplegar diversas estrategias para utilizar esos recursos de poder con los que cuenta. Esas variaciones pueden obedecer a los contextos (no es igual por ejemplo ser mayoría o minoría en una cámara) y también a momentos históricos (la transición a la democracia imprimió un sello, muy distinto al que estamos viviendo hoy, por caso) y hace que se presentan variaciones opositoras en lo que hace a las estrategias. La primera que podemos pensar es que la solemos encontrar en los manuales de ciencia política: oficialismo y oposición representan cada espacio dos programas políticos diferenciados, representados en izquierda y derecha, liberales y conservadores, o los cuerpos programáticos que existen en cada país. Digo de manual porque en la praxis, la relación oficialismo – oposición no remite o no se explica exclusivamente por un juego de luchas por imponer un programa, de manera que la oposición solo colabora con el Ejecutivo, cuando las leyes se vinculan a su propio programa. Pero aun con su esquematismo, este sería un primer perfil que puede desplegar la oposición, y que refiere a las identidades partidarias que se ponen en juego.
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Una segunda posibilidad, mas realista, es una oposición que plantea su apoyo a negociaciones permanentes con el oficialismo. El esquema responde a las necesidades de aquello que representan es decir provincias en donde son gobierno, o por las que fueron electas o electos. Es el esquema que usualmente se plantea en los congresos: el apoyo a una ley a la vez que el oficialismo se compromete a atender otra iniciativa opositora o a incluir una demanda en el presupuesto nacional, contemplar reclamos, etc. Es el camino mas artesanal de las relaciones donde se tejen y destejen los acuerdos a partir de realidades materiales específicas. No dejan de existir las diferencias políticas e ideológicas, pero justamente el Congreso se convierte en el espacio institucional que hace posible que a pesar de esas diferencias (y no anulándolas) sea posible arribar a acuerdos. No existe una fórmula mágica o estática para poder alcanzarlos, pero sí sabemos que son fruto de la negociación que siempre es trabajosa. El resultado depende de esa misma praxis, no algo predeterminado, es el juego de los actores representativos. En este esquema pesan las provincias portando sus reclamos y también los líderes partidarios que pueden volcar la resolución hacia destinitos parámetros. Mientras existan estos espacios de negociación y representación, la democracia puede seguir respirando.
Pero hoy, en este contexto de pandemia que nos toda vivir, asistimos a una variación de esas posibilidades. Está claro que el rol de la oposición es contradecir al oficialismo, justamente a oponerse, siguiendo algunas de las dos lógicas que mencionamos: la programática o la representación de demandas territoriales o políticas específicas. Pero Juntos por el Cambio, parece embarcado en otra dinámica: la oposición como estandarte. Lo que hemos observado y escuchado en el debate público es un espacio político que decide expresar su rechazo a todas las propuestas del gobierno de modo radical, es decir impugnando la propuesta sin necesidad de elaborar argumentos que le den sustentabilidad a la oposición planteada, y en no pocas ocasiones deslegitimándolo bajo apreciaciones como “políticas populistas”, como si su sola mención alcanzara como argumento. La postura no es homogénea: quienes gobiernes distritos, tienen otras responsabilidades que quienes se sientan en sus bancas y muchas mas de los que no ejercen ningún cargo y cuentan con la libertad de no tener responsabilidades. Así el rechazo a la vacuna Sputnik V por parte de dirigentes de JxC fue de radical a moderado de acuerdo a los niveles de ejercicio de gobierno: Elisa Carrió afirmó que era un proceso de envenenamiento. Horacio Rodríguez Larreta no pronunció palabra, pero no se aplicó la vacuna, al menos públicamente. Las acciones de los radicalizados, que además son figuras políticas relevantes, condicionan las de los moderados que probablemente optarían por otras estrategias.
Esta semana, luego que se publicara un artículo que validaba a la vacuna en una revista científica británica, pudimos escuchar a esos mismos dirigentes afirmar que solo habían pedido información y que nunca estuvieron contra la vacuna. Una muestra clara de la debilidad de los argumentos que sostenían. Esa debilidad, hija directa de la intransigencia, pudo escucharse en el rechazo al aporte extraordinario de las grandes fortunas o a las reformas al Poder Judicial que aun esperan sanción. Desde luego que JxC representa un espacio político ideológico y rechazará toda iniciativa que tienda al fortalecimiento del Estado y a las regulaciones empresariales. El punto es que una oposición basada en esta lógica, condiciona también al gobierno en la construcción de acuerdos y ensucia el diálogo todo el tiempo. Se acusa al gobierno de “infectadura” al tiempo que se habla de consenso. Lo complejo es que la hostilidad opositora no es relevante en cuanto a su intensidad, a la cantidad de políticas a las que se oponga, sino a su concepción, que en no pocas ocasiones roza el intento de deslegitimar al gobierno. Es la primera vez que el espacio de JxC es principal fuerza opositora nacional. Veremos si opta por las opciones programáticas, las territoriales, o insiste en radicalizar y optar por la impugnación permanente. En este año electoral ese perfil se hará mas claro.