La derecha argentina permanece estancada. No tiene otro argumento que la oposición agresiva y sistemática contra el gobierno. Tampoco se modifica el papel dirigente de los medios monopólicos en la elaboración de su discurso, la fijación de su agenda y la construcción de sus mitos movilizadores. Sin embargo, la repetición del pasado tiene sus límites.
El principal de esos límites es, paradójicamente, que la estrategia de la derecha triunfó electoralmente en la etapa anterior. De manera que la sociedad argentina que eligió a Macri vivió cuatro años bajo su presidencia. Vivió el derrumbe más importante y más veloz del país en mucho tiempo. Derrumbe económico, social, político-institucional y moral. Entre las ruinas del edificio macrista encontramos a cada rato señales de putrefacción. El espionaje conducido al más alto nivel, el uso de jueces y fiscales para la persecución política, el apriete contra los jueces y fiscales que no se prestaban a esas prácticas, la generosidad del Banco Nación para con estafadores consumados, supervisada desde la más estrecha cercanía del presidente, increíbles negociados a favor de las empresas del mismo presidente, juicios manejados desde la Casa Rosada para quedarse con empresas ajenas… Todo eso, mientras hubo que reconstruir contra reloj un sistema público de salud destruido durante esos cuatro años y atender una emergencia social –previa a la pandemia y que la pandemia agudizó- que había producido enormes dolores en los sectores más humildes de la población. Para decirlo con un verso de Yupanqui, “lo que ayer fue esperanza hoy es recuerdo”. Y es un recuerdo que no provoca la añoranza del regreso sino que para la mayoría del pueblo significa el temor de que eso se pueda repetir. Lo que se presentó con los colores de la libertad y la felicidad tomó la forma de una inédita destrucción.
Pero el “eterno retorno” de la política argentina está limitado por otro cambio crucial. Es el que gestó Cristina Kirchner el 18 de mayo del año pasado: la construcción de una fórmula política diferente para enfrentar a la coalición de derecha. Expresada en la centralidad de Alberto Fernández, la estrategia consiste en cambiar el escenario de la confrontación política, revisando sus formas y sus discursos. El presidente actúa en un registro dirigido a quitarle dramatismo a la diferencia política. El estilo de conducción desplegado frente a la grave crisis sanitaria le permitió construir una escena de colaboración responsable con todos aquellos opositores que tienen responsabilidades de gobierno en los diferentes niveles. Es un mensaje político: se puede convivir en la diversidad, no es necesaria la extrema dramatización de las diferencias políticas, hay una sociedad que está necesitando acciones en común y no un griterío cotidiano penetrado por el odio y la intolerancia. En este punto hay que agregar que esa escena necesita para sostenerse el éxito en la empresa común, es decir que la situación sanitaria se mantenga bajo control, lo que según se ve claramente en estos días dista de estar asegurado.
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Sin embargo, la escena colaborativa está superpuesta con otra caracterizada por una extrema tensión, sistemáticamente incentivada y encabezada por lo que uno de sus propios protagonistas supo llamar “periodismo de guerra”. Durante la última semana la oposición parlamentaria expresó su enérgico rechazo a un proyecto de reforma judicial que no se conoce. La sola mención del nombre de la cosa produjo en las principales espadas parlamentarias una respuesta guerrera. Hay para eso una razón evidente: el enunciado de la voluntad de producir una reforma en los tribunales está señalando una cuestión clave para la política argentina, porque ahí radica una fortaleza central de los sectores del privilegio argentino. De ahí salen las cautelares, las inconstitucionalidades, las persecuciones y absoluciones, las aceleraciones y los frenos de los procesos distribuidos según los recursos de poder que expongan los involucrados: el poder judicial es una pieza esencial de la gobernabilidad política en nuestro país.
Se hace cada vez más evidente que los actores principales de la resistencia a la experiencia kirchnerista, particularmente a partir del otoño de 2009, no han modificado su actitud a partir del cambio estratégico producido por Cristina en mayo del año pasado. ¿Significa eso que el cambio no ha producido resultados? La experiencia apenas ha comenzado. Y además se ha desarrollado en condiciones muy particulares producto de la pandemia. Aun así hay que evitar la confusión entre el clima social y el clima mediático. La ira contra el gobierno la escenifica un puñado de personas que golpean las cacerolas en los barrios más pudientes de Buenos Aires. Eso expresa el odio y el rencor pero de ninguna manera la fuerza social del encono contra el gobierno. Casi nadie se enteraría de estos episodios si no fuera por la farsesca amplificación del fenómeno que producen los medios concentrados y los activistas del odio en las redes sociales. Actúa sobre la realidad una maquinaria creadora de climas políticos. Una parte de la producción de esa maquinaria se concentra en desestabilizar el estado de ánimo de los hombres y mujeres que apoyan al gobierno del frente de todos. Intentan generar desazón y frustración. Buscan confundir la legítima expresión de disensos propios de un fenómeno amplio y diverso como la fuerza que ganó la última elección en refriegas capaces de debilitarlo para favorecer las posiciones de quienes, a pesar de todo, añoran la experiencia que terminó en diciembre último
Por otro lado esas reacciones expresan una asimetría. La lógica necesidad de protegernos del virus por medio de un prudente distanciamiento entre las personas es respetada por una sola de las dos grandes coaliciones que se disputan la primacía política. La otra actúa de modo desleal y desoye la responsabilidad común, ocupa la calle, a veces violentamente. Y la no ocupación de la calle es una limitación importante para los sectores en los que se apoya el gobierno, para los trabajadores, para los más humildes. Todo un desafío político que obliga a buscar formas de movilización política y social acudiendo a nuevos recursos, en el contexto de una situación cuya superación no será un pasaje breve.