Salvo por el carácter excéntrico del nuevo presidente y la troupe que lo acompaña, que siempre le brinda datos de color a la crónica periodística, la lectura de la prensa se volvió monótona. La más oficialista, previsiblemente, festeja cualquier cosa que diga el nuevo mandatario, especialmente si involucra a los enemigos comunes, desde el sindicalismo a parte del peronismo (la “casta” siempre es el otro). También celebra que el mundo de las finanzas rebose de felicidad de corto plazo, que es la contante y sonante. Por eso, en medio de la floreciente recesión de la economía real, vuelve a pronosticar --de nuevo, otra vez-- que hay luz al final del túnel y que la buenaventura llegará en el próximo semestre o quizá en el otro. Mañana nunca es hoy, pero en el agregado ninguna consultora, por liberal que sea, pronostica para 2024 una caída del PIB menor al 4 por ciento. Y a todo ello le agrega el pensamiento mágico: los números de la economía están mal, pero aunque se deberían a “la herencia recibida”, serían también una consecuencia buscada por el verdadero plan presidencial: la dolarización como fin en sí mismo, como presunta llegada a algún lado.
Desde la oposición, tanto mediática como política, se continúa con la estrategia preelectoral de demonizar al nuevo mandatario, una tarea también monótona y que, bien mirada, se hace sola. También aquí hay déjà vu. Es verdad que pasó demasiado poco tiempo desde el 10 de diciembre, pero desde entonces la apuesta opositora parece limitarse a esperar que el gobierno se caiga solo. Esperar que el empeoramiento de las condiciones provoque una creciente deslegitimación del oficialismo y, finalmente, una reacción social. Se supone que ello provocaría una transformación de fondo y una suerte de regreso a la “normalidad” perdida. Este razonamiento, además de perezoso, es peligroso. Aun en el peor de los escenarios la sociedad no quiere saber nada con la normalidad anterior. Milei ganó las elecciones por la misma razón que Alberto Fernández. En 2019 los votos le dijeron basta a Macri y en 2023 le dijeron basta al Frente de Todos. Un fracaso de Milei como el que espera parte de la oposición abriría un escenario de crisis institucional y política impredecible en tanto no existe hoy un modelo alternativo.
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Quizá el punto central del documento de San Valentín de CFK no fue suficientemente valorado. El texto muestra la voluntad de iniciar la construcción de un programa alternativo que deje de lado parcialmente los axiomas del viejo ideario, el detalle es que no solo hay que cambiar las ideas. La tarea principal de los militantes que sospechan que el modelo liberal-libertario no funcionará es construir la alternativa que se le ofrecerá a la sociedad, que ya no puede ser la romantización de un presunto paraíso perdido o la vuelta a las políticas que terminaron en la expulsión de ese paraíso. Hoy no se trata de “volver”, sino de construir una alternativa y una dirigencia nuevas.
La economía, mientras tanto, es mucho más predecible que la política. La ansiada estabilización está por verse. Aparentemente la sociedad entendió lo que era “la motosierra”, pero bastante menos “la licuadora”. La motosierra afectaba a la casta, no a sus ingresos como la licuadora de pesos. Lo que comenzó a suceder era predecible: un potente derrumbe de la demanda agregada, una dinámica que se profundizará a medida que se terminen los ahorros de los sectores medios. Desde que asumió, la inflación de Milei ya superó largamente el 50 por ciento, “el impuesto que más afecta a los trabajadores”. Mientras tanto, los salarios, que se recuperaron de una manera sectorialmente heterogénea, con el sector público a la cabeza de los recortados, siguen largamente por atrás de los precios y ya cayeron, en promedio, más del 20 por ciento. Pero, además, todavía resta que se complete el reacomodamiento al alza del conjunto de los precios básicos, que son los que arrastran a todos los demás. Todavía debe completarse el aumento de tarifas, que no son solo las de los servicios públicos, sino también combustibles y transporte, y por supuesto el dólar.
Ningún operador económico cree que se pueda mantener una devaluación del dos por ciento mensual con los actuales niveles de inflación. Es una historia conocida en la economía local, cuando comiencen las exportaciones de la nueva cosecha sucederá todo lo contrario a lo que se espera. Antes que ser un factor de estabilización en términos de ingresos de divisas, se reanudará la tradicional puja del sector agropecuario por una nueva devaluación. Y si el gobierno de LLA no logra estabilizar, no habrá tampoco estabilidad política, lo que abrirá un nuevo circulo vicioso que impedirá la llegada de cualquier flujo inversor de residentes y no residentes.
Vale recordar que en los gobiernos neoliberales está muy arraigada la idea de que si se dan señales pro mercado se desata un flujo de ingreso de capitales del exterior, tanto de “dólares fugados” de argentinos, como de extranjeros. Sin embargo, dada su historia de defaults, cepos e inestabilidad, los dueños del capital siguen muy de cerca la capacidad de los gobernantes de sostener políticamente los ajustes. El macrismo es la muestra más reciente de que las señales amistosas hacia el gran capital financiero no alcanzan para la “lluvia de inversiones”. No solamente quienes invierten en actividades productivas, sino hasta el capital más especulativo miran otra dimensión. La palabra clave es la “sostenibilidad” del modelo, algo que el talibanismo de la guerra ideológica iniciada por Milei, con enfrentamientos con los gobernadores, los sindicatos, parte de la industria y hasta la cultura, está lejos de garantizar. Agréguese también que hasta las señales de política exterior alejaron a la Argentina de sus socios tradicionales, eso que suele llamarse “el sur global”, incluida China.
Finalmente, antes que funcionar como bálsamo, la profundización de la recesión durante los próximos meses exaltará el ánimo social y reducirá drásticamente el plafón político del gobierno. Será un escenario de conflictividad social muy difícil de conducir si el mileísmo cree que puede seguir con su lógica de disciplinar a fuerza de prepotencia y belicosidad en las redes sociales. La política, hacer política, todavía existe. El mundo material también.