Los impostores

19 de junio, 2015 | 14.08

Cualquiera que conozca la primera regla de la novela o del cine, sabe que debe resultar verosímil. Debe resultar, no verdadero, sino creíble. Un buen relato de ficción no se basa en hechos, pero conduce al lector a través de una trama que guarda una similitud con los hechos posibles.

Hiroshima fue real, pero sólo un genio podría haber relatado Hiroshima o el nazismo de modo verosímil antes de que ocurrieran. A veces, en la realidad suceden cosas tan extremas que si alguien las relatara en una novela serían absurdas. Ser verosímil es una obligación de la ficción, pero la realidad social puede ir más allá de cualquier verosímil.

Javier Cercas
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Es el caso de este relato extraordinario de Cercas. Un caso real. La historia de Enric Marco es la historia de un hombre español que a sus cincuenta años, alrededor de la época en que muere Franco, decide inventarse un pasado. Un pasado como deportado a los campos de concentración nazis y con muchas otras fantasías que lo convierten en un héroe. Todas sus mentiras están amasadas con pequeñas verdades que, a su vez, tornan más creíbles sus imposturas. Marco, según la historia que se inventó, lucho en la guerra civil, resistió al franquismo, fue deportado a un campo nazi, lideró los sindicatos anarquistas. Con esta historia impresionante, Marco, que aún vive a sus 95 años, se convirtió en líder de la asociación española de deportados a campos nazis. Un héroe que recibió la mayor de las distinciones de la Generalitat y que habló frente al parlamento español, haciendo llorar con sus mentiras verosímiles a buena parte del público.

Javier Cercas investiga con obsesión qué hay de verdad y qué de mentira en sus enredadas afirmaciones. Hay un supuesto básico: la verdad existe, incluso si no tuviéramos modo de alcanzarla. Hay hechos del pasado que son demostrables y otros que ya no podemos verificar a ciencia cierta.

Esta historia es interrumpida por una serie de reflexiones de Cercas sobre la verdad. Todorov dice que aquellos que no hemos sido víctimas directas no podemos ahorrarnos el esfuerzo de comprender el mal, sobre todo el mal extremo. "Comprender el mal no significa justificarlo, sino darse los medios para impedir su regreso". ¿Puede perdonarse una mentira por los resultados que produce? Si Marco difundió más el holocausto con su impostura, ¿debemos perdonarlo?

Mientras leía El impostor no podía de dejar de pensar en la Argentina. Comencé a preguntarme por grandes fraudes, como el de la crotoxina. Y recordé el caso Nisman, donde no cabe duda de que hay al menos un gran impostor.

Marco
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¿Cuál verdad? ¿Cómo establecerla? Cercas lo hace en tres pasos. Primero, los hechos. Después su interpretación de los hechos. Después, su juicio moral. Por ejemplo: "Es verdad, en fin, que Marco es un símbolo de este momento de la historia de su país; pero no es verdad que sea un símbolo de la decencia y el honor excepcionales, sino de su indecencia y su deshonor comunes". "Es un hombre corriente. No hay nada que reprocharle, por supuesto, salvo que intentase hacerse pasar por un héroe. Nadie está obligado a serlo".

En la investigación de Cercas, resulta claro que un análisis de los hechos que parte de prejuicios, que no sabe separar qué está demostrado de sus propios supuestos, está condenado al fracaso. Otra vez recordé el caso Nisman, sobre el que tantas personas han tenido tantas certezas, muchas de ellas hoy insostenibles. Donde la angustia generalizada por saber cuanto antes la verdad, facilitó que la sociedad consumiera hipótesis, tesis, certezas y muchas, muchas imposturas. Cuando los hechos hayan quedado claros, la Argentina debería ofrecerle una beca a Javier Cercas para que se instale aquí por un tiempo a escribir el tomo dos de El impostor.