Luego de visitar la mayoría de las facultades de la Universidad de Buenos Aires, observé que el panorama es similar en todas: baños sucios por falta de personal de limpieza, vidrios rotos debido a la falta de mantenimiento, luces apagadas, pizarrones sin tizas y bancos amontonados como trincheras. Esta situación es el reflejo de la insuficiencia presupuestaria que enfrenta la universidad, limitando los recursos necesarios para su correcto funcionamiento y evidenciando el impacto de los recortes sobre la educación pública.
En cada sede se escuchan las mismas frases. A pesar de que no están perfectamente coordinados ni conectados entre sí, el malestar es unánime: “Este gobierno nos deja sin fondos para poder seguir estudiando”. Estos jóvenes, estos argentinos, solo piden que se les permita continuar con sus estudios. En definitiva, lo que reclaman es la posibilidad de progresar, de adquirir conocimiento y de realizarse como personas a través de la carrera que eligieron y que, con mucho esfuerzo, tratan de sostener.
La vida de un estudiante es muy dura. Generalmente, se levanta a las 6 de la mañana, sale de su casa para trabajar y llega a la facultad aproximadamente a las 18:30. Cansado y agotado, no solo por el trabajo, sino también por el mal estado del transporte público, que hoy en día sufre recortes en las frecuencias a pesar del aumento excesivo de precios. Tal vez incluso lleguen sin haber almorzado, habiendo tomado solo una merienda antes de clase. Aun así, mantienen intactas sus ambiciones de aprender, porque en definitiva, ese es el “delito” que están cometiendo: pedir que se les permita seguir aprendiendo.
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Ingresan al aula, donde pueden pasar entre dos y tres horas, y luego enfrentan una hora más de viaje hasta sus hogares, llegando aproximadamente a las once de la noche. Conozco bien esa situación; la viví en carne propia mientras estudiaba en la Universidad de Buenos Aires. Nada de lo que vi fue diferente de lo que presencié en 2001, cuando López Murphy propuso recortes similares. Me dio pena decirles que lo que veía hoy era lo mismo que había presenciado en aquel momento; me mordí los labios, callé y simplemente me dediqué a escucharlos y a acompañarlos en este reclamo.
La virtualización de las carreras
El gobierno de Javier Milei intenta imponer a la fuerza la virtualización de las carreras universitarias, ¿qué significa esto? Quieren transmitir las clases por algún tipo de plataforma similar a YouTube y que los alumnos puedan estudiar desde su casa. En principio parece una idea interesante, ya que los estudiantes no deberían viajar hacia las facultades pero en realidad está disfrazado un gran peligro que comenzó finalizando la década de los 70. En ese entonces, los militares intentaban por todos los medios disolver los focos universitarios tales como Ciudad Universitaria en donde se tendría que haber construido un edificio más y que allí se pudieran cursar todas las carreras. Los militares abandonaron esa obra y la dejaron inconclusa.
En la Plaza Houssay, en pleno barrio Norte de la capital, se encuentran cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires: Odontología, Medicina, Farmacia y Bioquímica, Ciencias Sociales y Ciencias Económicas. En medio de estas sedes, durante la dictadura militar se realizaron una serie de construcciones en la Plaza Houssay para que, en caso de protesta, los estudiantes tuvieran solo cuatro salidas. Todo estaba pensado para disuadir a los estudiantes, para que las mentes más brillantes del país desistieran de estudiar y abandonaran Argentina. Hoy se vive una situación similar, en la que muchos de los mejores estudiantes de la Universidad de Buenos Aires optan por emigrar o trasladarse a universidades privadas, donde se paga hasta tres o cuatro veces más de lo que cobra un docente en la universidad pública. Los sueldos de los docentes, que oscilan entre 195 mil y 350 mil pesos, son vergonzosos.
Aún queda mucho por luchar. Los estudiantes prometen seguir adelante el tiempo que sea necesario y están organizándose para una nueva protesta con el objetivo de que el financiemiento universitario vuelva a tratarse en el Congreso, ya sea para buscar un veto o una nueva ley que asegure los fondos para la educación pública. Sí, de la educación pública: ellos no están preocupados solamente por las universidades, sino por toda la educación pública.
Estos jóvenes no piensan únicamente en ellos; también piensan en las próximas generaciones. Da orgullo verlos reclamar sin violencia, sin consignas partidarias y, aunque representen a partidos políticos, dejando esas diferencias de lado y priorizando la educación pública.
En el otro extremo, dentro de las universidades, los grupos políticos que apoyan a este gobierno guardan silencio, se mantienen callados y en algunos casos incluso ausentes, sin siquiera ocupar sus mesas partidarias. Saben que tienen todo por perder. Lo más llamativo es que esas agrupaciones que hoy callan son las mismas que en 2001 protestaban contra el ajuste de López Murphy. No hace falta que nadie me lo cuente; lo vi con mis propios ojos.
Emanuel Altamirano, Contador y Licenciado en Administración de Empresas.