En columnas anteriores describimos los núcleos de problemas que afrontaba el Gobierno en el inicio de su gestión, legados por el desmadre macrista y su agudización potenciada por el desencadenamiento de la pandemia COVID-19, identificando tres de ellos:
- La reestructuración de la deuda pública y su impacto en el devenir futuro del Gobierno, conforme lo evidenciado por las dos experiencias históricas peronistas previas (el gobierno de Carlos Menem y las presidencias de Néstor y Cristina).
- Los límites de la política monetaria para financiar la expansión de la inversión social que exige la atención de las consecuencias del virus.
- El comportamiento del sector externo expresado en el nivel estancado de las reservas internacionales del Banco Central, en el semestre de mayor ingreso de divisas por exportaciones primarias.
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De concluir exitosamente el canje de bonos -emitidos en su mayoría por el gobierno anterior- a lo largo del corriente mes, la economía argentina habrá consolidado un programa financiero que despeja vencimientos importantes en el próximo lustro, otorgando un plazo interesante para iniciar un proceso de crecimiento que torne sustentable el programa a largo término.
Señalamos que una reestructuración exitosa de deuda crea condiciones de certidumbre sobre las cuentas externas que provoca una movilización de recursos retenidos hacia la producción y el consumo. Es entonces una condición necesaria para la recuperación, aunque no suficiente.
Cerrado el capítulo de la deuda, el Gobierno inicia una nueva etapa centrada en orientar los recursos disponibles de la Nación hacia superar los efectos del virus en la economía, impulsando la expansión.
Esta etapa se abre en un contexto internacional singularmente grave, el peor desde la Segunda Guerra Mundial. La pandemia ha acelerado condiciones pre-existentes de una crisis en Occidente desencadenada con el “crack financiero” de 2008 y no superada, que cuestiona la vigencia del modelo de relaciones internacionales surgido al final de la Guerra Fría desembocando en una disputa de hegemonía entre China y EEUU. Y el plano regional está surcado por el divorcio de Brasil después de treinta y cinco años de construcción de progresivos y virtuosos vínculos político-económicos.
Si es real la afirmación de Perón -en paráfrasis de Bismarck- acerca que la política es la política exterior, nos lleva a deducir que “no la tenemos fácil”. Sin embargo, la mayoría de los líderes mundiales no piensa salidas provenientes de los flujos externos -sean estos comerciales y/o financieros- sino de movilización de recursos nacionales o en bloques consolidados y redefinidos respecto de la etapa anterior, como ocurre en la Unión Europea o en el Tratado de América del Norte (del NAFTA al T-MEC).
Efectuada esta imprescindible contextualización internacional, la etapa pos-deuda que se abre para el Gobierno requerirá abordar los otros núcleos problemáticos reseñados, que evidencian señales de agotamiento transcurrido el primer semestre, redefiniéndolos en un programa de corto plazo.
En el plano macroeconómico, el carácter armónico y sostenible que asumirán las políticas fiscal, monetaria y cambiaria. A su vez, en la dimensión microeconómica obliga a evaluar la ecuación de costos de las empresas: materia prima + mano de obra + energía y, consecuentemente, los diseños de políticas tarifarias, salarial y de administración de comercio interno y exterior, que también deben converger según los segmentos y agentes económicos que se evalúen como ejecutores y beneficiarios de la recuperación.
La política económica requerida por la nueva etapa concitará apoyos y desencadenará conflictos implícitos en la distribución de los recursos que se apliquen a reparar los daños de la pandemia. Daños hasta ahora soportados mayoritariamente por el pueblo, a pesar de los amortiguadores desplegados por el Gobierno.
El mercado interno es el motor de la economía y lo constituye esencialmente el consumo masivo. Los ingresos populares se incrementan cuando el acceso a la energía, los alimentos y los bienes esenciales sólo representan una porción reducida de esos ingresos.
He aquí dos objetivos de la política económica por venir.