¿Hasta cuándo? La pregunta la reiteramos quizás más de una vez al día desde que vivimos esta crisis sanitaria. La impaciencia se acrecienta a medida que pasan los días y sentimos que la cuarentena no tiene sentido. Claro, esta idea puede desarrollarse entre quienes no hemos sido infectados por el virus. Quienes están entre las paredes de un hospital, o incluso de su casa, el significado de esa pregunta es notoriamente distinta: su intranquilidad no deriva del mero encierro sino de los efectos que el virus causa o puede causar en su cuerpo. Entre ellos algunos saben que sus condiciones de vida, existentes previas a la pandemia, los puso en una situación de mayor riesgo de contraer el virus; a sus penurias que viven cotidianamente le vieron sumarse que el riesgo generalizado a enfermarse fuera en ellos y ellas mucho mayor. Algo semejante deben pensar las personas mayores en edad expuestas a un riesgo acrecentado.
Suena con otros timbres la pregunta para quienes no pueden retomar sus actividades económicas y no cuentan con ahorros o respaldos para sostenerse, como los cuentapropistas, pequeños comerciantes, oficios varios; el gobierno los ha acompañado con diversas políticas para sostener la situación, pero se entiende que estén muy preocupados por su situación económica; miran un horizonte incierto los empleados de empresa que han decidido pagar solo una parte de los salarios (incluso empresas que recibieron asistencia financiera del Estado) y amenazan con despidos masivos.
Pero claro, la pregunta se la hacen también los grandes empresarios y el establishment financiero y los defensores del libre mercado, que deben “soportar” una etapa en la que la conducción del Estado se vuelve más intensa y avalada por la opinión pública, incluso a escala global. Para ellos la pandemia tiene graves consecuencias porque ha resultado poner en cuestión el principio básico del capitalismo neoliberal: las fuerzas del capital no pueden detenerse (recordemos la crítica implacable sobre vacaciones y feriados; claro no sus vacaciones sino la de sus empelados). Es para ellos un mundo inesperado, no deseado. La respuesta no puede pronunciarse por contrafáctica pero ¿cuál sería el resultado si esta pandemia hubiese quedado totalmente en manos del mercado y su “libre” concurrencia? Además de incrementar la producción y fomentar el consumo (con exclusión) ¿puede el mercado por si solo garantizarnos algo tan básico como la vida? Creo que podemos arriesgar respuestas.
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Y existe también otro sector; no está particularmente urgido por cuestiones económicas, no han sido infectados por el virus, y sin embargo milita la anticuarentena, como expresó el dr. Pedro Cahn, infectólogo que asesora al gobierno nacional. Ven en las medias de protección que implica el aislamiento obligatorio (que sí, efectivamente, es obligatorio) un ataque a sus derechos individuales, una limitación a su libertad de movilizarse y hacer lo que les plazca. Desde luego, la cuarentena implica una reducción a nuestras libertades, pero en el abanico de opciones opuestas figuran con claridad contagiarse el virus e incluso morirse, que limita nuestra libertad para siempre. Ese grupo denuncia todos los días, y cada vez con mayor intensidad, que vivimos bajo un régimen de tintes cuasi autoritarios y desde luego la comparación con el nazismo o el estalinismo, no se hacen esperar; hasta hace apenas dos semanas, el no funcionamiento del Congreso Nacional era la prueba irrefutable sobre que se había delegado la suma del poder público a Alberto Fernández. Con ambas cámaras sesionando, la acusación no tuvo otra opción que retirarse. Curiosamente estas “acusaciones” se han incrementado conjuntamente con los casos de infectados y de personas fallecidas.
Esta semana nuestro país, y muy particularmente el área metropolitana de Buenos Aires, comenzaron a conocer un preocupante, aunque también esperable, aumento de casos. Esos datos que conocemos día a día, a muchos de nosotros nos impulsa a ser moderados en las previsiones a futuro y a preferir mantener los cuidados porque la circulación del virus es evidente que ha aumentado (crece el contagio comunitario). Frente a esas referencias, los anticuarentena no parecen inmutarse, da la impresión que no hay dato ni referencia que modifique sus principios; quizás porque justamente no es un análisis basado en información, sino una certeza ideológica.
Afortunadamente en nuestro país no hemos sido testigos de expresiones siquiera semejantes a las observadas en algunas ciudades de los EE.UU.: personas armadas reclamando el fin de la cuarentena; la desproporción de la protesta es tal respecto del reclamo que no es difícil imaginarse que existen otras cosas en juego. Algo semejante se ha visto en Brasil y en algunos otros países. Nuestros anticuarentena vernáculos son intensos en su discurso, pero se limitan a esa dimensión. Son también, en la mayor parte de los casos, varones adultos de sectores medios y medio altos; no serían datos a dejar de lado. No levantan argumentos basados en las evidencias que conocemos del avance de la pandemia todos los días en nuestro país, sino que prefieren los supuestos éxitos que obtiene algún país hoy, cuando mañana el elegido sea otro, como mencionaba este twit.
Las “dos ciudades” no se debaten en torno de la interpretación de datos para establecer argumentos; como en muchos otros aspectos de la política argentina lo que está en juego son los enfoques con los que se interpreta al Estado y su relación con la sociedad; pero también acerca de su composición interna, sus clases, los grupos sociales y el rol de cada uno de ellos. Durante su gobierno el macrismo trajo nuevamente la discusión acerca de la disciplina y el orden, las necesarias jerarquías sociales. Esta militancia vociferada por ciertos personajes mediáticos bajo la consigna “a mí un gobierno no me va a decir que no puedo ir a visitar a alguien”, suena muy emparentada con aquella discusión que exigía recuperar un orden perdido. La otra ciudad, que apoya las prevenciones que implican la cuarentena, cree más en los datos, en la organización, en la importancia de los cuidados hacia el conjunto de la sociedad, una que está amenazada por un virus. En la semana que aseguraron que Ramón Carrillo, el hombre clave del sistema sanitario público de la Argentina había sido poco menos que un nazi, también vimos aflorar allí esas certezas sin argumentos ni pruebas, no extraña que ciertos dogmas busquen imponerse sobre el cuidado y la salud de todos.