En un rincón remoto de la estepa patagónica donde el viento se desliza por sobre el catálogo de la vida de hace millones de años, jóvenes paleontólogos del Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN) liderados por Fernando Novas, descubrieron un nuevo integrante de la multifacética familia de los dinosaurios. Lo bautizaron Taurovenator violantei y lo encontraron en la Reserva Natural Pueblo Blanco, a alrededor de 25 kilómetros al sur de El Chocón, una zona que ofrece una riqueza impresionante de fósiles; no solo dinosaurios, sino también tortugas y peces. “En los últimos años, se recuperó allí el temible carnívoro Tralkasaurus cuyi, el pequeño alado Overoraptor chimentoi, el extraño Gualicho shinyae, el ágil corredor Chakisaurus nekul y el gigantesco saurópodo Chucarosaurus diripienda", reza una comunicación del MACN. La descripción del nuevo miembro del club acaba de publicarse en la revista alemana The Science of Nature (https://link.springer.com/article/10.1007/s00114-024-01942-4)
En 2013, durante una campaña de exploración de Novas por esos parajes, dieron con los primeros restos de esta criatura desconocida hasta ahora para la ciencia, un depredador de 11 metros de largo que amplía el rompecabezas familiar de los carcarodontosaurios, ofrece información novedosa sobre la anatomía de este grupo y ayuda a entender la evolución de los dinosaurios carnívoros que hace unos 90 millones de años poblaban lo que es hoy la Patagonia.
El primer indicio de la existencia del Taurovenator (nombre que significa “toro cazador” y deriva de Tauro-, del griego “toro”, y -venator del latín “cazador”), consistió en un único hueso del cráneo. Exploraciones posteriores, realizadas en 2018 y 2019 permitieron descubrir parte de un esqueleto que incluye la parte de atrás de la cabeza, varias vértebras del cuello y del lomo, los brazos casi completos, algunos huesos de las patas traseras, y elementos de la caja torácica.
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“Como toda historia, esta tiene muchas aristas –cuenta Matías Motta, uno de los coautores del trabajo–. Se inició en 2013, en una campaña que realizó Fernando Novas y en la que ya habían hallado restos fósiles que quedaron guardados en el museo. Entre 2015 y 2016 varios que en ese momento comenzábamos a estudiar en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata empezamos a colaborar con Fernando y otros colegas. Éramos estudiantes, pero él nos dio estos materiales para que los analizáramos. Y fue en los pasillos del museo donde nos imaginamos como era Taurovenator, comparándolo con otros dinosaurios”.
“Fue un desafío, pero siempre en conjunto con Fernando y con Federico Agnolín, también del MACN, se fue gestando esta idea de que teníamos entre manos una nueva especie –agrega Mauro Aranciaga Rolando, primer autor del estudio–. En parte, por las particularidades de sus fósiles, que si bien eran pocos, mostraban características únicas. Tal vez la más importante es la presencia de un cuerno en la cabeza [de allí la primera parte de su nombre: Tauro], algo totalmente extraño para los dinosaurios carnívoros. Y más aún en la familia a la que pertenece”.
Así, en el buffet, entre clase y clase, los aspirantes a paleontólogos intercambiaban ideas sobre a qué animal pertenecían los nuevos materiales que hasta ese momento ni siquiera tenían nombre. “En la facultad no solo se da la transmisión de conocimiento de profesores a alumnos, sino también esa interacción entre estudiantes que impulsa el crecimiento –destaca Motta, originario de Oberá, Misiones–. Con Mauro, Sebastián Rozadilla y Gonzalo Muñoz, que son mis amigos, y hoy doctores en Ciencias Naturales y técnicos del museo, seguimos trabajando juntos. Para todos nosotros, Taurovenator fue un hito importante en nuestro recorrido personal y profesional”.
En la primera campaña se habían recuperado fósiles de toda una fauna completamente nueva y hubo que estudiar varios animales muy distintos entre sí. “Este nuevo ejemplar pertenece a la familia de los carcarodontosáuridos, la misma del célebre Giganotosaurus [que vivió hace entre 99 y 97 millones de años]. Por suerte, tenemos muchos fósiles de especies conocidas de esta familia, entonces todo ese contexto, ese marco teórico, nos sirvió para hacer comparaciones, tanto para encontrar similitudes como diferencias. También pudimos hacer algunas disquisiciones sobre el tamaño y otras características”, explica Aranciaga Rolando, becario doctoral del Conicet que pudo liderar las últimas expediciones gracias a un subsidio de National Geographic Society.
Los investigadores estiman que el Taurovenator habría alcanzado unos 11 metros de largo y cinco toneladas de peso. Además del hueso del cráneo, recuperaron una garra del pie, de unos 15 cm de largo. “Eso nos dio la pista de que se trataba de un carnívoro de gran tamaño, uno de los más grandes que existieron. Estábamos en presencia de un dinosaurio gigante en un lugar, Campo Violante, en el que no había registros previos”, dice Motta.
En 2016 hicieron una primera publicación en la que le pusieron nombre y a partir de eso se dispusieron a organizar más expediciones al lugar en busca de más fósiles.
“Como de costumbre, los primeros restos estaban aflorando en la roca –explica Motta–. En el caso del Taurovenator, la excavación posterior fue gigante, no sé si estuvimos en alguna comparable. Teníamos vértebras de 50 centímetros y eso requiere un gran movimiento de rocas. Pensemos que el fémur de este animal tiene 1,20 m y hay que extraer todo el material que lo circunda. Esos fósiles revelaron mucha información novedosa, no solamente de este ejemplar, sino también del resto de su familia de carnívoros cuyos máximos exponentes vivieron en lo que hoy es el territorio argentino”.
“Este esqueleto nos dice que eran animales de enorme tamaño porque predaban de dinosaurios herbívoros también muy grandes, como los saurópodos, los dinosaurios de cuello y cola largos –agrega Aranciaga Rolando–. En esta localidad, por ejemplo, describimos hace unos años un saurópodo gigante, el Chucarosaurus dirigienda, que tenía unos 30 metros de largo y debe haber sido una de las potenciales presas de Taurovenator ya que suelen encontrarse dientes de carcarodontosaurios acompañando los esqueletos de los saurópodos. Se suponen que los cazaban o como mínimo los ‘carroñaban’. Hacerle frente a un animal tan grande requiere un carnívoro igualmente voluminoso”.
Según los investigadores, el Taurovenator tiene el valor agregado de que preservó elementos que no se habían conservado en ningún otro miembro de la especie. Uno de los más notables es un brazo proporcionalmente muy cortito respecto del resto del cuerpo. “El animal tiene unos diez metros de largo y el brazo entero medía 80 centímetros –destaca Aranciaga Rolando–. Como cualquier otro dinosaurio carnívoro era bípedo, pero tenía una cola larga que compensaba el peso del tórax. Entonces se movía como una especie de gallina, por así decirlo, en dos patas. Y tenía estos bracitos muy, muy cortitos, que no mostraban caras articulares ni inserciones musculares muy desarrolladas, lo que indica que no debe haber sido usado ni capaz de moverse mucho; era algo así como un brazo vestigial, como si fuese un muñón”.
El esqueleto era sólido, pesado y robusto. “Lo más interesante es su enorme cráneo, que alcanzaba 1,30 m de largo y en toda su parte dorsal, hacia los lados, poseía cuernos, como una especie de calota, todo muy ornamentado, como si la piel se volviera hueso. Algo similar a lo que ocurre en los peludos, mulitas y armadillos. Es decir, que todo su cráneo era rugoso, con pequeños cuernos y proyecciones a lo largo de su cabeza”, explica.
Estos animales que tienen una cabeza tan gigante también tenían un cuello con características únicas, muy distintas de las de otros dinosaurios, ya que poseen soportes extras entre vértebras que no están presentes en otros animales. “Esto nos da la pista de que tenían un cuello muy anclado entre sí para soportar el peso de la cabeza –subraya Motta–. Y a su vez tiene protuberancias que sugieren que probablemente soportaban músculos también muy poderosos”.
No hay rastros que permitan afirmar que eran gregarios o cazaban en manada, pero hay parientes, como el Mapusaurus, otro carcarodontosaurio, del que sí se encontraron al menos siete individuos juntos en un mismo lugar, lo que indica que esta última posibilidad no debería descartarse. Si fuera así, “¡Debe haber sido todo un espectáculo!”, exclaman.
De aquí en más, los paleontólogos tienen planeado realizar estudios histológicos en cortes seriados de los huesos para poder analizar su crecimiento y estimar la edad del ejemplar.
“Algo a lo que estamos muy abocados ahora es a poder entender qué rol tuvo Taurovenator dentro del ecosistema en el que vivía, con muchas otras especies de carnívoros, herbívoros, cocodrilos y tortugas. Es una pregunta abierta y que queremos contestar”, concluyen.
En estos trabajos participaron también paleontólogos del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de Vertebrados (Lacev) y de la Fundación de Historia Natural “Félix de Azara”, pertenecientes al Conicet, y del National Museum of Nature & Science, de Japón. Contaron con el apoyo financiero de National Geographic Society y el soporte de la Secretaría de Cultura de Río Negro.