Karina Salvatierra no es de rendirse fácil. Cuando tenía 23 años, la hoy docente de microbiología y virología en la carrera de Bioquímica de la Universidad Nacional de Misiones, pidió permiso en esa casa de estudios y se vino a Buenos Aires para aprender las técnicas del cultivo celular. “Golpeé las puertas de la UBA y me recibieron sin ningún problema –recuerda–. Les conté que era estudiante, que veíamos mucha teoría, pero que yo quería hacer la práctica. Como era verano y no había clases, me dijeron que fuera e hiciera una pasantía”.
MÁS INFO
Ese fue el comienzo de una vocación que la llevó a hacer dos masters y un doctorado en Valencia, España. Ya de regreso en su ciudad natal, se apresta a inaugurar un laboratorio de bioseguridad que pudo desarrollar gracias a que ganó uno de los dos subsidios que se otorgaron a nivel nacional para ese fin. La instalación se armó en un contenedor móvil y permitirá trabajar con ciertos organismos patógenos, como virus que causan enfermedades tropicales en la zona.
“Es una instalación BSL2+ –destaca–. No llega a ser de nivel 3, pero tiene presión negativa y otras características que permiten trabajar con ciertos microorganismos que requieren una mayor bioseguridad. Cuenta con dos sectores: uno para biología molecular y otro para cultivo celular”.
El subsidio (por un monto de $ 12.763.213, con una contraparte de la universidad de $ 3.029.303) se otorgó en el marco del “Programa de fortalecimiento de las capacidades institucionales para la investigación en enfermedades emergentes y endémicas”, para la validación de ensayos diagnóstico in-house, seguimiento, investigación e innovación en enfermedades emergentes, endémicas y pandémicas a través de la compra de equipamiento estratégico. Incluye “un termociclador en tiempo real de doble entrada, tres cabinas de seguridad biológica clase II tipo A2, equipamiento complementario, insumos y reactivos”.
Se espera que permita prestar servicios, formar recursos humanos y sumar capacidades estratégicas para el diagnóstico, vigilancia epidemiológica y genómica del Covid-19 y otras enfermedades como el dengue, el zika y el chikungunya.
Después de graduarse, Salvatierra obtuvo una beca de iniciación a la investigación y luego otra para hacer una maestría en Valencia, España, en enfermedades infecciosas. Mientras se encontraba allí, también concursó por una tercera para realizar el doctorado.
“No sé de dónde viene mi vocación –cuenta–. Mi papá fue profesor de educación física y mi mamá, de contabilidad, pero a mí desde la secundaria siempre me gustó el laboratorio. Soy muy curiosa. Hice mi tesina de grado sobre hepatitis C. Tenía un tío que estaba en hemodiálisis por esta enfermedad y, al ver su sufrimiento, empecé a leer y pedí autorización para hacer un estudio en todos los centros de hemodiálisis privados y públicos de Posadas. Era 2005 y logré identificar los genotipos o variantes predominantes del virus. Pero como acá, en Posadas, no había equipamiento para biología molecular, tomé las muestras y viajé a Buenos Aires, donde me ayudó [la premiada investigadora del Conicet] María Victoria Preciado, del Hospital Gutiérrez”.
Su trabajo sobre este virus continuó en España. Allí volvió sobre el tema para su doctorado con Fernando González Candelas. “En esa zona fue famoso el caso de un anestesista que infectó a miles de personas, porque él era heroinómano y usaba las mismas jeringas con los pacientes –explica–. Entonces, mi director, con el que sigo trabajando, fue el que tuvo que hacer el exhaustivo estudio de filogenia para determinar que esa persona era la que le había transmitido a todos los demás el virus de la hepatitis C”.
Entre las derivaciones que tuvo esa investigación, se incluye la indicación de que, para evitar el fracaso terapéutico, antes de iniciar el tratamiento los pacientes tienen que saber por qué variante del virus fueron infectados, ya que hay ciertas mutaciones que otorgan resistencia a los fármacos.
Desde 2016, Salvatierra está de regreso en la Universidad de Misiones, continúa sus colaboraciones con España y también con investigadores del Instituto Roslin, de Edimburgo, Reino Unido. “Pero en especial –destaca–, estoy tratando de estudiar antivirales para el tratamiento de zika, dengue y chikungunya. Lo que hago son modelos bioinformáticos de los posibles candidatos. También estamos estudiando plantas medicinales de la zona, haciendo extractos de esos vegetales y probando diferentes concentraciones para ver cuáles inhiben la replicación. Estamos trabajando con el incienso, la guayaba y vamos a probar el ambay, que se usa mucho como jarabe para la tos. Y también el mamón, que en Centroamérica se conoce como papaya”.
Salvatierra también se sumó al Proyecto PAIS de vigilancia genómica de variantes del coronavirus. Ya enviaron a secuenciar al nodo de Rafaela 50 muestras de Misiones y pronto podrán realizar la secuenciación en Misiones.