“En la vida no hay tiempo para aburrirse”, decía. Y vaya si lo puso en práctica: a lo largo de su vida, dedicada principalmente al estudio de los mecanismos que transforman una célula normal en cancerosa, Christiane Dosne de Pasqualini produjo más de 600 trabajos científicos, formó a 30 investigadores (15 hombres y 15 mujeres), tuvo cinco hijos, casi dos decenas de nietos y más de diez bisnietos.
Superados largamente los noventa, seguía yendo dos veces por semana a la Academia de Medicina, jugaba al bridge, integraba el comité editorial de la revista Medicina, asistía a un taller de escritura y hacía yoga. "Los años naturalmente llegan con complicaciones, pero yo tengo un lema, que es afrontarlas con joie de vivre [alegría de vivir]”, afirmaba, con un leve acento francés que nunca la abandonó. Hasta el viernes 23 a la mañana, cuando finalmente se apagó, a los 102 años, Christiane fue una inspiración y un ejemplo. Fue una pionera momentos en que dedicarse a la ciencia era una rareza. Y más para una mujer.
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Nacida en 1920 en un suburbio de París, donde vivió hasta los seis años, criada en Canadá y argentina por adopción, llegó al país a los 22 años después de doctorarse en medicina experimental en la Universidad McGill, de Montreal. Discípula de Houssay, a los 24 se casó con el endocrinólogo e investigador Rodolfo Pasqualini, que se transformaría en un médico de renombre y con el que escribiría muchos de sus trabajos. De esa unión (que se concretó con dos condiciones: que él nunca le pidiera que abandonara su trabajo y que ella aceptara hacerlo en la Argentina), nacieron cinco chicos en seis años. Hoy Diana y Titania, gemelas, son médicas (una especialista en endocrinología clínica, como su padre, y otra en adolescencia), Enrique es físico en la Comisión Nacional de Energía Atómica, Sergio es especialista en fecundación asistida y Héctor, ingeniero industrial especializado en petróleo. Todos trabajan en el país.
Christiane recibió numerosos premios (entre ellos, el Unifem-NOEL, en 1995, junto con la Madre Teresa de Calcuta), fue presidenta de la Sociedad Argentina de Inmunología, colaboró en la creación del Instituto Nacional de Endocrinología, obra que le había sido encomendada a Rodolfo Pasqualini por Ramón Carrillo, fue investigadora del Conicet durante más de cuatro décadas, creó la Sección de Leucemia Experimental del Instituto de Hematología de la Academia Nacional de Medicina y se convirtió en la primera mujer en incorporarse a la institución como miembro de número.
Escribió varios libros, entre ellos, Quise lo que hice (a los 88), una autobiografía de más de 400 páginas a lo largo de las cuales ofrece un testimonio de primera mano sobre la historia de la ciencia local. Revive las peripecias de su vida (a partir de las cartas que le había enviado puntualmente cada semana a su madre durante 35 años) y la de la familia Pasqualini.
El libro, escrito cuando su marido se enfermó y no podía movilizarse, por lo que tuvo que estar más tiempo en su casa, rebosa de anécdotas y apuntes cotidianos. Por sus páginas desfilan muchos de los "próceres" de la ciencia nacional.
Christiane enfrentó las dificultades de combinar la maternidad y la ciencia. Opinaba que “hay que adaptarse a las dos cosas, y hacer las dos cosas bien”, y que pensaba que para los chicos era muy positivo porque así crecían más independientes.
Basada en su aventura vital, una de sus nietas, Belén Pasqualini, escribió un multipremiado “biomusical científico” llamado Christiane. “Cuando crecí, como sucede con todos los adultos, dejé de verla como una diosa y comencé a humanizarla –explicó sobre la génesis de la obra–. Descubrí que era finita y no iba a estar más, y se me ocurrió volver a otorgarle esta característica de ‘eterna’ a través de un homenaje en vida. (…) La obra es un homenaje a ella y una celebración de su espíritu de vida”.
Alegre, apasionada, Christiane Dosne de Pasqualini puso en práctica el aforismo de Jean Paul Sartre: "La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace".