Vemos aparecer el “Frente anticuarentena”, una anomalía renovada que, a pesar de estar compuesta por un arco de inusitada amplitud ideológica, converge en el enfrentamiento con el gobierno. Se trata de una subjetividad desenfrenada poseedora de un fanatismo radical e irracional, mientras grita por el levantamiento de la cuarentena también lo hace en contra de Venezuela, el comunismo, la libertad y la propiedad privada.
No conforman una organización política sino una multitud compuesta por distintas “sectas” cuyo cemento orgánico es el odio y el elemento articulador, la paranoia.
El bizarro frente anticuarentena, un nuevo intento de marcarle la cancha al gobierno de Alberto Fernández, se compone de: los ideólogos, los agitadores y la masa. Entre los ideólogos están los “mano dura” bolsonaristas locales –Patricia Bullrich, Fernando Iglesias y Pichetto– y el poder económico conformado por los grandes empresarios que apoyaron al gobierno de Macri.
Los agitadores son, por una parte, los conocidos “periodistas” mercenarios, empleados de la corporación mediática y, por la otra, el ejército de trolls de Marcos Peña, siempre listos para sembrar cizaña en las redes. De este modo tienen cubierto casi todo el espacio comunicacional, medios y redes.
La tarea principal de los agitadores mediáticos es la creación del show despolitizado con fachada crítica que estimula un sentido común insatisfecho, quejoso y odiador. Este grupo autodefinido como “periodismo de guerra” puede arengar por el levantamiento de la cuarentena o lo contrario, si es que el gobierno de Alberto Fernández la flexibiliza. El ejército de trolls y bots, operando en la trinchera agitadora, utiliza las mismas tácticas de ocupación en las redes empleadas durante el macrismo que, pese a ser conocidas, no por eso resultan menos eficaces.
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Tanto los ideólogos como los agitadores se ubican como garantes morales de la República y tienen como objetivo principal desestabilizar al gobierno peronista.
La tercera línea del frente anticuarentena es “la masa”: viene a ser la “carne de cañón”, los que verdaderamente se la juegan. Ponen el cuerpo, salen a la calle con banderas y cacerolas en medio de la pandemia sin que les haga mella ni los detenga la recomendación de los asesores epidemiólogos #quedateencasa. Conformada por desobedientes y exaltados que fomentan el escándalo, ya cuenta con contagiados y un muerto.
Gritan, expresan frases incoherentes compuestas por una metonimia loca de palabras sin puntuación, imposibles de significar o interpretar. Un coro sonoro de bocinazos, cacerolas y el ruido de palabras vacías que no representan nada y de neologismos como Valenzuela o Infectadura. ¿Qué demandan?
Si bien observamos en la masa una conducta uniforme de exaltación maníaca y todxs comparten la certeza de que el cuidado proferido por el Estado constituye una afrenta que cercena derechos o una falta de libertad en la que el Otro decide por ellos, es necesario aclarar que está integrada por distintos conjuntos sociales.
Participan activamente en la masa del frente anticuarentena una gran variedad de grupos sociales: los desconfiados terraplanistas seguros de que la ciencia miente, el coronavirus no existe sino que se trata de una conspiración de epidemiólogos que pretenden manejar las vidas. Encontramos también otros escépticos, no terraplanistas, que no creen en la política porque la consideran corrupta y perversa. Algunos sectores del evangelismo que, agitando los demonios de la cuarentena, confían en que el Señor los protegerá. Hay psicólogos ofendidos porque no fueron recortados por los expertos como esenciales e insisten en patologizar la lógica angustia social que se desarrolló a raíz de la pandemia. Están los que precisan trabajar presencialmente, los que manifiestan estar aburridos y los que se autoperciben como seres libres y están dispuestos a hacer con su vida y su cuerpo lo que quieran, desoyendo los consejos médicos.
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Pese a la heterogénea conformación del frente anticuarentena, los grupos coinciden en una paranoia generalizada, no como diagnóstico clínico sino como síntoma social. Estamos frente a una locura desanudada y maníaca que pasa al acto perjudicando la salud de toda la población. Ejercen violencia simbólica, descalifican y agreden y algunos suben la apuesta con violencia física, como sucedió el 9 de julio cuando una horda salvaje atacó al móvil y a periodistas de C5N durante el banderazo en el Obelisco.
Promueven el caos social, no respetan los límites, las reglas compartidas y poseen poder de captura del sentido común. Por momentos recuerdan el film Joker (Guasón, de Todd Phillips), la agresividad desplegada por el Joker, luego el contagio y la violencia generalizada. A veces generan risas en los espectadores; sin embargo, percibirlos como payasos revoltosos encubre la anomalía antidemocrática que representan.
No tienen organización política ni un liderazgo definido. El intercambio de informaciones y la convocatoria de las acciones a realizar se difunden a través de redes, whatsapp y medios de comunicación. No sabemos aún si esta nueva emergencia que se presenta en la subjetividad es la expresión de la nueva derecha, un neofascismo, la expresión despolitizada que se opone al gobierno peronista o una multitud de rebeldes. Todo hace pensar que el macrismo intentará captar esta franja social en las elecciones de medio término el próximo año.
Sin duda esta expresión en la subjetividad encarna a los contagiados del virus neoliberal, cuyos principios y dogmas doctrinarios fueron transmitidos insistentemente por los “catequistas”. Nos referimos a los ideólogos y agitadores que hicieron creer en el poder ilimitado de cada uno, la libertad individual y la omnipotencia del yo. La frase “Tú puedes” se transformó en imperativo de un rendimiento inalcanzable y de gozar sin límites. Paradójicamente, el colmo de la libertad condujo a la mayor de las servidumbres y al sacrificio, también ilimitado, del sujeto y de la subjetividad.
La impulsividad social generalizada, el acting, la masificada satisfacción en el odio, la caída del principio de realidad y del pensamiento crítico son consecuencias del sistémico debilitamiento de límites que trajo el neoliberalismo: caída de lo simbólico, los pactos, la palabra y la verdad, la autoridad, la crisis de representaciones e instituciones y la extinción de los diques civilizatorios.
Cada vez está más claro que en esta etapa se decide el futuro. Frente a lo ilimitado y cruel que dejó como saldo el anudamiento entre neoliberalismo y democracia, habrá que fortalecer lo simbólico y restituir los límites colectivos rechazados por el sistema depredador.
Será de suma importancia desarrollar distintos tipos de organización popular articulando a los nuevos actores sociales de las luchas ecologistas, feministas, de derechos humanos, organizaciones territoriales, centros culturales, de estudiantes, de jubilados, movimientos sociales y a todos aquellos que conciben la vida y la cultura como una experiencia colectiva.