El libro de pases en la política sigue abierto: sus implicancias

09 de diciembre, 2025 | 09.55

Como en el fútbol profesional en cada nueva temporada se abre el libro de pases, aunque cuando esa situación se registra en política crujen las instituciones, se erosiona la democracia y se desbaratan los valores republicanos, conformando un estado de descomposición de graves consecuencias.

Mandatos y compromisos

El peregrinaje político no es una novedad, numerosos son los ejemplos que se verifican en nuestra historia, lo novedoso es la velocidad de los cambios de camiseta, la impudicia creciente y, lo más preocupante, la naturalidad con que da la sensación que se aceptan, sin mover a una repulsa social que conmueva o ponga en riesgo la carrera de los conversos aferrados a las posiciones alcanzadas que, obviamente no resignan sino pretenden operen como moneda de cambio en ese “mercado” en el que se ofrecen al mejor postor.

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Las identidades partidarias y las fidelidades consiguientes con un sentido de pertenencia se vienen difuminando, siendo más notorio en quienes ostentan posiciones dirigenciales y con ello aceleran ese fenómeno a la par de provocar un creciente desconcierto en los seguidores, adherentes y en la sociedad toda.

Si bien conductas de ese tipo siempre han existido, en la actualidad muestran una asiduidad que se ha instalado como una suerte de práctica consolidada y, con ello, le confieren un sentido verdaderamente escandaloso.

Aunque encontramos en todo los ámbitos conductas semejantes, se destacan las que constatamos en los cargos públicos ejecutivos (nacionales, provinciales y municipales) y, particularmente, en las legislaturas en las que, cada vez más, se advierten corrimientos inconcebibles en forma directa o indirectamente, pasando por un estadio previo de monobloque o conformado por unos pocos, mudándose de una a otra fuerza política -frecuentemente- ubicada en las antípodas del arco ideológico o que ha sido blanco de críticas acérrimas que, razonablemente, parecían irreconciliables.

No se trata de pensar idílicamente en un desenvolvimiento prístino, exento de contradicciones personales e inmune a los intereses -legítimos y espurios- que indefectiblemente atraviesan las relaciones y disputas de poder inherentes a la política, sino de dar cuenta de que desprovista de toda atadura conceptual o doctrinaria, de lealtades básicas y de reglas éticas elementales tan sólo queda un vacío apto para cualquier llenado e inclinado a convertirse nada más que en una unidad de negocios individuales; y esto sí, es contrario a toda construcción comunitaria que bregue por transformaciones en procura del bien común, cualquiera sea la matriz partidaria e ideario que se postule.

Crisis política y consecuencias institucionales

Esos corrimientos inescrupulosos alteran sustancialmente los mandatos implícitos en la voluntad popular que permitió acceder a los cargos electivos, defeccionando abiertamente de los compromisos y propuestas electorales que guiaron a la ciudadanía a la hora de decidir su voto.

Los cambios en los posicionamientos políticos que puedan resolver los legisladores, como puede ocurrir entre la ciudadanía, es una posibilidad que -cualquiera fuera su motivación- no podrían ser obturados, pero impondría en aquellos también dejar la banca a la que se accedió sujeto a una decisión electoral indisolublemente ligada a la fuerza partidaria o alianza de la que formaba parte, pues de otro modo -como ocurre con las mutaciones seriales de hoy en día- se viola el pacto ínsito tanto con el espacio político que le brindó esa postulación como, muy especialmente, con quienes lo votaron justamente por esa pertenencia e identificación política.

En ese sentido, aunque difícil será concretarlo en el escenario actual, debería bregarse por las reformas legislativas pertinentes que establezcan que los escaños parlamentarios corresponden a los partidos, frentes o alianzas cuyas listas integran quienes son electos para ocuparlos y, en consecuencia, el abandono de la fuerza política conlleve la pérdida de la banca y su reemplazo por quien le siga en orden en la lista respectiva, fortaleciendo así las identidades políticas y la confianza del electorado.

Entre tanto cabría esperar y promover una reacción social de claro repudio a ese tipo de prácticas, con una indispensable toma de conciencia del deterioro institucional que provoca y el consiguiente efecto nocivo en el desenvolvimiento de la vida personal y comunitaria. Tarea, en la que deben asumir un rol protagónico las dirigencias que rechazan y no participan de esa condición mutante.

No es difícil predecir sus perniciosos efectos

Ante la inminente apertura de sesiones extraordinarias del Congreso de la Nación, el temario que dispuso el Poder Ejecutivo contiene leyes de enorme trascendencia para el futuro de la Argentina (Presupuesto 2026 y otras en materia fiscal, penal, laboral y del régimen de Glaciares), cuyo común denominador es la profundización en la demolición del Estado, la pérdida de soberanía, el blanqueo de activos de origen oscuro y la legalización de fugas de capitales, la acentuación de las respuestas punitivas a problemas sociales y sin atender a las causas y responsables principales de conductas ligadas a delitos complejos, la profundización en la deconstrucción del sistema de relaciones del trabajo que retrotraen a estadios vigentes hace más de una centuria.

El período en el cual habrá de dársele tratamiento complejiza la organización de acciones que opongan legítimas resistencias, indispensables para sumar voces a un debate que excede el marco parlamentario e importa a la sociedad en su conjunto.

En un cambalache al estilo del que describía Discépolo en 1934 en la letra del tango que lleva ese nombre, se amontonan apresuradamente dentro o lo más próximo posible de La Libertad Avanza (LLA), lo más preciado y representativo de lo que Milei en su campaña presidencial identificaba como “la casta”.

Sorpresa igualmente no debería causarnos, a poco que hagamos un repaso del elenco del Gobierno nacional desde sus inicios en diciembre de 2023, signado claramente por personajes de esa estirpe discursivamente denostada por Milei para captar voluntades electorales pero que, en la práctica, nutrieron su tropa de avanzada neocolonial.

Una muestra más de las defecciones políticas que constituyen un signo de época, junto a la dificultad para descifrar su sentido o la simple banalización de tales comportamientos que llevan a invisibilizar lo evidente, menospreciar sus implicancias y replicar consignas contrarias a los propios intereses vulnerados a diario.

Señales preocupantes

La crisis de la Democracia es multicausal, aunque reconoce un nexo claro con el deterioro de las representaciones sociales en los más diferentes ámbitos, siendo la política un campo que posee particular centralidad.

El discurso de la antipolítica, que es político -desestructurante- en verdad, se complementa con el desinterés de una parte importante de la población que siente cada vez más distantes de sus necesidades y preocupaciones a quienes conducen e integran las instituciones públicas y de la sociedad civil.

El afincamiento de esas tendencias es favorecido por la expansión del desapego de los compromisos asumidos por aquellos en quienes se ha depositado una confianza electoral, abonando a una impresión de que todo es lo mismo, todos son iguales; y decantando en la errónea conclusión de que el camino a seguir es únicamente individual, desprendido del resto.

Recuperar la confianza en lo colectivo, reconstruir el tejido social seriamente dañado por reiteradas frustraciones, recomponer con una indispensable autocrítica los lazos entre quienes poseen responsabilidades como dirigentes y también abrir nuevos espacios a la militancia, son cometidos urgentes y que reclama la instancia actual para un empoderamiento popular, sin el cual será imposible organizar una resistencia adecuada al plan de sometimiento y miseria generalizada que nos propone Milei como segunda fase de su mandato.