El pueblo ya decidió: la opción es mas (y no menos) Democracia

30 de octubre, 2023 | 14.39

En el mundo, a partir de los años ochenta, la economía de la incertidumbre fue sustituida por una economía de certezas y optimismo exagerado en los mercados desregulados agudizado por el fenómeno de la globalización.

La crisis financiera global derivada de la pandemia nos ha vuelto al mundo de Keynes, al mundo de la incertidumbre radical en el que los expertos no pueden predecir el futuro.
Nadie conoce con certeza qué nos depara el futuro tras la concatenación de calamidades: pandemia, guerras e inflación; nadie sabe cuáles serán las consecuencias del cambio climático, la transición digital, la inteligencia artificial, la rivalidad geopolítica o la proliferación anárquica que amenaza las democracias.

Abundan las razones para el enojo, la angustia y la desesperanza de la sociedad. La Argentina ha sufrido un desmoronamiento “por goteo” que ha desfigurado su estructura social y ha provocado un gigantesco deterioro en las condiciones de vida.

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¿El hartazgo ha llegado a tal extremo que se prefiere romper todo antes que intentar arreglarlo? ¿Ya es tanto el escepticismo con la política que hay una corriente dispuesta a experimentar con la antipolítica?

Estábamos acostumbrados en la década anterior a que se criticara que las democracias estuvieran amenazadas por la concentración de poder. Hoy están amenazadas por la fragmentación. El Anarcoliberalismo lleva implícito un germen que destruye el Sistema Político, que no se reconstruye fácilmente como lo demuestran los casos de Perú – Ecuador o Chile. 

El gran dilema de la Argentina es que padece problemas de cortísimo plazo, que tienen que ver con la inflación, con el acuerdo con el Fondo, con el crecimiento de la pobreza y la marginación… cosas para resolver esta semana, este mes. Después aparecen desafíos de corto plazo, como ordenar la macroeconomía en sus variables principales, e inmediatamente se debe analizar los problemas estructurales con una perspectiva de largo plazo. Gobernar la Argentina es cada vez más complejo. El ejercicio del poder es una silla eléctrica que hace muy difícil sacar la cabeza por encima de las urgencias y seguir manteniendo un horizonte para empezar a mirar los temas estructurales.

Seis de cada diez argentinos votaron por Alberto Fernández- Cristina Kirchner en 2019. Camino a las PASO la pelea de Unión por la Patria no fue contra la oposición sino contra los sueños incumplidos y las promesas no cristalizadas en el medio del tránsito de la Pandemia y la sequía.

Un país que arrastra el nivel de desánimo que tiene la Argentina después de periodos de estancamiento económico tan prolongado, con crisis de cierta recurrencia, es natural que se pregunte hacia donde vamos.

Es entendible que la generación por debajo de los 30 años, sienta un profundo desencanto porque la perspectiva de futuro se le presenta demasiado oscura. Y es muy curioso, porque ni siquiera han tenido tiempo de fracasar. Se produce una ruptura en las expectativas. En ese segmento, se expresa el peligro de una identificación mucho más laxa con la democracia.
Hasta las PASO la razón de ser de cada una de las dos coaliciones había sido la existencia de la otra.

Las disfuncionalidades económicas y políticas de ese sistema de polarización, hicieron que muchos argentinos de a pie, sin marco teórico, se autogestionen su propio sistema de polaridad: la casta. La sociedad contra la política.

El desencanto ha radicalizado el voto, la radicalización del voto radicaliza a algunos dirigentes y eso empieza a provocar crujidos dentro de las coaliciones en disputa.
Hay algo que se llama política, que excede a la gestión, que tiene que ver con emociones, con ideas, con valores, con discurso, con toda otra dimensión de la vida pública.
La simplificación es populista. Respuestas muy sencillas a problemas complejos, pensar que se puede saltear al Congreso con plebiscitos cotidianos.
Ante un sistema que bloquea sistemáticamente cualquier esfuerzo de transformación, ese caos puede parecer de repente una opción racional.

Si no hubo este tiempo una rebelión que arrasara con todo de un único golpe fulminante, como ocurrió en 1989 y 2001, fue porque las políticas asistenciales desplegadas por el gobierno cumplen un rol de contención eficaz y porque los movimientos sociales canalizan el descontento.

Todas las regresiones democráticas han estado ligadas a largos malestares económicos. No está descartado que eso pueda suceder pero estamos a tiempo de evitarlo.
El Milei dinamitador empezó a abrir flancos que debilitan su imagen: la potencia de la “dinamita” y la “motosierra” empieza a ponerse en duda.
Lo envuelven las contradicciones en torno a la efectividad de su dinamita y a la velocidad con la que va a prender la mecha.

La noción de “anticasta” que es central en la credibilidad del voto de Milei, también empezó a crujir con la selección del armado de su improvisada coalición anti K.
Desilusionada pero no violenta, la sociedad argentina se siente protagonista de un enorme fracaso colectivo pero en las Elecciones Generales del 22/10 dio su veredicto en favor de un voto de prudencia y esperanza hacia la Argentina posible.

El desafío primordial es construir una nueva coalición de gobierno de Unidad Nacional exitosa, cuyo sentido no sea exclusivamente el posicionamiento extremo contra la vereda opuesta.

Las coaliciones, en general, son una tradición de los sistemas parlamentarios, donde hay que hacer alianzas para gobernar. Entonces, ensamblar un sistema hiperpresidencialista como el argentino, con coaliciones de gobierno es un desafío muy complejo con el que Sergio Massa intenta encarar el desafío del ballotage.

El desafío es combinar, con realismo, un diagnóstico que yo creo que la sociedad intuye como inevitable, con un horizonte que de alguna manera conecte sacrificio con expectativas, tendiendo un puente rápido a los sectores más postergados que no pueden esperar. 

La Democracia no garantiza elegir un buen gobierno, pero nos da la opción de reemplazarlo, si tenemos la paciencia y la templanza que los tiempos consensuados por nuestra constitución nos imponen a todos por igual.

La sabiduría popular nos señala el camino de insistir en la Democracia responsable sin antinomias extremas e irreconciliables, donde seamos capaces de solidificarla con la cristalización de una alternancia responsable sin espacio para extremismos improvisados y de ocasión.

Nuestra sociedad fue testigo de efímeros momentos de satisfacción económica, en una parte de los noventa y en la gestión de Néstor Kirchner, pero no se logró construir una matriz distinta y sustentable en el tiempo. Entonces, al país le está faltando, en el plano económico, el salto cualitativo que dio en el plano político- institucional al recuperar la democracia. Es decir, tener veinte años de crecimiento y austeridad sostenida, de un desarrollo diversificado que no dependa exclusivamente de la exportación agropecuaria. Eso es lo que Argentina no ha logrado. Esa es la gran deuda de estos cuarenta años de democracia que la historia sabrá juzgar con más y mejor perspectiva.

Harán falta mucha humildad y serenidad para leer los resultados en sus múltiples dimensiones y en toda su complejidad. Se necesitará un verdadero esfuerzo para no caer en la trampa de las simplificaciones ni en el cinismo de la negación.