El jueves pasado se estrenó Toda esta sangre en el monte, la ópera prima de Martín Céspedes, y el acontecimiento significa, por lo menos, un rejuvenecimiento en la forma en que se practica el posicionamiento político y la mirada cinematográfica del otro en la historia del documental argentino.
Podríamos decir que el film retrata la lucha encarnizada que lleva a cabo el MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero) para defender sus tierras y su modo de vida ante el avance temerario del agronegocio. Podríamos decir que esta es la historia de un asesinato a sangre fría (y su consecuente lento y cruel proceso judicial) que interrumpe la apacible vida de una comunidad para transformarla para siempre. Podríamos decir que la película transmite, sustancialmente, un coágulo de sensaciones relacionadas con la vida simple de los campesinos, su relación con el trabajo, con los animales, con la tierra y con sus hijos, una idiosincrasia completamente extranjera para el habitante de la gran ciudad, una idiosincrasia en peligro.
Pero nada de esto alcanza para describir el logro de Toda esta sangre en el monte. Narrada desde un lirismo furioso y que sin embargo esquiva cualquier atisbo de pretensión, la estética del film impacta y atraviesa, conmueve. No se trata de un intento por estetizar la violencia, si no de ese instinto visual casi providencial del ojo de Céspedes, que siempre está ahí para capturar el instante en que una fuerza se expresa en toda su intensidad, en toda su contradicción o su ironía. Fugazmente y sin spoilear: unos perros se entreveran como en una danza para acercarse a lengüetear un charco de sangre, el que dejó un cabrito que acaba de ser degollado por un padre y su hijo; también: luego del escopetazo y el desangre, un niño camina contento por un sendero de tierra, jugando a desplumar a la presa; también: las mujeres, heroínas y víctimas número uno de esta historia, se desarman en llanto para caer entre las humaredas, o se levantan furiosas para gritar su resistencia.
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El final es una arenga, y no podría ser de otro modo ante la injusticia que acabamos de vivir. Céspedes se posiciona desde un comienzo del lado de los más vulnerables, aunque sin panfletos ni consignas. En ese sentido, uno de los mayores logros argumentales es el de contar una historia sin echar mano al formato entrevista ni una sola vez. En alguna ocasión, excepcional, los protagonistas miran a cámara y dicen algo; durante gran parte de la película, la historia se cuenta por la cámara que, intrusa, recorta fragmentos de realidad, los mezcla, percibe sus latidos y suele acompañarlos. El trabajo de sonido es tan notable como el trabajo de encuadre, y no es un mérito menor desde la lupa de las producciones locales.
La violencia que Céspedes, desde todos los puntos de vista, retrata en este film, rebalsa de belleza. Es algo que el público argentino suele rechazar en los realizadores locales, acusándolos de funcionales a algo, pero admiran en figuras como Herzog. Pues bien: en esta película ese injusto criterio no puede sostenerse. No hay espacio para esa clase de ingenuidad. El asesinato es aberrante, el dolor es infinito, y la vida, más allá de todo, es bella. Es bella porque la hacen las personas que luchan. Y, en este caso, las que luchan sencillamente para vivir en paz.
Toda esta sangre en el monte puede verse todos los días a las 13:20 y a las 20:20 hs. en el Cine Gaumont.
Este Sábado 4 de Agosto, a las 20:20 hs., función especial con Nora Cortiñas, Madres de Plaza de Mayo.