En sus arranques de ardor creativo, el PRO -consorcio de publicistas, diseñadores y mediáticos- están legando al mundo una cantidad de neologismos: "recibódromo", "subtrenmetrocleta", "dedear". Y en esta semana, "timbreo". Probablemente sea obra de los mismos redactores publicitarios que en estos días nos vienen proponiendo "clubeala" (a la tarjeta del Club de Lectores La Nación) y "ondemandeá" (a tu plan de televisión por cable).
Hacen lo mismo que Arjona hizo con Jesús: convertir a un sustantivo en un verbo.
Pero volvamos al timbreo. "Es un momento en que el vecino nos comparte lo que cree, lo que piensa y lo que siente" se dice desde un videoclip del PRO que circuló por las redes durante esta semana. Un grupo de jóvenes explica cómo debe hacerse; en el espíritu de las misiones de las parroquias católicas y las inefables visitas a domicilio de los Testigos de Jehová, el video detalla los pasos para recorrer, visitar casas, conversar con sus moradores y tomar los datos en un cuaderno con el logo del PRO.
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La idea que subyace detrás de esto es la de escuchar "lo que la gente quiere", el latiguillo de moda de estas elecciones. Se da por supuesto que los vecinos del barrio quieren el cambio y están dispuestos a recibir a los timbreadores para contarles sus historias. La retórica del PRO se alimenta de esas historias ("...con Margarita, que tiene tres hijos chicos y está cansada de vivir en una calle de tierra"). Este video para "aprender a timbrear" ya no puede verse públicamente y hoy es patrimonio privado del entrenamiento de los militantes del PRO. Una hipótesis maliciosa sostiene que ese video existió para crear la ilusión de que existen sus militantes y que están timbreando.
El timbreo se suma a una lista de herramientas de propaganda alternativa, que quieren ser complemento a la militancia de base. Para los votantes de la vieja guardia existe el spot televisivo y el llamado telefónico ("Hola: soy Sergio Massa y quería contarte que..."). Se vale del teléfono de línea, ese aparato cada vez más anacrónico y menos usado y contempla una alternativa: la encuesta falopa: ("Hola. ¿Conoce usted la labor del diputado Mengano?" "¿Sabía usted de sus propuestas en el área de la salud? Conteste sí o no"). La generación intermedia recibe mensajes de spam partidista (cartas abiertas, saludos por alguna fiesta de parte de los candidatos más zarpados). Por último, los navegadores de la Web se tropiezan con los candidatos en Twitter y Facebook (sus sugerencias de "Personas que deberías conocer") y el último grito: los más que molestos spots de diez segundos que aparecen antes de ver un video en YouTube.
El ciudadano digital recorre otros barrios y estos son los nuevos intentos de ponerse en su camino. Pero el spam político es el testimonio de una imposibilidad, una herramientas destinada al fracaso, molestias discursivas que se atraviesan con sus respuestas a preguntas que jamás nos hemos hecho. De ahí su inefectividad. Tal vez, hablar de "presencia efectiva en las redes y en los medios" sea un oxímoron similar al de "animación en powerpoint útil". Tal vez sus creadores prefieran ser odiados antes que desconocidos.