La semana pasada me expresé, al igual que muchos ciudadanos preocupados, sobre los hechos que sucedieron en Zavaleta, donde prefectos torturaron a un grupo de jóvenes pertenecientes a "La Garganta Poderosa". En dicho repudio me referí a "los excesos" cometidos por las fuerzas de seguridad, pedí que la justicia investigue y aplique las sanciones correspondientes y, debo admitir, me sorprendieron las respuestas que recibí por parte de algunas personas (que motivaron la publicación de una nota en este mediosobre la reacción de los tuiteros, a raíz de la cual solicité publicar esta aclaración). Sin más fundamento que una interpretación forzada sobre el uso de una palabra, me acusaron de ser simpatizante de la etapa más oscura de nuestra historia.
Pido perdón si alguien se sintió ofendido por el uso de la palabra "exceso". Quisiera explicar a qué me referí y qué sentido tiene para mí en aras de la buena fe. Un exceso puede ser tanto "hacer de más", un accionar imprudente como también puede ser entendido como el actuar por fuera de un límite establecido, es decir, un abuso. La primera de las posibilidades se puede determinar sólo casuísticamente y es necesaria la intervención judicial para determinar si hubo o no una conducta ilegal por traspasar un límite legal o de razonabilidad, mientras que en el segundo caso se actúa por fuera de los límites o competencias legales tratándose así de conductas a priori ilegales. A esto segundo me refería.
Lo acontecido me hizo reflexionar sobre la grieta que existe en nuestra sociedad. Grieta que se plasma en la forma en la que interpretamos los gestos, los dichos y las acciones de quienes entendemos están "del otro lado". ¿Cuánto nos cuesta asumir lo peor del otro? Difícil saberlo, pero gratis no es. Nos hemos acostumbrado a convivir con la violencia, especialmente con la discursiva, con justificar abusos e injusticias ante quien piensa diferente.
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Entre todos tenemos que trabajar para reconstruir el tejido social y apostar a una convivencia cívica más ordenada. Donde haya grietas, construyamos puentes. Donde exista una duda sobre las intenciones del otro al hacer o decir algo debe guiarnos la prudencia a la hora de juzgarlo. Hemos sido víctimas de discursos políticos basados en la confrontación, el odio y el resentimiento. Es hora de avanzar hacia otro modelo de convivencia.
El Orden, vivir en una comunidad organizada, no es de derecha ni de izquierda. Habla de la relación entre los individuos, la comunidad y el Estado. No podemos permitir que en nombre de diferencias políticas circunstanciales se habiliten conductas por fuera de la Ley. Forzar los límites de la misma permanentemente nos lleva a un estado de anomia, de desorden social que le resulta funcional a los violentos, a los delincuentes y a quienes recurren a conductas antidemocráticas. Recuperemos el don del diálogo y aprendamos a confiar en el otro nuevamente. Sólo así tendremos una mejor Democracia.