Jair Messias Bolsonaro reconoció ayer lo que había negado tantas veces en los días anteriores: es posible que esté infectado por el coronavirus. El presidente de Brasil había notificado de dos pruebas que dieron negativo, pero no quiso mostrar los resultados. A última hora del martes pasado, tuiteó: “Informo que mi segundo test para Covid-19 dio negativo. Buenas noches a todos”. Los panelaços (cacerolazos, en portugués) se escucharon en todo el país y volvieron a repetirse al final de cada jornada desde entonces.
Veintidos ministros y colaboradores de su gabinete, que habían viajado con él a los Estados Unidos a comienzos de este mes, dieron positivo. Ayer, el titular de la cartera de Salud, Luiz Henrique Mandetta, dijo en una videoconferencia con empresarios que tan pronto como en abril el sistema sanitario colapsará y que la pandemia continuará hasta septiembre. Por primera vez desde el comienzo de la crisis, Brasil decidió cerrar sus fronteras. Todo indica que ya es demasiado tarde,
Hasta hoy, con 977 casos confirmados y once muertes, es el país más afectado de América Latina. Bolsonaro no solamente se ha negado a tomar medidas que restrinjan la circulación; también dictó un decreto que limita esa posibilidad a los gobernadores. “Están tomando medidas extremas que no les corresponde”, justificó en una entrevista en la que también defiende el derecho de realizar en ceremonias religiosas multitudinarias. Los influyentes líderes evangelistas son el único apoyo político que le queda.
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Brasil es una bomba esperando estallar. Los seguidores del presidente, que aún goza del cincuenta por ciento de aprobación de la opinión pública, siguen a rajatabla el discurso de que la pandemia se trata de “una fantasía” y suben videos a las redes sociales mofándose de las medidas de prevención que se toman en otras partes del mundo e invitando a otros a recorrer las ciudades propagando la infección, como parte de los festejos del cumpleaños número 65 del Presidente, que él mismo llamó a celebrar hoy en las calles.
Esta semana ingresaron al Congreso brasileño dos pedidos de impeachment contra Bolsonaro, que cuentan con el apoyo de varios de los partidos que se coaligaron para permitirle llegar a la presidencia. Sin embargo, van a encontrar dificultades para prosperar. Por un lado, la urgencia sanitaria no cuenta con el tiempo que toma un proceso de juicio político. Por el otro, muchos dirigentes opositores creen que es la excusa que espera el mandatario para dar un autogolpe y cerrar el parlamento.
La semana pasada, en plena pandemia, se realizó una multitudinaria marcha de repudio a los poderes legislativo y judicial, que en los últimos meses bloquearon varias iniciativas presidenciales, como la desregulación de la venta de armas a civiles. Bolsonaro, que primero había convocado a participar y luego se desdijo, asegurando que se trataba de una manifestación espontánea, rompió su cuarentena para ponerse al frente de sus simpatizantes.
Este lunes, gobernadores de todo el país realizarán una videoconferencia para decidir, entre ellos, el camino a seguir y las medidas requeridas para enfrentar a la pandemia. Se trata de una desobediencia directa a las normas dictadas por el mandatario. La iniciativa surgió del llamado Consorcio Nordeste, que agrupa a los jefes estaduales más críticos con la gestión Bolsonaro, pero obtuvo el apoyo de otros, como el influyente gobernador de Sao Paulo, Sergio Doria.
Los cuestionamientos también comienzan a llegar desde la cúpula militar. Después de que el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del Presidente, desatara una crisis diplomática con China por escribir en sus redes sociales que ese país es responsable de la pandemia, el vicepresidente e influyente general retirado, Hamilton Mourao, lo criticó duramente y tomó distancia de esos dichos: "Eduardo Bolsonaro es un congresista. Si su apellido fuera Eduardo Bananinha, no sería un problema. Él no representa al gobierno”, dijo.
Sin apoyos políticos y al borde de una crisis sanitaria, el camino de Bolsonaro se estrecha: la oposición teme que aproveche la emergencia para extralimitar sus atribuciones y dar comienzo a una dictadura. Un sector del establishment aboga abiertamente por que las Fuerzas Armadas lo corran y tomen su lugar. Los gobernadores y los líderes del parlamento, los conservadores Rodrigo Maia y Davi Alcolumbre (que también dio positivo en su test de coronavirus), buscan a contrarreloj una salida política.
Anoche, la jueza Raquel Soares Chiarelli hizo lugar a un pedido del gobierno de Brasilia para que el Hospital de las Fuerzas Armadas haga pública la lista de positivos por Covid-19 que fueron testeados en esa institución. Entre los que se realizaron el examen en el HFA está el Presidente. Si se descubre que ocultó los resultados, podría ser el principio del final del breve pero dañino gobierno de Jair Messias Bolsonaro. Los problemas causados por él al pueblo brasileño, lejos de terminar, recién están comenzando a manifestarse.