El 20 de junio fue sin duda una fecha especial donde alrededor del mundo se conmemoraron diversos acontecimientos: en Argentina, claro, se celebró el Día de la Bandera, mientras que a nivel internacional la ONU nos hizo recordar que era el Día Mundial de los Refugiados. A su vez, los países y regiones del hemisferio sur hicieron una reverencia al frío, saludando al primer día del solsticio de invierno. Pero hay una celebración desubicada que desencaja en el calendario, y más aún cuando la situamos al lado de otra, que es aquella que justamente da la nota: el 20 de Junio es, de acuerdo a Wikipedia, el "Día Internacional del Surf" pero también es, irónicamente, la fecha en la cual hace exactos cuarenta años se estrenó "Tiburón" en cines, esa pesadilla monstruosa que a más de uno alejó del mar y ni hablar a cuántos bajó de la tabla.
Calcular la importancia de dicha película en la cultura occidental es tan fácil como ponerse a pensar cuántas veces habremos tarareado en nuestras mentes el leitmotiv principal de la misma. Esas dos notas de terror que amenazan e impacientan a la legua, ya sea cuando estamos en el mar, un río y hasta en una pileta, si tenemos algo de retorcida imaginación (no sucede así en la ducha, ya que de eso ya se había encargado antes Hitchcock con su "Psicósis", y de hecho la relación con el maestro y esta película recién comienza en ese preciso punto).
"Jaws", tal su título principal menos literal -y quizás más acertado- proveniente del bestseller homónimo de Peter Benchley, remite a la mandíbula del escualo, es decir, esa interminable fila de dientes que se renueva constantemente, de la misma manera que lo hace el miedo que nos paraliza cada vez que vemos en el agua una aleta asomando. En el año 1975 Spielberg tuvo el gran acierto de entender dos cosas: por un lado, que la literatura no es cine y por ende a veces la fuente necesita un mejor guión (es uno de los mejores ejemplos de ello), y por el otro, que los humanos le tememos no tanto a lo que vemos sino a lo que no. A lo desconocido, a lo que está ahí cerca pero no podemos/queremos mirar... hasta que ya es demasiado tarde. Esto último, increíblemente, fue un acierto fruto de un error: el posterior realizador de E.T: El Extraterrestre no se percató de lo difícil que sería filmar en altamar, y tras rendirse ante las fallas operativas del tiburón mecánico comprendió que lo mejor sería mostrarlo lo menos posible. El efecto fue aterrador, pero increíblemente aún hoy pocos aprendieron la lección. Esa que dice (y de nuevo para recordarla hay que citar al Maestro Hitchcock) que hay que saber diferenciar "sorpresa" de "suspenso". El ejemplo de la bomba debajo de la mesa y el distinto modo de mostrar si detona (o no) la misma es harto conocido, y explica a la perfección cómo se compenetra con la narración el espectador. Spielberg prestó atención en clase y por eso recordó que era más importante no arrojarle al mismo en la cara un monstruo, sino recordarle que éste se encuentra ahí debajo, siempre presente.
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Y cómo responde el hombre a la amenaza es tan sólo uno de los cientos análisis de esta película que, superficialmente, parece tan sólo "una más del género", pero ciertamente de superficial no tiene nada. Los psicólogos, sólo por empezar con ellos, pueden pasar horas analizando el aspecto más fálico de la película: cuando la primer bañista muere, sacudida por el leviatán que con fuerza y salvajismo la revuelca por las olas, ésta grita "¡me duele!", mientras que el muchacho que la espera en la orilla, borracho y casi dormido, ignora sus plegarias repitiéndose en voz baja "I'm coming, I'm coming" (en inglés, un sustituto para nuestro "estoy acabando"). Los sociólogos también pueden divertirse, ya sea estudiando el fenómeno colectivo provocado en el pueblo de Amity Island por la llegada del descomunal ser, u observando la lucha de clases representada en el micromundo de un barco a la deriva, donde un pescador (baja) convive con un policía (media) y se saca los ojos con un biólogo marino (alta), con resultados -uniones y desuniones- a menudo inesperados. Los estudiantes de letras pueden sorprender a sus amigos contándoles que la primer mitad de la película es, no tan inocentemente, una reversión del Enemigo del Pueblo de Ibsen y que, obviamente, la segunda le debe bastante al Moby Dick de Melville. Y, claro, los biólogos marinos (de la clase social que sean) pueden corroborar y desmitificar una enorme cantidad de datos proporcionados por los guionistas.
Hablar de "Tiburón", se entiende entonces, es algo que puede alimentar largas conversaciones y para ello un sólo artículo como éste no basta. Conviene mejor remitirse al análisis de Ángel Sala titulado como la misma película (Editorial Planeta Latino) o mejor aún, al invaluable diario que llevó durante el rodaje uno de sus guionistas, Carl Gottlieb, denominado "The Jaws Log" (no editado en nuestro país). Pero antes, a sabiendas de que permite tantas lecturas, lo mejor es revisarla como se debe: en pantalla grande, aprovechando la reciente restauración que le dio Universal Studios. El Club Cinética para ello ha programado un ciclo de "animales asesinos" que comienza, justamente, con esta película, proyectada en alta definición para poder apreciarla como se debe. Los 40 años son así apenas una buena excusa, ya que no es difícil imaginar cómo la influencia de este film perdurará -por lo menos- otros cuarenta años más.