¿Podrá Juntos por el Cambio sobrevivir sin grieta? Las recientes declaraciones del ex presidente Mauricio Macri en el encuentro organizado por la Fundación Libertad y Desarrollo en Guatemala, sonaron a déjà vu.
Un déjà vu más del 2018 que del 2016. Más del Macri encaprichado y sombrío, incapaz de gobernar un país que nunca le gustó, alineado con los “duros” de (la entonces coalición) Cambiemos, Bullrich, Carrió, más tarde Pichetto, que del Macri heredero exitoso que se sacrificó para rescatarnos del fracaso, acompañado por sus amigos de la Champions, duranbarbismos mediante.
El Macri que se nos mostró en Guatemala es su peor versión: “el populismo es mucho más peligroso que el coronavirus”, dijo, una desafortunada metáfora que pasará a engrosar el repertorio de las metáforas clásicas de la derecha más rancia. Esa derecha que nos habla convocando símbolos identitarios primitivos y elementales, con el objetivo de despertar nuestros miedos más primarios y ancestrales. Para este Macri, el de 2018, el populismo ya no es una etapa superada, como lo era para el de 2016, sino un virus que afecta a un cuerpo enfermo, el de la Argentina.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Este Macri déjà vu reiteró en su discurso varios de sus slogans más marketineros: “no aislarnos del mundo”, “cambiar con meritocracia”, y otros, a los que agregó el poco feliz “en democracia no todo es tocar un botón”. También repitió aquella típica fórmula de Cambiemos, que por un lado proponía “unirnos”, “dialogar y negociar”, y por otro lado arrojaba fuera de la política a ese enemigo ancestral del “relativismo moral”, esa “hipoteca para el futuro”: el populismo (ahora, en su versión viral).
Más allá de que Macri hable en Guatemala ante un selecto auditorio de expresidentes iberoamericanos, sabemos que su mensaje está dirigido también, y tal vez sobre todo, a incidir en la por el momento discreta rosca de JxC. Rosca que se toma su tiempo, bien porque muchos de sus protagonistas prefieren seguir vacacionando, o bien porque les resulta conveniente aprovechar los pausados tiempos políticos que va marcando el gobierno de Alberto Fernández.
Dijimos en una columna anterior (“Esperando a Guzmán”) que Fernández es un presidente postgrieta que optó por usar el mayor tiempo posible antes de confrontar, jerarquizando las batallas. Por cuánto tiempo más será posible mantener a esta sociedad arrasada por el neoliberalismo a este ritmo de la voluntad es difícil de adivinar. Pero por el momento el clima social parece mostrar que no quedaba mucho margen para soportar nuevas polarizaciones.
El gobierno de Fernández enfrenta muchos problemas para ampliar la cancha, para ampliar su margen de maniobra, pero en su vínculo con la oposición parece estar logrando correr la cancha de lugar. Por un lado, camina por un desfiladero flanqueado por el legado crítico de Cambiemos y por las fricciones potenciales entre las fuerzas heterogéneas que componen la coalición del Frente de Todos. Por otro lado, voluntaria o involuntariamente, su opción por las “confrontaciones soft”, selectivas, de baja intensidad, le corre la cancha a la oposición de JxC, cuya materia preferida es la de la polarización.
Cambiemos, versión ampliada del PRO macrista, fue una fuerza ultrapolítica nacida de la crisis de 2001, fabricada para ganar pero que, sin embargo, fracasó en el gobierno y perdió las elecciones en 2019. ¿Será capaz JxC de reponerse de esta condición, como reclamaba una solitaria Carrió luego de la derrota electoral? ¿Podrá construir liderazgos que puedan asumir los nuevos equilibrios y vínculos que le propone Fernández? ¿O pondrá sus esfuerzos en volver a poner la cancha en el lugar donde se sentía más a gusto, el de la grieta y la polarización, como este Macri déjà vu?