En lo que va de esta semana, en Chile renunció el ministro de Salud por haber ocultado estadísticas sobre las víctimas fatales del coronavirus, se postergó el estado de Emergencia por otros 90 días y el gobierno reconoció 30 mil casos positivos que no se habían registrado en su momento, llevando la cuenta total a más de 220 mil. El sistema sanitario en la región metropolitana, la más poblada, se encuentra colapsado: hay pacientes, los que pueden pagarlo, que vuelan más de tres horas en avión para conseguir una cama de terapia intensiva libre. Con más de doce muertos diarios cada millón de habitantes, una tasa que triplica la de Brasil y es seis veces más alta que en los Estados Unidos, el país que hasta hace no tanto era puesto como ejemplo por la intelligentzia liberal argentina naufraga en una crisis por el coronavirus pero también en las contradicciones sociales y económicas de décadas que estaban saliendo a la luz incluso antes del comienzo de la pandemia.
“Hibernar” es la palabra de moda esta semana en el debate público chileno. Se trata de una propuesta para restringir al máximo la movilidad en la zona de Santiago, la más afectada por la enfermedad, hasta controlar una situación que ahora está completamente desmadrada. Por ahora, el nuevo ministro de Salud, Enrique Paris, descartó que vaya a tomarse la medida en lo inmediato pero endureció las restricciones y sumó más zonas a la cuarentena: ahora, más de la mitad de la población del país está bajo ese régimen. La prórroga del estado de excepción declarado por el presidente Sebastián Piñera a mediados de marzo por tres meses más permite, entre otras cosas, que los militares patrullen las calles durante el toque de queda. "Si la gente no entiende por la razón, obviamente vamos a tener que aplicar más fuerza", advirtió Paris. Los recuerdos de la represión durante las protestas a fines de 2019 y comienzos de 2020 todavía están frescos en la sociedad chilena.
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El nuevo integrante del gabinete llegó para reemplazar a Jaime Mañalich, que estaba al frente de la lucha contra la pandemia pero además era una figura clave del gobierno de Piñera, de quien es amigo personal. La renuncia tuvo como trasfondo el fracaso de su estrategia de “cuarentenas inteligentes” pero se precipitó cuando una investigación detectó diferencias entre el número que reportaba diariamente el ministerio en sus partes públicos y el que el mismo organismo le informaba a la OMS, por utilizar dos criterios diferentes para contar casos y hacer público sólo el resultado más leve. Desde marzo, el gobierno chileno cambió tres veces el protocolo para registrar los positivos y las muertes y en cada ocasión tuvo que blanquear miles de víctimas que habían sido barridas debajo de la alfombra. Ayer mismo, se incorporaron 31 mil infectados confirmados que habían quedado afuera de las estadísticas porque “su estado no había sido actualizado” en el sistema.
Chile evitó ir a una cuarentena estricta, pero su economía se calcula que caerá un 7%
El 3 de marzo, al mismo tiempo que Argentina, Chile confirmaba su primer caso importado de Coronavirus. Las estrategias fueron distintas: mucho más testeos (aunque sin un criterio epidemiológico), “cuarentenas inteligentes” en distintos barrios y la preocupación por cuidar la economía primaron en la respuesta inicial del otro lado de los Andes, siempre dentro del marco del estado de excepción. Durante los primeros dos meses la estrategia parecía dar resultados pero a mediados de mayo, en paralelo a una nueva serie de protestas contra el gobierno, que seguían la línea del movimiento iniciado en octubre de 2019, se comenzó a disparar el número de casos. En un mes, pasaron de 30 muertes diarias a más de 200 y el sistema de salud de saturó. La economía, como en todo el mundo, tampoco se salvó de los efectos de la pandemia. Según nuevas estimaciones del Banco Central, la caída del PBI será superior a 7%, la más importante desde que recuperaron la democracia.
El caso despertó la atención internacional por su ferocidad. El epidemiólogo de la Universidad de Harvard Eric Feigl-Ding describió ese país como “un tren sin frenos” cuyo conteo de muertes per cápita es “masivamente más alto que en ningún otro lugar del mundo”. Después de mostrarse como un ejemplo durante el comienzo de la gestión de la pandemia, cuando hubo que cerrar era tarde y se hizo mal: la falta de asistencia alimentaria del Estado causó en mayo manifestaciones violentas y saqueos. El testeo masivo, sin un plan efectivo de rastreo y aislamiento, tampoco sirvió para evitar la debacle: aunque se hacían más exámenes se triplicó la tasa de positividad, algo similar a lo que está sucediendo en Argentina. Indica que los contagios crecen más rápido que la capacidad de detectarlos y es una señal de alarma para reevaluar de forma urgente las estrategias sanitarias. Chile no supo o no quiso hacerlo.
Las coincidencias con lo que sucede en la Argentina no son pocas y deberían llamar la atención de las autoridades locales. “Hay áreas de Santiago de las que no tenía idea de la magnitud de la pobreza y el hacinamiento”, se excusó Malañich unos días antes de renunciar. La informalidad laboral y las dificultades objetivas para conseguir un nivel saludable de aislamiento son factores ineludibles al estudiar el caso chileno, que se repiten, con otras características, en nuestro país. Según el politólogo chileno Claudio Fuentes, en un artículo del portal de noticias Bloomberg, “el gobierno pensó en el encierro en términos de gente como ellos, como si todo Chile fuera de clase media-alta, gente que puede quedarse en casa y trabajar desde allí” por eso “no garantizaron el aislamiento de las personas infectadas en las zonas más pobres”. Una vez más, tenemos la suerte de poder leer el diario del lunes. Ahora, se trata de actuar en consecuencia.