El contexto actual de contagios por Covid-19 en aumento, sumado a la crítica situación de nuestro sistema de salud, nos llena de preocupación. Sin embargo, me gustaría esbozar algunas oportunidades para el futuro de nuestro país, ya que es nuestra responsabilidad poder planificar una Argentina post pandemia que reinicie el camino al desarrollo.
En primer lugar, la esperanza que trae el proceso de vacunación en marcha. Hoy, cualquier escenario económico está condicionado por el porcentaje de población inmunizada para poder resolver la actual crisis sanitaria. El desarrollo en tiempo récord de varias vacunas nos da certezas que, en el mediano plazo, podamos volver a algo parecido a la normalidad que supimos conocer.
En segundo lugar, la economía muestra signos de recuperación en índices clave, marcando un despegue. Un ejemplo de ello es la recaudación de impuestos que aumentó 10% en términos reales durante el primer trimestre de este año, impulsada tanto por la recuperación del mercado interno como por el aumento del comercio exterior.
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Ahí es donde quiero puntualizar. A partir del segundo semestre del año pasado, el precio de los commodities aumentó fuertemente. El índice que elabora el FMI da cuenta de un salto del 41% entre julio del 2020 y marzo del 2021, alcanzando el valor más alto desde 2014. Además, en los últimos días la tonelada de soja llegó a 600 dólares, el valor más alto desde 2012.
A partir de esto, quiero exponer por qué el aumento en los precios de las commodities puede presentar para nuestro país un escenario de oportunidad. Claro que muchos podrían negar automáticamente esta afirmación ya que estos precios internacionales suponen una mayor competencia para el precio del suelo y por tanto de los alimentos de consumo doméstico. Efectivamente, la inflación en el rubro de alimentos es una de las mayores preocupaciones cuando hablamos de aumento de pobreza y desigualdad. Pero, aplicando las herramientas necesarias, construyendo alianzas y acuerdos debidos, insisto, puede ser una llave para nuestra economía.
El desafío entonces, es no dejar para mañana lo que podemos empezar a hacer hoy: transformar la estructura económica de nuestro país. La economía argentina parece estar atada a crisis cíclicas, producto de la escasez de dólares derivada de la misma estructura productiva. La barrera que los y las economistas denominamos como “restricción externa” está en la génesis de cada crisis e impide que, a veces más cerca y otras más lejos, no logremos crecer y generar ocupación de forma sostenible en el tiempo.
¿Por qué estamos aquí? La matriz económica no es un hecho de la naturaleza, sino que es el resultado de la conformación de economía política que se ha dado a la largo de la historia de nuestro país. Por supuesto que podemos tener distintas miradas sobre los planes económicos y las políticas sociales que no hacen más que promover un debate público, siempre en un marco democrático, plural y de respeto. Pero me atrevo a aseverar que hay un extenso consenso sobre la necesidad de una Argentina competitiva a nivel mundial, con una mejor distribución de los recursos, que estimule un renovado mercado interno que nos permita salir de la pobreza para construir nuevamente ese país de oportunidades.
En pocas palabras: para generar empleo para salir de la trampa de la pobreza necesitamos crecer; pero para crecer necesitamos los dólares que la propia industria junto al consumo nacional requieren; y para tener los dólares necesitamos exportar y nuestro sector más competitivo es el agro.
En este contexto de crisis mundial, pero al mismo tiempo de ingreso de divisas, hay una oportunidad que debe ser aprovechada para establecer una solución de largo plazo, no sólo con el fin de apaciguar los costos de la pandemia.
¿Cómo lograrlo? Es innegable el rol fundamental que ha tenido el agro en la economía nacional, como dinamizador de ciencia y tecnología aplicada, como promotor de la agroindustria, pero sobre todo, en términos macroeconómicos, como el proveedor histórico de divisas.
Para contextualizar, desde la salida de la convertibilidad aportó usd 418.000 millones netos y representa el 90% de los dólares que compraron para ahorrar los argentinos, empresas y personas físicas, durante esos años. El volumen de las exportaciones del agro, el 40% del total de la Argentina, da cuenta de su competitividad a nivel internacional. Sin embargo, es evidente que únicamente con el agro no alcanza. Apenas genera de forma directa el 10% del empleo del sector privado sumado a las recurrentes crisis cambiarias dan cuenta que la economía demanda más dólares de los que puede aportar, sobre todo en un escenario de crecimiento sostenido.
Sin un Estado presente y activo, el camino más probable sería que una proporción importante del aumento de las exportaciones producto del aumento en los precios de los commodities termine en cuentas bancarias en el exterior. Hoy los argentinos tienen usd 234.500 millones en billetes además de los depósitos fuera del país, algo así como seis veces el nivel actual de las reservas internacionales.
Es necesario entonces direccionar el mayor ingreso de divisas en función del desendeudamiento con acreedores privados y organismos multilaterales de crédito, como el Club de París y el FMI, para recuperar soberanía y grados de libertad sobre nuestro accionar. Pero fundamentalmente el Estado tiene el deber de redireccionar esos ingresos hacia el crecimiento de nuevos sectores de alto valor agregado con capacidad de exportar y generar nuevos puestos de trabajo. Sólo unos ejemplos entre las numerosas opciones: la industria química, del software, logística y de servicios. Así, se reducirá nuestra vulnerabilidad a los vaivenes en los precios de las commodities, que depende tanto de causas climáticas como de hábitos de consumo de otros países. Esta vez, esas variables nos han repartido una buena mano. Usemos esas cartas para revertir la situación.
El sistema productivo argentino se ha definido siglos atrás con una estructura marcada por el modelo agroexportador que ha sido difícil de modificar. Los intentos de establecer un modelo de sustitución de importaciones, un modelo productivo de bienes elaborados, han sido favorables, pero no suficientes. Reconstruir un país y volver a sostener una estructura que produce bienes de baja complejidad, nos pone de nuevo a las puertas de una nueva crisis.
Entonces surgen otras preguntas: ¿Cómo aprovechar esta oportunidad para cambiar la estructura económica que nos hace dependientes de los precios internacionales? ¿Qué industrias fomentar, a las cuales se les permita introducir mejores tecnologías e insumos que permitan crecimiento independiente de los precios internacionales? ¿Cómo lograr acuerdos para que las políticas económicas sean sostenibles más allá de que la coalición gobierne?
La recientemente sancionada Ley de Economía del Conocimiento otorga beneficios fiscales y promueve el desarrollo de la industria del software. El cable transpacífico por el cual nos conectaremos con Asia vía Chile, en el que Arsat tendrá un rol protagónico, será una pieza muy importante de la infraestructura necesaria para mejorar nuestra competitividad y fortalecer nuestra soberanía tecnológica. La reciente ley sobre Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación eleva el presupuesto destinado a esta área a más de 1% del PBI en 2032. Y a su vez, en el marco de la pandemia, la industria química y farmacéutica ha demostrado sobrada capacidad para desarrollarse y competir a nivel global cuando el Estado la acompaña.
Buscar el desarrollo implica diversificar la economía para ganar estabilidad macroeconómica y cuidar así las fuentes de trabajo y el ingreso de las mayorías. Esto es complementar las actividades dirigidas hacia el mercado externo, con aquellas apuntadas al desarrollo del mercado interno. Es decir, si por momentos los precios internacionales son bajos (cómo ha ocurrido en los últimos años), poseer un sector interno de gran dinamismo y capacidad que logre aminorar el impacto económico; por otro lado, en casos de una disminución de la actividad interna que el sector exportador logre cubrir los déficits económicos.
Las oportunidades se presentan muy pocas veces y en este momento, además tenemos un Gobierno nacional y popular con las herramientas y decisión para generar estos acuerdos. Pensar un cambio estructural que llevará años, hasta décadas, es un desafío que tenemos que afrontar si queremos vivir en una Argentina más justa y soberana. No alcanza solo con parches, porque el desempleo, la desigualdad, la marginalidad no se borra solo con políticas sociales. Debemos romper el ciclo de crisis económicas y para eso es necesario crear trabajo digno. Eso quiere decir apostar por una nueva matriz productiva con sectores dinámicos que se sumen a los actuales.
El campo tiene que comprender y compartir la agenda de desarrollo con inclusión social, porque sin esa agenda no hay futuro. Hoy implica cuidar la mesa de los argentinos y argentinas, pero al mismo tiempo realizar una inversión estratégica además de conjunta con el estado para apalancar las cadenas de valor alrededor del agro. Esto se logra con un Estado presente. El contexto internacional ayuda, que no sea por la mezquindad o inoperancia de algunos que perdamos la oportunidad de reiniciar un programa de desarrollo con inclusión.