A mediados de los años 80, cuando su nombre todavía era sinónimo de fama mundial, Brigitte Bardot tomó una decisión que cambiaría para siempre su destino. Con tres divorcios a cuestas, una relación distante con su hijo y un profundo desencanto con el ambiente artístico, Bardot eligió retirarse de la vida pública y volcar toda su energía en una causa que marcaría sus últimos años: la defensa de los animales. Esta militancia, además de su trabajo artístico, hizo que la noticia de su muerte, este 28 de diciembre a los 91 años, conmocionara al mundo entero.
En 1986 abandonó definitivamente el cine y la música. Un año más tarde, vendió gran parte de sus bienes para instalarse en La Madrague, su casa en Saint-Tropez, que transformó en refugio para animales rescatados. Allí comenzó una etapa silenciosa, lejos del glamour que la había convertido en mito, pero cargada de militancia y confrontación.
La creación de la Fundación Brigitte Bardot (BBF) fue el eje central de su vida durante las décadas siguientes. Desde allí impulsó rescates, campañas internacionales y asistencia legal para casos de maltrato animal. La fundación llegó a albergar miles de animales, entre los que se pudieron contabilizar 1150 caballos, 1250 vacas y bisontes, 650 cabras, 3.000 ovejas y 250 cerdos entre otras especies zoológicas, distribuidos en refugios propios y redes de acogida.
Durante estos años, Bardot prácticamente desapareció del espacio mediático tradicional, pero nunca dejó de intervenir en debates públicos. Escribió cartas abiertas a presidentes, denunció prácticas de la industria alimentaria y presionó para modificar leyes vinculadas a la protección animal, tanto en Francia como en decenas de países.
Una voz incómoda, incluso en el retiro
Lejos de suavizar su discurso con el paso del tiempo, Bardot se volvió cada vez más directa. En sus últimos años envió cartas públicas al presidente Emmanuel Macron exigiendo cambios concretos en el trato a los animales en los mataderos y se pronunció contra la caza, las corridas de toros, las riñas de animales y la cría en jaulas.
También promovió encuestas y campañas para instalar nuevos debates en la agenda pública: desde el reconocimiento de los animales como “seres sensibles” hasta la exigencia de que los candidatos políticos presentaran propuestas claras sobre bienestar animal.
Incluso cuando su salud comenzó a deteriorarse y redujo aún más sus apariciones, siguió supervisando el trabajo de la fundación, convencida de que ese era su verdadero legado. En sus últimos textos y declaraciones, Bardot fue clara: no consideraba su carrera artística como su mayor logro. “Mi fundación es el único orgullo de mi vida”, escribió en su autobiografía. Para ella, los años finales no estuvieron definidos por la nostalgia del estrellato, sino por la certeza de haber encontrado un propósito duradero.
Alejada del cine, del deseo de agradar y del personaje que el mundo había construido alrededor suyo, Brigitte Bardot atravesó sus últimos años fiel a una convicción innegociable: dedicar lo que le quedaba de vida a quienes, según ella, no tenían voz.
