A los 21 años, después de pasar por una intervención quirúrgica, Marcela Ezcurra volvió a su casa en un estado de postración que le impedía mantenerse en pie. “Me habían transfundido plasma por un problema de coagulación… Algo había sucedido en esa cirugía –cuenta–. Era 1992 y justo se había descubierto el virus de la hepatitis C. Un médico me pidió una serología [test de presencia de anticuerpos en la sangre] y me dio positivo”.
Aunque con frecuencia al comienzo transcurre sin síntomas, en el caso de Marcela no fue así. Tenía muchísimo cansancio y su familia la llevó al servicio de hepatología del Hospital Argerich, donde le explicaron que en ese momento el único tratamiento disponible era el interferón, que tenía una efectividad del 20% y los efectos adversos de una quimioterapia. Decidió no tratarse, y durante más de dos décadas siguió controlándose mientras optaba por la homeopatía.
“Durante ese tiempo, mis valores de transaminasas [enzimas hepáticas] se normalizaron y se mantuvieron estables. Pero en 2018 volvieron a subir y ahí sí, en otra situación de vida, fui a ver a una especialista. Me indicó estudios de urgencia. Había pasado 28 años con el virus y pensó que mi hígado estaba destruido. Por suerte, tenía una fibrosis baja. Enseguida busqué un grupo que me orientara y encontré a 'Buena Vida', donde ahora soy voluntaria. Allí supe que existían los nuevos antivirales, inicié el camino con la hepatóloga, hice el tratamiento y en dos meses me curé. Me había quedado con la idea del interferón y sé que hay gente que lo usó y, si no se curó, no quiere hacer más nada. Por no saber que existe otra medicación sin efectos adversos, rechaza la idea de volver a tratarse. Y, bueno, el virus va progresando”.
El caso de Marcela ilustra lo que ocurre con muchas de las entre 332.000 y 400.000 personas que padecen hepatitis virales en la Argentina. Dado que en un comienzo estas infecciones suelen pasar desapercibidas, se estima que apenas 2 de cada 10 fueron diagnosticadas. Algunas lo saben, pero no acceden a los nuevos tratamientos. El riesgo es que una parte de los pacientes con el tiempo pueden evolucionar hacia la cirrosis o el cáncer de hígado. Para prevenirlo desde el domingo último hasta el próximo sábado 4 de agosto, la Sociedad Argentina de Hepatología y el Ministerio de Salud de la Nación realizan actividades para incrementar la inmunización para las hepatitis A y B, e impulsar el diagnóstico en el primer nivel de atención. La campaña de detección incluye testeos gratuitos y sin turno previo durante toda la semana en 30 hospitales y otras instituciones de Buenos Aires, CABA, Catamarca, Chaco, Córdoba, Corrientes, Chubut, Entre Ríos, Formosa, Jujuy, La Pampa, La Rioja, Mendoza, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, San Juan, San Luis, Santa Fe, Santiago del Estero, Tierra del Fuego, y Tucumán.
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Además, la Asociación Buena Vida lanzó la campaña ‘Mitos de la hepatitis C’, para encontrar pacientes que estén diagnosticados, pero que no hayan sido tratados o no hayan logrado curarse con las medicaciones que se usaban hace años, y los acompaña gratis en el camino a la cura. Se los puede contactar por sus redes o por el 0800-220-0288.
Determinar si una persona está infectada no es complicado. Basta con realizarle un test sanguíneo, pero por distintas razones esa práctica no está incorporada en la rutina de los médicos de atención primaria y de otras especialidades. “Hace años, conspiraba contra la búsqueda de pacientes el hecho de que no teníamos buenas noticias para dar, porque eran pocas las posibilidades de curación –cuenta Esteban González Ballerga, médico hepatólogo, jefe de la División de Gastroenterología del Hospital de Clínicas José de San Martín y además presidente de la Sociedad Argentina de Hepatología (SAHE)–. Cuando empecé en la hepatología curábamos a muy pocos, con unas medicaciones horrorosas que por suerte no usamos más. Yo soñaba con poder hacer un diagnóstico precoz y curar rápido, sin efectos adversos. Y eso ahora lo tenemos. Podría decir que vi llegar la humanidad a la Luna, vi caer el muro de Berlín y vi curarse una hepatitis viral crónica, lo cual es una maravilla. Ahora la pelota está de nuestro lado. Pero no solo subdiagnosticamos, sino que solo curamos al 50%. Cuando después de la pandemia llamábamos a los pacientes que no veíamos hacía un año, nos dimos cuenta de que más de la mitad no volvían por la burocracia a la que debíamos someterlos para que llegara la medicación a sus manos. El obstáculo muchas veces no es un problema de tecnología, sino de acceso y equidad. Vimos que había que reducir los pasos del proceso de diagnóstico y tratamiento. Pasamos de más de seis meses de espera a menos de cuatro semanas para que la gente tenga la medicación en la mano. ¡Pasamos de ver a alguien al que no podíamos curar a que esa misma persona se vaya con una posibilidad de curación de casi el 100%! Eso es lo que todas las mañanas nos empuja a intentar que haya más diagnóstico, más tratamiento. Y la idea de que en algún momento la hepatitis viral será como la viruela, una enfermedad que ya no existe. Creo que podemos hacerlo”.
González Ballerga ilustra cómo llegar a esa meta, aconseja que deberíamos tomar la prueba de la hepatitis como si fuera la VTV del auto: “Hay que hacerse la VTV del hígado. Es fácil. Si sos argentino o latinoamericano, casi seguro que tuviste hepatitis A, solo alrededor del 10% no la tuvo. Con las vacunas se terminó el problema. En la Argentina, es poco probable que tengas hepatitis B; si no la tenés, te vacunás y se terminó el problema, y si la tenés, hay medicaciones que la controlan. Y si das positivo para la hepatitis C, tengo una gran noticia: te curás. Entonces hacerse el test siempre traerá una buena noticia. Cuando el paciente necesita un trasplante o tiene cáncer de hígado ya es tarde. Es una tragedia evitable”.
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Y enseguida destaca: “A veces, veo personas que fueron 30 veces al médico, les pidieron 200 colesteroles, no sé cuántas pruebas de antígeno prostático específico [para detectar cáncer de próstata], gracias a Dios se hicieron muchos Papanicolau, pero no se vacunaron o no se hicieron la prueba de la hepatitis. Si cuando una persona hace una consulta le preguntáramos si se hizo la VTV del hígado, estaríamos en otra condición. Tener un hígado sano es un derecho y tenemos que exigirlo. Es muy fácil. Son tres determinaciones en sangre, baratísimas, súper probadas e inequívocas. Por lo cual, los médicos no tenemos más excusas. Hasta ahora nos fue mal con la comunicación y ¡tenemos una buena noticia para dar! Sin embargo, hay vacunas que no se usan y medicamentos que no aplicamos”.
“Para contrarrestar esta situación, múltiples hospitales de nuestro país están llevando adelante acciones de ‘revinculación’, que es una estrategia internacional exitosa que consiste en revisar historias clínicas archivadas o exámenes de laboratorio y convocar a aquellos pacientes con hepatitis C que no han vuelto a la consulta, para que lo hagan y se curen pronto”, explica el Dr. Fernando Cairo, expresidente de SAHE y miembro actual de la subcomisión de Hepatitis Virales en un comunicado de la entidad.
Hay cinco tipos de hepatitis, pero en este momento se considera que las B y C son responsables de la mayoría de las enfermedades y muertes en nuestra región. Según el Informe mundial sobre las hepatitis 2024 de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo, solo el 36% de las personas infectadas con hepatitis C están diagnosticadas y apenas el 20% recibió tratamiento curativo. En cuanto a la hepatitis B crónica, solo el 13% de los infectados están diagnosticados y el 2,6% recibe medicación para controlarla.
El virus de la hepatitis A se elimina por las heces y se transmite en entornos vulnerables, cuando las poblaciones carecen de agua potable y cloacas, o manipula alimentos sin lavarse las manos. “El sistema de vacunación argentino es mundialmente conocido y copiado: administra la vacuna a los 12 meses y con eso se previene –explica González Ballerga–. Las B y C se transmiten por fluidos y sangre, son infecciones de transmisión sexual, por drogadicción endovenosa. En el pasado, podían adquirirse por transfusión de sangre, pero después de 1980 y del VIH [hay protocolos de seguridad]. Sin embargo, si a uno lo transfundieron antes de esa fecha, puede venir arrastrando la enfermedad. Por eso, hay pacientes que dicen ‘Yo nunca me drogué’ y no sospechan de que pueden tener el virus. Sólo en menos de la mitad encontramos antecedentes cuando hacemos el diagnóstico”.
“Tenemos que comprometernos a difundir la importancia de solicitar este estudio entre los demás profesionales de la salud, como los clínicos, cardiólogos, endocrinólogos, ginecólogos y geriatras, entre otras especialidades”, concluye Juan Carlos Bandi, vicepresidente de la SAHE.
El precio de referencia mundial para el tratamiento curativo de la hepatitis C es de 60 dólares por ciclo de 12 semanas, y para el tratamiento de la hepatitis B es de 2,4 dólares mensuales.