Dentro de poco habrá que salir, y aunque muchos dicen estar cansados del encierro y esperar con un pie en la puerta la señal de largada, lo cierto es que otros tantos, más recatados a la hora de emitir opiniones, se comen las uñas o se les acelera el pulso de solo pensar que se acerca la fecha de volver a la oficina o subir al transporte público. Y ni hablar de quienes sufrían de agorafobia antes de que se desatara la pandemia. Que la vida ya no será la misma cuando se acabe la cuarentena lo sabemos todos, cómo lo registra cada uno a nivel emocional ya es otra historia.
La pandemia arrasó con la rutina en tiempo récord y nos obligó de golpe a establecer un nuevo orden mundial. Este período corto (¿qué son dos meses en la vida?), pero intenso (abril tuvo como 300 días, dicen en las redes) removió cual coctelera la caja de herramientas emocionales que veníamos atajando, algunos con destreza de malabarista, otros en pleno aprendizaje.
Ante la amenaza del virus, la mayoría de las personas con agorafobia suspendieron las prácticas de habituarse a transitar por los espacios públicos, y comenzaron el autoaislamiento antes de que el gobierno declarara la cuarentena. Pero, si bien cada caso es particular, les trajo cierto alivio observar que el miedo al contagio es compartido con el resto de la humanidad. “Una persona con agorafobia tiene un miedo exacerbado y anticipado que la lleva a tener una conducta de evitación. Teme, por ejemplo, sufrir un ataque de pánico en la vereda y que la vean”, explica la psicóloga Noelí D’Alessio, del departamento de Trauma y Ansiedad de Ineco. “Para algunos pacientes el hecho de que este temor sea compartido por muchas otras personas los alivia, no se sienten diferentes ni señalados. Incluso en mi práctica hubo pacientes en tratamiento con características fóbicas que tomaron la situación con gracia: ‘yo, que venía pensando que tenía un cuidado persecutorio, resulta que ahora es el cuidado que tenemos que tener todos’. Si sigue la posibilidad de estar acompañada y tratada, esa persona puede no empeorar”, cuenta Irene Tozzola, psicóloga social y psicodramatista, directora de la carrera de psicodrama de CAEPS.
¿Y qué pasará con quienes no padecían ningún tipo de fobia y ahora miran el afuera con recelo? Ya no vamos a volver a lo de antes, y lo nuevo siempre genera mucha ansiedad. “Las ansiedades básicas son el miedo a la pérdida de lo conocido, del pasado, y el miedo al ataque es el temor a lo desconocido, a lo que está por venir. Los seres humanos no estamos capacitados para salir a la incertidumbre, estamos más aferrados a las certezas, a lo instituido, a lo más conocido y como nuestras realidades sociales van a ser diferentes, entonces hay un duelo por esa pérdida y una incertidumbre por lo nuevo que no sabemos cómo va a ser”, dice Tozzola.
Ante la expectativa de la apertura de la cuarentena se habla del síndrome de la cabaña, como un temor exagerado a salir a la calle, pero Tozzola prefiere evitar colocarle el mote de enfermedad. “Yo estoy en contra de instalar la palabra síndrome, ya que habla de patología. Creo que en esto es importante el rol de los medios de información. Hay algunos que instalan miedo, como si afuera te acechara la muerte. Creo que deberían poner énfasis en la prevención. El miedo baja las defensas y genera más depresiones y más fobias”.
Esta ansiedad generalizada, lógica ante el sacudón repentino que nos tocó vivir a nivel global nos sumerge en un embotamiento emocional. “Estamos conmovidos, asustados y de duelo porque dejamos de ver amigos, familiares, y varios perdieron el empleo. Se trastocó una identidad que veníamos forjando. Esto lo estamos atravesando todos, cada uno en su propia circunstancia”, dice Gustavo Bustamante, doctor en psicología clínica y presidente del Fobia Club. Para él, el aislamiento provocó una dinámica diferente que suscitó nuevos deseos. “Cuando se trabaja fuera de casa, el tiempo de ocio, de comer, de ir al baño, se regula en torno a ese trabajo. Al estar confinados en el hogar, esos rituales se disfrutan más, se hacen más pausados, en tiempos propios, y eso genera un deseo -vivir más tranquilo, trabajar menos-, que puede ganarle al miedo”.
¿Qué herramientas podemos tener para manejar la ansiedad? Irene Tozzola propone bajar las autoexigencias y registrar las emociones. “Tenemos que tratar de entender que a cada uno le va a llevar su propio tiempo asimilar lo que sucede y asumir una adaptación activa, es decir que tengamos un aprendizaje, una manera positiva de vivir adaptándonos sin enfermarnos, por el camino de la salud”.
Para Bustamante primero debemos estar agradecidos por haber sobrevivido y luego hacer una evaluación de los recursos –físicos, emocionales y económicos- con los que se cuentan. “Debemos evitar caer en el síndrome de la desesperanza que nos lleva a la indefensión aprendida. No hay pandemia que haya frenado a la humanidad. Con la irrupción del HIV cambió el modo de relacionarse, la gente tenía temor de incluso de besarse. Hoy, 40 años después, con la existencia de un tratamiento efectivo, esa conducta cambió. Creo que sucederá algo similar cuando se encuentre la vacuna para el Covid-19”.