No hay duda de que nuestro cuerpo es una maquinaria prodigiosa que no deja de asombrar. Por ejemplo, nuestros huesos están inervados y vascularizados; es decir, que si se rozaran unos contra otros nos producirían dolor, pero eso no sucede porque sus extremos están revestidos por una capa elástica y resistente, carente de nervios y vasos sanguíneos, que evita el desgaste, amortigua la sobrecarga y permite su desplazamiento sin que choquen o duelan: es el cartílago articular.
Con el paso de los años, las lesiones o los procesos degenerativos (como la artrosis), en las personas que lo van perdiendo, aparecen molestias que, de acuerdo con su gravedad, pueden llegar a provocar discapacidad. “El o la paciente pueden lesionarse por una patada, una caída, por movimientos repetitivos, por una fractura… Puede haber ‘arrancamientos’ –explica Mariela Guasti, jefa del servicio de medicina regenerativa de Cemic–: se rompen los ligamentos cruzados de la rodilla y estos arrancan un fragmento de cartílago”.
Hasta ahora venían ensayándose estrategias cuyos resultados ofrecían distintos grados de satisfacción y funcionalidad. Pero Guasti, también socia fundadora y presidenta de la Sociedad Latinoamericana de Medicina Regenerativa (Solmr), acaba de alcanzar un hito en América latina: para aliviar a un paciente de 34 años con una lesión “gigante” en la rodilla izquierda, logró regenerarle e implantarle un cartílago articular 0 km a partir de sus propias células [condrocitos]. La intervención fue exitosa y el paciente está esperando el alta deportiva.
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“El Implante de Condrocitos Autólogos (Instant Cemtro Cell o ICC) es la única técnica que puede regenerar no solo lesiones pequeñas o múltiples, sino también extensas –destaca Guasti–. En el caso que intervinimos en la Argentina, presentaba una lesión de unos tres centímetros en el [cartílago] condrofemoral interno de una de sus piernas y con una mosaicoplastia [trasplante de hueso y cartílago] fallida. Había intentado todas las técnicas reparadoras disponibles sin resultados positivos. El siguiente paso era el reemplazo articular. No había nada que pudiera darle alivio porque el hueso estaba expuesto completamente a la otra carilla articular”.
Este tipo de lesiones son un importante motivo de consulta en los sistemas de salud; en especial, en países con alta esperanza de vida. Estudios epidemiológicos señalan que alrededor del 6% de los adultos tienen una afección degenerativa de la rodilla, y que este porcentaje aumenta al 10% en personas mayores de 65 (https://www.elsevier.es/es-revista-revista-espanola-cirugia-ortopedica-traumatologia-129-articulo-el-cartilago-articular-aspectos-mecanicos-13038046).
La regeneración mediante el cultivo de condrocitos del propio paciente comenzó a desarrollarse en Suecia hace alrededor de tres décadas y en su última versión emplea una membrana de colágeno como transportador. “En la actualidad, es la única técnica capaz de proporcionar una réplica del tejido original con resultados buenos o excelentes en más del 80% de los casos –subraya Guasti–. Las precedentes utilizaban un soporte de periostio [membrana que recubre los huesos]. Los condrocitos se cultivaban y se colocaban en la lesión focal, pero eso promovía un sobrecrecimiento del hueso que generaba más molestia que resultados. Después, ya comenzó a utilizarse un biomaterial, pero la dosis que se empleaba era subóptima. Fue el doctor Pedro Guillén, de la Clínica Cemtro, de Madrid, el que puso a punto este tratamiento que logra que luego de unos meses, cuando se reabsorbe la membrana, los condrocitos sintetizan su matriz extracelular y en un segundo examen no se puede encontrar el sitio del implante. ¡Es como si esa rodilla nunca se hubiera lesionado!”
El ICC es una de las pocas terapias celulares avanzadas aprobada por las agencias regulatorias estadounidense (FDA) y europea (EMA), y puede restituir íntegramente un tejido.
Guasti hace hincapié en que no es un tratamiento con células madre. “Cuando se habla de células madre, hay que decir que las únicas que existen son las embrionarias o las pluripotentes (IPS, según sus siglas en inglés, obtenidas de células diferenciadas gracias a la técnica descubierta por Shin’ya Yamanaka) –aclara–. El resto son células con potencialidad evolutiva. Una célula madre tiene la capacidad de diferenciarse en cualquier estirpe celular. Una célula con potencialidad evolutiva puede diferenciarse hacia cierto tipo de tejido. Todos los tejidos tienen células con potencialidad evolutiva, que van renovándolo. Lo que se está utilizando con frecuencia como células madre son células mesenquimales [no diferenciadas], muchas veces, de tejido adiposo. Pero estas últimas se crean hasta la pubertad, entonces en una persona de 60 o 70 años, hay que tomar en cuenta que llevan 50 años esperando en ese lugar, expuestas a mutaciones, a tóxicos, que son de un nicho distinto. De ninguna manera van a regenerar; en todo caso, van a reparar y la reparación siempre deja una cicatriz. Y si utilizáramos células de la médula ósea, que son las que fisiológicamente acudirían a la lesión, van a reparar con una fibrosis, con una cicatriz. Forman un fibrocartílago un poco gelatinoso, que no tiene la misma densidad que el cartílago hialino. En muchos casos, funcionalmente al paciente le sirve, porque al no rozar las superficies articulares ya no tiene dolor. Pero esto para un deportista de élite o para una persona joven no sería lo más indicado. Lo mejor es darle una segunda chance de volver a sanar de forma completa con sus propias células adultas y diferenciadas, sus propios condrocitos”.
Fernando Pitossi, investigador del Conicet en el Instituto Leloir, y uno de los pioneros en el estudio de las células madre y las terapias regenerativas, explica que en general "se pueden cultivar algunas células adultas con funciones específicas. Se llaman cultivos primarios. Las que no se pueden cultivar son las neuronas diferenciadas. Mariela estuvo muchos años trabajando para poder hacer esta intervención".
La terapia se realiza en dos pasos. En primer lugar, luego de una resonancia magnética y otros estudios para verificar si la persona se beneficiará, se toma una muestra del tamaño de dos o tres granitos de arroz de una zona de cartílago que no tenga que soportar carga. Esa muestra se expande y, cuatro a seis semanas más tarde, cuando se alcanza la dosis óptima de células, también en ambiente controlado se impregnan sobre una membrana de colágeno especialmente diseñada para este procedimiento. “La biopsia es por artroscopía. En una segunda intervención, que puede o no ser mínimamente invasiva, uno lo que hace es revestir el hueso –explica Guasti–. De inmediato, hay un efecto biomecánico que va a generar alivio del dolor. Los condrocitos empiezan a sintetizar su matriz extracelular, la membrana se va reabsorbiendo y en una segunda vista ya no se puede distinguir el sitio del implante. Es medicina personalizada. Y como son células autónomas, adultas y diferenciadas del propio paciente, no hay ningún peligro de que puedan tener una mutación, diferenciarse en otro tejido o generar rechazo”.
En el caso de articulaciones que soportan peso, como la cadera, el tobillo o la rodilla, la rehabilitación es un poco más larga que la de un codo o una muñeca. En el que se realizó en la Argentina, que había atravesado otros procedimientos previos sin éxito, luego de tres meses está volviendo a sus actividades habituales, y se estima que pasados entre nueve y 12 meses ya podrá recibir el alta deportiva, que le permitirá practicar deportes de alto rendimiento.
“Estamos viendo lesiones gravísimas en jóvenes de entre 20 y 30 años, que se ven obligados a abandonar la práctica deportiva, empiezan a vivir con dolor o limitación funcional, aumentan de peso, evolucionan con diabetes o síndrome metabólico, depresión… –comenta la especialista–. Para un atleta, esta técnica puede significar la diferencia entre el retiro y continuar en el alto rendimiento. Está comprobado que cualquier persona de entre 11 y 60 años puede beneficiarse de un implante de condrocitos”.
Hasta ahora, los esfuerzos de Guasti y su equipo para lograr que esta terapia sea cubierta por la seguridad social fueron infructuosos. “Hace cuatro años que vengo luchando con eso –confiesa la médica–. Mi ilusión era no solo ayudar a los pacientes, sino también poner a la Argentina al mismo nivel que los centros de medicina regenerativa de Europa. No puede ser que existiendo esta alternativa que funciona muy bien todavía estemos haciendo reemplazos articulares a personas jóvenes o condenándolos a ver cómo se deteriora su calidad de vida. Lo que intentamos fue disminuir los costos todo lo posible dentro de lo que permite una terapia celular avanzada, de modo que no sea prohibitivo, sino algo a lo que una persona de clase media pueda acceder, porque una vez que te reemplazan una articulación, hay que volver a hacerlo aproximadamente cada diez años, con los riesgos que entraña. Esto es mínimamente invasivo y la rehabilitación es para volver a actividades intensas, no simplemente para volver a caminar”.
Con ese fin, aprovechan las prestaciones que el paciente ya de por sí tiene cubiertas por su obra social o prepaga (como la artroscopia, la anestesia, el centro médico). Por ahora, el cultivo de las células se hace en la Clínica Cemtro, de Madrid, pero en el futuro esperan poder transferirla para que esa parte también se haga aquí e incluso permita la exportación de células a otros países de la región. “Tanto mis honorarios como los del doctor Eduardo Abalo, jefe de rodilla de Cemic, son muy bajos. Nuestro objetivo primordial es que podamos hacer esto en la Argentina. Tener el orgullo de saber que está disponible para cualquier argentino o para pacientes de países vecinos”.
Mariela Guasti es la representante autorizada de esta técnica desarrollada por el ortopedista y traumatólogo español Pedro Guillén en América latina.