Diego, despedida y Hegel

30 de noviembre, 2020 | 11.54

Nos sucedió algo histórico. O bien, nos tocó estar aquí en medio de un hecho histórico. En cualquier caso de lo que se trata es que el acontecer nos deparó un hecho que será recordado por muchos años, décadas. Sobre el que se escribirán notas y libros y se tejerán especulaciones y acusaciones, relatos y algún fraude. Por eso escribir hoy es difícil, también porque el dolor está a flor de piel.

La partida de Diego Armando Maradona es la de una época para más de una generación cuyo impacto sabemos que alcanza al futbol, la cultura, la política…la vida en sociedad. Las pasiones que despertó siempre, parecieron exacerbarse el mismo jueves apenas se conoció la noticia.

Como sucedió con Evita y antes con Gardel, lo popular lleva escrito como una marca imborrable, el cuestionamiento permanente de las clases dirigentes y sus intelectuales. Claro, los sectores populares en Argentina se han empeñado en la construcción de figuras, las tres que aquí mencionamos, con un volumen cultural y políticos (aunque no en el caso de Gardel) que le da tintes únicos en particular por su impacto mundial. Esto es, me cuesta encontrar figuras de este tamaño simbólico en países vecinos o semejantes al nuestro.

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Maradona encaró muchas facetas de la vida actual, varios planos que se inician en un barrio popular como es Villa Fiorito, que no solo le marcó su origen sino el resto de su vida, porque como ya han escritos varios, el no solo no renegó nunca de esa génesis sino que decidió portarlo en su identidad ya mundial. Un sello que no todos se atreven a llevar. De allí su vinculación con Eva Perón.

Su conexión siempre con el que estaba en la mala, un rasgo que une a los tres ídolos populares que la Argentina forjó. Insisto Gardel, Evita y Diego frutos de una sociedad que está planteando rupturas e integraciones que en otras geografías, solo quedan larvadas.

Esas acciones son por definición críticas; implican tensiones, rechazos y aceptaciones, reivindicaciones y amonestaciones. Maradona fue siempre una ocasión de disrupción, de bandos separados, de discusiones. Y eso se produjo porque fue afirmación de una identidad, la de los de abajo.

Ahora, los homenajes que se multiplican por todo el mundo, deberían ayudarle a aquellos que han tenido discursos violentos incluso en estos días, a sopesar nuevamente su importancia histórica. 

Pero además su muerte se produjo en una pandemia con todas las consecuencias que ella está generando. Han fallecidos miles de personas, muchos más se han contagiado, la economía fuertemente golpeada, nuestra vida cotidiana ha sido notablemente alterada, cambiando nuestra forma de trabajar, de estudiar, de entretenernos y por sobre todo alejados durante mucho tiempo de nuestros seres queridos.

Todo eso indefectiblemente opera en nuestra ansiedad, miedos y expectativas. Aunque intuitivamente, tendemos a pensar que la pérdida de Diego en este contexto adquirió un matiz aún más trágico. Y todo ello desde luego, no podía estar ausente a la hora de plantear su despedida.

Ese cúmulo de situaciones terminó conformando un caos que no hubiésemos querido presenciar. Queríamos despedir a Diego bajo nuestras costumbres y eso, en pandemia, ya era una realidad difícil. El gobierno nacional quiso ser fiel a esos principios, básicamente despedir a Diego en un edificio público con fuerte contenido simbólico y con el pueblo presente, y ofreció la Casa Rosada a la familia. Alberto Fernández hincha de Argentinos Juniors seguramente sintió un  dolor especial ante la pérdida y quiso que el Estado se involucrara en algo que, en efecto, envolvía a buena parte de la sociedad.

Ya sabemos lo que pasó, el saludo final no fue como lo pensamos, como nadie hubiera querido, probablemente. El problema fue ni más ni menos que las condiciones no estaban dadas, pero tampoco lo estaban, desde leugo, como para no hacer una despedida.

Es cierto que la política se trata justamente de eso, de generar las condiciones, pero en este caso se amontonaban en contra: una pandemia, el amor por Diego de millones (muchísimos de los cuales, hace ocho meses que no pueden ir a la cancha a ver a su equipo, algo que hacían religiosamente cada semana), un clima opositor hostil al gobierno que incorpora a cualquier crítica la acusación de autoritarismo; marchas opositoras con consignas que llegan a la verbalización del odio; y la familia de Diego, que no compartía sintonía con el gobierno nacional, y con buena parte de la sociedad, respecto a los modos y los plazos. A veces pensamos que los hechos pueden “acomodarse”, pero eso no es fruto del azar, sino de la acción.

La familia fue una gran ordenadora del mundo previo a la modernidad; nacida ésta, el trabajo, la propiedad y el intercambio se ocupan de organizar el sistema de necesidades, dirá Hegel, que produce integración. El Estado surge como el actor imprescindible dada la tensión que en la sociedad civil se generan por los intereses particulares y por lo tanto producen injusticias. La necesidad imperiosa de constituir una institución en pos de lo universal.

Los conflictos que el sistema de necesidades no resuelve e incluso genera, podrá encontrar un canal a través del Estado, es decir avanzar hacia más modernidad, no menos, no hacia la familia y al sistema de confianzas que esta implica, porque su escala en las sociedades actuales ya no es capaz de resolver esos conflictos. Y quizás lo que sucedió fue algo de eso. El gobierno nacional mostró varias caras durante esos días, de empatía con un dolor popular, de disposición a “organizar ese dolor”, pero también que las capacidades para administrarlo correctamente están dañadas y que la reconstrucción del Estado sigue pendiente.

Es cierto que el gobierno de Rodríguez Larreta se conformó con mostrar una sola cara, detrás de los escudos policiales y las balas de goma; una versión a la que ya nos acostumbró cuando los que marchan no son sus votantes. Pero el gobierno nacional se propone otro objetivo y debe ser cuidado porque los movilizados del jueves, como se pudo ver en el momento que se cruzaron con Alberto Fernández, son parte de su base de apoyo. 

Maradona es ya un símbolo definitivo, difícil de procesar en nuestra sociedad porque es también una marca de las tensiones que nos atraviesan. Hay tiempo para recuperar lo que no tuvimos el jueves, el Diego parece abrirse camino, como en la cancha, antes estas tensiones que nos rodean.