¿Qué hace falta? Más Política y más Estado

28 de marzo, 2022 | 00.05

Las preguntas sobran, las respuestas faltan. Tal vez la crónica de estos tiempos pueda abarcarse en esa primera frase, que si bien no es suficiente por sí misma para dar cuenta de lo que está sucediendo sí brinda indicios para descifrar el actual desconcierto y la necesidad de ponerse en movimiento. Porque el movimiento se demuestra andando.    

Ánimos, encantos y desencantos

La negociación con el FMI provocó una fisura expuesta en el Frente de Todos, inocultable por más malabares dialécticos que se hagan. Sin restarle entidad al problema del Fondo, no alcanza para explicar otras cuestiones de fondo que parecieran ser las que han ido tomando cuerpo y erosionando a la coalición gobernante.

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Las razones de peso que llevaron a una difícil alquimia frentista en 2019, a partir de una jugada magistral e inesperada de Cristina Fernández, demostraron ser tales y acertadas considerando que el desafío principal -y entiendo excluyente- era desarrollar una estrategia electoral que impidiese la reelección de Mauricio Macri, para lo cual reunir los votos suficientes para ganar en primera vuelta era condición necesaria para asegurar ese objetivo.

El tema obviamente no residía en Macri, cuyas dotes de liderazgo no merecen mayores comentarios, sino impedir otro ciclo de neoliberalismo cuando el país mostraba una tremenda declinación en todos los ámbitos, ofreciendo un terreno fértil para una desarticulación terminal de todo atisbo de soberanía y colocaba en serio riesgo la paz social, el funcionamiento de las instituciones básicas de la República y la vida en democracia.

Con todos sus clarooscuros, gustos y disgustos de quienes apostaron a esa alternativa, sapos a tragar según el paladar de cada cual, confianzas o desconfianzas que despertaban las personas que constituyeron la alianza y las que integraron el Gobierno, el camino elegido fue el correcto a juzgar por su primer e indispensable resultado, obtener la victoria en los comicios.

Aunque anatómicamente hablar de “fisura expuesta” es a todas luces incorrecto, el sentido es sólo metafórico porque alude a lo ostensible del resquebrajamiento interno pero sin que llegue a ser ni se esté próximo a una “fractura”, que ninguno -salvo la oposición y sus auspiciantes- desea ni se muestra dispuesto a forzar.

Sin embargo, esa predisposición de la dirigencia oficialista no se proyecta de igual modo en la militancia ni, principalmente, garantiza la fidelidad de un electorado que ya en una medida nada desdeñable tomó distancia en las elecciones de medio término.

La impagable deuda externa, con los acreedores privados y especialmente con el FMI, no se ignoraba a la hora de juntarse para acceder al gobierno. La pandemia, en cambio, sí fue algo absolutamente inesperado, como imposible de prever en sus alcances planetarios, su duración aún hoy desconocida y el impacto en el derrumbe de la economía mundial.

El modo de afrontar esas pestes no ha mostrado similar templanza ni audacia, como tampoco valoraciones uniformes en las propias filas frentetodista, y en ambos casos -para mal o para bien- han sido determinantes los efectos esperables o efectivamente acaecidos a nivel socio-económico.

La unidad que se pregona y que nadie duda es esencial para el nuevo -y decisivo- desafío a dos años vista, requiere soldar las fisuras y darse una conducción que no se advierte hasta el presente.

Para lo primero podría ser un buen principio volver sobre los consensos que también fueron fundantes de la coalición, expresados en el Programa propuesto en 2019 e implementar -o en su caso, completar- las medidas dirigidas a llevarlo a la práctica.

Para lo segundo, no basta con remitirse a los aspectos formales que ofrece nuestro sistema presidencialista y la lógica institucionalidad que de allí deriva, porque de lo que se trata es de la conducción de una fuerza política que hoy está vacante y que, no existiendo una figura reconocida por el conjunto para desempeñarla, exige generar una instancia orgánica y plural que sin obturar los debates internos sea capaz de sintetizar las diversidades existentes, diseñar una estrategia común que responda a los postulados originarios que concitaron la adhesión popular y que exhiba una unidad de concepción política que exceda lo meramente discursivo.

Por dónde va la política

La dinámica que se advierte en Occidente, alimentada por variables endógenas y exógenas en cada país, marca una preocupante tendencia a autoritarismos promovidos por el capital financiero concentrado y a una paulatina construcción de subjetividades antidemocráticas desde el poder mediático que responde a sus mandatos.

La antipolítica es un fenómeno que se expande y cala hondo en las sociedades, que se expresa en la falta de compromisos colectivos, una exacerbación del individualismo y el consecuente desprendimiento de todo sentimiento comunitario, un desinterés de todo cuanto hace a la cosa pública que se manifiesta en la “apoliticidad” con la que las personas se autoperciben y se autodefinen.

Un proceso al cual ha contribuido un agotamiento sistémico de las democracias formales representativas, en que las personas sólo son convocadas periódicamente a formular sus preferencias electorales sin generar -antes ni después de los comicios- canales de participación que las haga protagonistas del destino común que depositan -pero las más de las veces no confían- en representantes que, luego, guardan notoria distancia de sus vivencias cotidianas.

La volatibilidad de esas voluntades electorales encuentra motivos en la frustración de las expectativas generadas, en la ajenidad que los envuelve, en una íntima convicción -que la realidad desmiente- que todos son lo mismo, que todo es igual y que favorece el recaer en experiencias perniciosas incluso cuando aún no han cesado los efectos nocivos de las precedentes.

Que las personas consideren que la política es cosa de los políticos y que éstos en definitiva no defienden otros intereses que los propios, es en gran parte resultante de la combinación de la manipulación que ejercen los poderes fácticos y de la falta de recreación de un régimen de cercanías que proponga una democracia social participativa apta para aprehender en mayor y mejor medida las demandas populares.

Recuerdos que queman, heridas que dejan cicatrices imborrables

Los desencuentros emergen a diario, como también los reclamos cruzados, pases de facturas, imputaciones y hasta descalificaciones de variada intensidad, que más allá de las razones en que puedan anidar poco ayudan a superar -asumiendo las conflictividades relevantes y no esquivándolas- a proveer salidas virtuosas de conjunto (dirigencial – militante) y para el conjunto del Pueblo entendido como un todo que no es todo mal que nos pese.

En esa dirección es preciso registrar que mucho de lo que aparece conflictual en superficie, no tiene correspondencia en el sustrato de las representaciones populares respectivas por quedar marginadas de esos debates o, cuanto menos, sin ser debidamente informadas ni consultadas acerca de los mismos.

Así como con frecuencia, por estar limitado a disquisiciones intelectuales sin cable a tierra, a fidelidades más ligadas a la ubicación obtenida circunstancialmente que a lealtades con ideas fuerza movilizantes, a lógicas competencias entre dirigentes o propias de legítimas ambiciones personales, válidas, en tanto no obnubilen haciendo perder de vista el Proyecto nacional y popular al que deben servir.

Determinadas cuestiones que nos involucran e inciden en la toma de posiciones generalizadas, experiencias que han marcado nuestra historia, que comprometen el futuro común y se hacen presentes en ciertas fechas con inusitada elocuencia, deben ser también parte de un registro que ayude a las confluencias, neutralice desencuentros, tracen límites infranqueables y hagan evidente los peligros que la desunión o el unionismo retórico representan.

Es el caso del “24 de marzo” que más que un feriado se ha constituido, por fuerza de una inclaudicable convicción popular ampliamente compartida, en una “fecha patria” inquebrantablemente unida a un anhelo de vivir en democracia. Una democracia social, inclusiva, plural, respetuosa de las diversidades propias de toda sociedad, que se asiente en MEMORIA, VERDAD y JUSTICIA.

Un jornada en que la emoción predomina, no sólo por lo tenebroso de la larga noche que comenzó un día como ése de 1976 y por las víctimas de ese “proceso” que se cuentan por cientos de miles a las que se suman -y destacan- las 30.000 víctimas de desapariciones forzadas por el terrorismo de Estado; sino por la continuidad que esa lucha encabezada por los organismos de Derechos Humanos ha hecho posible -lo que otrora pareciera imposible-: la toma de conciencia cívica por las nuevas generaciones que nutren las marchas y que obtienen su mayor visibilización en la Plaza de Mayo pero se replican en las plazas de toda la Argentina.

Allá por los ’80 y ’90 eran básicamente los contemporáneos de esa trágica época -ya adultos- quienes asistían, en algunos casos acompañados por hijas e hijos pequeños. En la actualidad, como se viene constatando hace ya casi 20 años y se demostró la semana pasada, son mayoría los y las adolescentes, la juventud, las familias enteras que concurren rodeadas de infancias esperanzadoras, la asistencia “silvestre” por las suyas y la muy valiosa de la militancia integrante de agrupaciones o colectivos organizados.

Decía Perón en un tiempo: al enemigo ni justicia. Sus razones tenía, ante la brutalidad genocida que enfrentaba por aquel entonces y que se cobraba cientos de vidas inocentes en el bombardeo -literal- a población civil.

Sin embargo, con una paciencia casi inconcebible se ha concedido a los enemigos del Pueblo y de la Patria por casi 40 años la Justicia que los genocidas civiles y miliares negaron a sus víctimas.

Brindarles garantías de defensa en juicio a aquellos que no le dieron esa chance y ni siquiera un proceso judicial a los condenados a las muertes más espantosas, precedidas de torturas, vejámenes de toda clase y hasta el robo impune de sus bienes, no significa renunciar a la VERDAD ni a la MEMORIA.

Verdad, ya imposible de borrar de la Historia no sólo oficial sino la que deriva de datos irrebatibles, pues no se trata de valorar qué sucedía por los enfrentamientos armados con la guerrilla urbana o rural, porque ese acontecer jalonado de hechos y acciones que no debemos permitir que se repitan, se verificaron por otras causas no bélicas y cuando ya esas “organizaciones armadas” estaban derrotadas y sin poder de fuego real.

Pero además, y principalmente, porque cualquiera fuese el escenario político o “militar” nada podía, ni puede, justificar al Terrorismo de Estado, a la tortura, a la persecución genocida, a una “solución final” que -como se ufanaba de decir un General y fiel servidor cipayo- exigía terminar con un tercio por lo menos de la población, que incluía a aquellos que meramente no comulgaran con esos métodos represivos terroristas o pudieran eventualmente pensar distinto a quienes usurparon el gobierno en 1976.

Memoria, que es tanto necesaria como inexorable para una sociedad que se pretenda civilizada y con voluntad de progreso, para lo cual es imprescindible considerar, hacerse cargo y aprender de lo que nos ha ocurrido -con lo positivo y negativo que supuso- como Pueblo. Memoria, que no admite el OLVIDO, ni el PERDÓN, ni la reconciliación con los genocidas militares y más aún con los civiles que prohijaron esas políticas de exterminio con un afán de lucro para sí y para los enemigos externos de la Patria, a los que sirvieron siempre de la forma más abyecta.    

¿Con todos? No

En cualquier orden de las relaciones sociales “todos” jamás alcanza a ser todos (y todas ajustándonos a una completitud -real- de época), sabemos que una máxima o declaración aspiracional semejante en política, menos todavía posee tal y tanta universalidad.

Desde el conservadurismo en el que crece y va predominando su sesgo más reaccionario antipopular, una invocación de ese tipo en modo alguno lo propone, porque al “todos” que se refiere apenas alcanza a una minoría privilegiada, algún satélite que lo orbita libertariamente y, en forma engañosa, a los desprevenidos o desmemoriados a los que precisan para hacer número en el ágape pero que no son invitados como comensales sino para ser devorados.

Aunque sea mucho más amplio lo que connota esa referencia desde los sectores llamados progresistas, por la ínsita vocación de reunir a las grandes mayorías populares y hasta por extenderse, por convicciones democráticas, a sectores no afines -aún agonales- pero imbuidos de un sentir nacional, tampoco comprende a “todos”.

NO con quienes nos ven como “choripaneros”, o nutriendo nuestro espacio con los que así califican y desprecian profundamente animados por un elitismo anacrónico al que muchos de ellos jamás se integrarán y del que quedarán también marginados.

NO con los “negacionistas” que, increíblemente, a esta altura pretenden borrar de la Historia y de la Memoria al terrorismo de Estado, a pesar de experiencias similares verificadas en nuestro país entre las que hicieron huella la matanza de pueblos originarios, de obreros (en los talleres Vasena, en la Patagonia rural, en la explotación del tanino de La Forestal), de disidencias políticas (tras el golpe de 1955) y, en todos los casos, con resultados que han sido nefastos para la Argentina.

NO con los que únicamente ven “corrupción” en los gobiernos populares que lejos estuvieron sus políticas de poder ser distinguidas por esas desviaciones y, en cambio, nunca la denuncian con respecto a los que corrompen funcionarios como parte sustancial de sus formas de hacer negocios, a costa del Estado y del Pueblo.

Poco falta para el 2 de abril, otra fecha emblemática, en la que los mismos genocidas militares -incentivados por sus mentores cipayos civiles- en 1982 promovieron un conflicto bélico con Inglaterra para rescatar un gobierno que se hundía en su propia bosta, y aplicaban a los soldados argentinos en Malvinas iguales perversas torturas que, a 40 años, todavía esperan que se imparta Justicia y desde hace más de un año un pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia que no demuestra el apuro que la caracteriza ante la demanda de los poderosos.

También un 2 de abril, pero de 1976, el flamante y criminal Ministro de Economía (José Alfredo Martínez de Hoz), anunciaba por cadena nacional su Programa Económico y comenzaba su discurso diciendo:

“Se abre, señores, un nuevo capítulo en la historia económica argentina. Hemos dado vuelta una hoja del intervencionismo estatizante y agobiante de la actividad económica para dar paso a la liberación de las fuerzas productivas. (…) Hay una Argentina que muere, la del Estado elefantiásico que subsidia empresas ineficientes y cobija tanto a empresarios indolentes como a sindicalistas inescrupulosos (… y más adelante señalaba algunas metas): “1) Lograr el saneamiento monetario y financiero indispensable, como base para la modernización y expansión del aparato productivo del país, en todos sus sectores, lo que garantizará un crecimiento no inflacionario de la economía; 2) Acelerar la tasa de crecimiento económico, 3) Alcanzar una razonable distribución del ingreso, preservando  el nivel de los salarios, en la medida adecuada a la productividad de la economía (…).

Un año más tarde, en esa misma fecha de 1977, la Sociedad Rural Argentina celebraba el primer aniversario de sus fieles servidores militares, publicando una solicitada en la que declaraba:

“Hoy hace un año que el país se debatía en la más profunda crisis por la que ha atravesado su historia (… a) la corrupción, la falta de autoridad, el desgobierno, el crimen como medio político (… se añadía) En lo económico la inflación descontrolada y el desorden fiscal eran insostenibles Se estaba al borde de la cesación de pagos: en suma, el país se desintegraba”.

“En esos momentos todos estábamos dispuestos a dar cualquier cosa por tener garantías mínimas de vida y de bienes, por volver a respirar aire puro. Fue en tan graves circunstancias que las Fuerzas Armadas tomaron las riendas del país con patriótico empeño, para evitar la desarticulación total. Su advenimiento al gobierno fue apoyado por todos. En aquel momento nadie medianamente informado creyó en la posibilidad de revertir la situación en un plazo breve”

“(…) Sin embargo queda mucho por hacer. Es indispensable reforzar el proceso dándole otro ritmo lograr definiciones y tomar decisiones que hace al fondo (…) En efecto, debemos desarmar el andamiaje creado por casi 35 años de una lenta pero sistemática estatización socializante …”

Cualquier parecido con los argumentos reaccionarios actuales no es mera coincidencia, sino brutal y desenfadada coherencia antidemocrática sin prurito alguno por los medios utilizables para concretar sus objetivos antinacionales y antipopulares.

Estado: para unos, sobra y para otros, falta

A los tibios los vomita Dios, sin sentirme parte de esa liturgia religiosa -ni dejar de respetar a quienes sí ostentan una fe de esa naturaleza-, participo de la idea que subyace a esa antigua máxima cristiana.

Claro que ya superada hace mucho la postura que entendía que el Poder recaía en el monarca por descender de Dios, y mal que les pese a algunos trogloditas sociales -que siguen emergiendo en todo el mundo nutriendo un totalitarismo en ciernes-, el Poder que ejerce un “mandatario” como suele denominarse -con razón- a un Presidente que ciertamente lo es, porque el Poder reside en el Pueblo que es su mandante y en Democracia se expresa en función de las mayorías, no es aconsejable que sea el Pueblo quien sufra esas “arcadas” que terminen finalmente de aquella manera.

Los peligros que afronta la Argentina van mucho más allá de las discusiones en torno a las negociaciones con el FMI, los retrocesos factibles son enormes y comprometen la democracia, la seguridad y la vida misma de las y los argentinos. Por eso es imprescindible más Estado, más Política convocante, para algunos más Peronismo y, sin duda, una firme decisión por impulsar una mayor participación popular con una clara identificación de aliados, adversarios y enemigos de la Nación y del Pueblo.