Tengo buenas noticias y malas noticias. Primero las malas: el coronavirus que es responsable de la pandemia ha demostrado la capacidad de mutar rápidamente y las nuevas variantes resultan más contagiosas, probablemente son más letales y hasta cierto punto tienen la capacidad de eludir la respuesta inmune de quienes estuvieron infectados con la cepa original. Eso significa que las medidas que funcionaron hasta ahora para mantener la enfermedad a raya pueden ser insuficientes en el futuro. Habrá que usar mejores máscaras, mantener mayor distancia y redoblar los cuidados para obtener resultados similares.
La buena noticia es que desde que comenzaron los ensayos clínicos hasta el día de hoy, cuando ya se inocularon en todo el planeta más de 120 millones de dosis de treinta vacunas diferentes (diez autorizadas y otras veinte en Fase 3), ninguna persona fue internada o falleció por coronavirus, de ningún tipo de cepa o variante, después de haber sido inmunizada. Tampoco se registraron efectos adversos severos que comprometan los márgenes de seguridad. Las vacunas son efectivas y seguras. La logística es un desafío superior pero a medida que escale la producción se dejarán atrás algunos obstáculos.
Otros son más difíciles de superar. La comunidad de naciones no pudo, en un año de pandemia, encontrar un mecanismo de cooperación efectivo para afrontar un problema que es global. La velocidad con la que muta y se transmite el virus puede convertir un brote pequeño en un rincón del planeta en un problema para todos en pocas semanas, como sucedió hace un año. Ningún país podrá normalizar del todo su actividad ni sus fronteras hasta que la amenaza no esté bajo control en todo el mundo. Sin embargo, se estima que un cuarto de la población mundial no tendrá acceso a la vacuna hasta el año que viene.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Las mutaciones salvajes
En solo un año, este coronavirus ha demostrado una llamativa capacidad de mutar hacia formas más dañinas. Actualmente la preocupación radica principalmente en tres variantes que fueron detectadas: la británica, la sudafricana y la brasileña. Los estudios son preliminares pero los datos indican que resultan hasta un 60 por ciento más contagiosas. Algunas investigaciones aseguran que también manifiestan un mayor nivel de letalidad. El monitoreo genético de la enfermedad es muy incompleto o inexistente en muchos países, por lo que es posible que existan otras cepas aún no detectadas.
Actualmente, la lupa está puesta en una mutación llamada E484K, que le permite al virus eludir la respuesta inmune. Eso explica el aumento en la tasa de recontagios en algunos lugares: es una segunda pandemia que se monta sobre la primera. La E484K había sido detectada en un primer momento en las variantes de Sudáfrica y de Manaos pero recientemente apareció también en la británica, que originalmente no presentaba esa característica. No hay evidencias de que comprometa la efectividad de las vacunas, pero los laboratorios ya trabajan preventivamente en “boosters” por si fueran necesarios.
Es inevitable que estas cepas, por sus características, se vuelvan rápidamente dominantes en los lugares donde no se controlen esos brotes rápidamente. En Londres, la cepa británica ya representa el 97 por ciento de los nuevos casos. Se calcula que su contagiosidad es tanto más alta que las mismas medidas de distancia social que hasta ahora alcanzaban para reducir a la mitad la cantidad de casos en dos semanas ahora no lograrían evitar una multiplicación por tres. Es por eso que en muchos países ya recomiendan reemplazar el cubreboca casero por una máscara con filtros o incluso usar ambas a la vez.
Lo más difícil de vacunar no son las vacunas
La contraparte de esta noticia desoladora es que las vacunas (todas, las que se aprobaron y las que aún se están testeando) han mostrado hasta ahora una efectividad brutal del 100 por ciento en la prevención de muertes y de casos severos que requieran hospitalización. En más de 120 millones de casos, nadie enfermó gravemente, ni ocupó una cama de terapia intensiva, ni requirió un respirador ni murió por covid después de inocularse con cualquiera de ellas. Hay indicios fuertes de que no sólo previenen la enfermedad sino que también reducen de forma significativa el número de infecciones. Y sin mostrar efectos adversos serios.
En Israel, el país que vacunó a un mayor porcentaje de su población, ya podemos observar los resultados de la inmunización masiva. La cantidad de nuevos casos diarios entre mayores de 60 años, que están siendo inoculados de manera masiva, cayó un 46 por ciento desde el pico a mediados de enero, comparado con una caída de solo el 18 por ciento para los otros grupos etarios. Los ingresos hospitalarios por Covid, en tanto, cayeron un 34 por ciento en el mismo período para los adultos mayores, mientras que permanecieron estables entre los más jóvenes. Mientras tanto, siguen con aislamiento estricto.
Es una carrera entre el virus y las vacunas. O mejor dicho: una carrera entre el virus y la capacidad de la humanidad para llegar hasta el brazo de 7700 millones de personas en todo el planeta. El problema es que la colaboración necesaria para ser efectivos en esa tarea no está sucediendo. Los países no pudieron ponerse de acuerdo para obligar a los laboratorios a liberar sus patentes mientras dure la emergencia; tampoco pudieron coordinar un sistema de reparto de vacunas que permita llegar a los países que no pueden garantizarlas por sus propios medios. Hoy, eso es más peligroso que el virus. Y más difícil de combatir.