Geopolítica de la guerra, inflación y retenciones

26 de febrero, 2022 | 21.09

El mundo asiste al fin de la globalización tal cual se la conocía. Parece pronto para decirlo porque analizar las grandes transformaciones de la historia en tiempo real no es tarea sencilla.

La imaginación previa hablaba de un peso creciente de China y de la pérdida de hegemonía relativa de Estados Unidos. Esto no cambió, pero sí su potencial desarrollo. La previsión original era que se asistiría a un proceso largo de nueva guerra fría Estados Unidos - China que redefiniría los alineamientos globales. Además, hablar de “Occidente” ya se había convertido en un exceso. Desde la segunda guerra mundial Europa se volvió, cada vez más, un simple apéndice de las políticas del Departamento de Estado, a quien acompañó en todas sus incursiones/invasiones a terceros países. Aunque Francia e Inglaterra se cuenten entre las potencias nucleares, la región carece de una geopolítica propia, distinta al alineamiento automático con Estados Unidos.

Hasta la mañana del pasado jueves 24 se insistía en considerar a Rusia como una potencia menor. Hasta se equiparaba a su economía con la española (por tamaño del PIB medido en dólares y totalmente al margen de la paridad del poder adquisitivo), cuando en realidad es una de las pocas fuerzas militares del planeta cien por ciento autónomas y con reservas internacionales que rondan los 630 mil millones de dólares. En este contexto, la estrategia estadounidense parecía ser continuar con el cercamiento de Rusia corriendo la frontera de la OTAN. Vale recordar que la propia Ucrania, al incorporar en 2019 su voluntad de ingreso a la Alianza Atlántica como mandato constitucional (con dos tercios de los votos de su parlamento) ya había hecho su parte. Siempre hasta el jueves, la tarea de Estados Unidos había sido exitosa. El método empleado fue la suma de apoyo económico selectivo y carcomer desde adentro, algo bastante más barato e inteligente que una guerra convencional. Un gran ejemplo de éxito de la estrategia estadounidense fueron las llamadas “revoluciones de colores”, las que hicieron caer, entre otros, a los regímenes considerados “pro rusos” del Este de Europa (ver https://www.youtube.com/watch?v=VJ0FNy-oaYk), incluido al ucraniano (“Revolución Naranja”).

En paralelo también deben destacarse otros procesos internos de la región bastante asombrosos por haber ocurrido en países considerados avanzados. Europa se volvió crecientemente dependiente de la provisión de gas ruso. Un tercio del gas que consume la región y un cuarto del que consume Alemania es ruso, incluso el que comercializa una firma vinculada a la multinacional Greenpeace y que se vende como “gas verde”. Un ejemplo de estas tensiones se expresó en la controversia en torno al gasoducto Nord Stream en el Báltico, famoso por el fallido intento estadounidense de boicotear su construcción y por las reacciones frente a su puesta en funcionamiento. Dicho de otra manera, por un lado “Occidente” intentaba correr la frontera de la OTAN y por otro aumentaba su dependencia energética con el adversario.

Pero lo más llamativo fue que se trató de una dependencia autoinfligida. A partir de 2011 la potencia perdedora de la segunda guerra mundial decidió desmantelar sus reactores nucleares, es decir disminuir su capacidad energética. La sobrerrepresentación de las minorías propia de los sistemas parlamentaristas permitió a los partidos que hacen del (falso) ambientalismo su principal bandera (como Los verdes, Die Grünen, y La izquierda, Die Linke) imponer el desmantelamiento con el resultado desastroso del debilitamiento del sistema energético. Vale destacar que tras el apagado de sus reactores Alemania también importa electricidad desde Francia, donde se la produce precisamente en reactores nucleares, y además volvió a generar energía con carbón, lo que resulta por demás paradójico cuando se recuerda la excusa ambiental para apagar los reactores.

Sólo como dato de color se destaca que Die Linke es el principal sostén de la Fundación Rosa Luxemburgo, una de las principales patrocinadoras del falso ambientalismo en Argentina. Tarea a la que, dicho sea de paso, también contribuye Rusia cuando están involucrados los hidrocarburos, como en el caso del fracking. Los financiamientos desinteresados no existen.

Si bien en estado de guerra hacer predicciones no es aconsejable, el dato de la dependencia energética explica que, en un marco de escalada de sanciones, las relaciones comerciales en torno a la energía no se verán afectadas si se exceptúa el nada desdeñable efecto precio. La previsión es que difícilmente se decida desconectar totalmente a Rusia del sistema de pagos internacionales “SWIFT”, como se hizo con Venezuela e Irán. Muchos países europeos no están en condiciones de prescindir del gas ruso.

El balance preliminar de la invasión preventiva a Ucrania es que los costos que se preanunciaban para Rusia podrían ser inicialmente menores a los esperados. Además, el proceso acelerará la conformación de un nuevo bloque euroasiático, ya que China decidió mostrarse prescindente en el conflicto, aunque en la práctica, al igual que India, quedó del lado de Moscú. Si las presiones sobre Rusia se profundizan, el riesgo para “Occidente” es entonces el fortalecimiento del históricamente temido eje euroasiático. Música para los oídos chinos.

En este nuevo escenario, el Departamento de Estado y sus apéndices occidentales ya mostraron su estrategia: intentarán que el avance sobre Ucrania le resulte a Rusia lo más caro posible. Como ocurrió en los albores de la segunda guerra mundial el camino que comienza a esbozarse es el envío multimillonario de recursos y armamentos, es decir hacer una guerra indirecta “a través de” y “utilizando a” Ucrania, como actor y como escenario. La alternativa de Moscú para evitar lo que podría convertirse en un berenjenal es conseguir una victoria militar muy rápida que permita el establecimiento de un nuevo orden interno que pacifique en el mediano plazo la vida civil ucraniana.

Cualquiera sea el caso, lo que interesa desde el lejano sur es adelantarse a los efectos sobre la economía mundial y, por extensión, sobre argentina. Lo que sucedió en estos pocos días se encuentra en el rango de lo “muy predecible”: comenzaron a subir fuertemente los precios de los hidrocarburos, cereales, oleaginosas y de las commodities en general. Se trata del refuerzo de un proceso global iniciado por la pandemia, que ya se expresó en una mayor inflación internacional y que también se encuentran dentro de la inflación argentina de 2021. La magnitud continuidad y persistencia de estos mayores precios dependerá de la duración e intensidad de la guerra. Lo único que puede adelantarse por ahora es que los precios más altos llegaron para quedarse. 

Ahora bien, estos aumentos impactan sobre el valor de la canasta exportadora de Argentina, lo que es una gran noticia para una economía endeudada y estructuralmente deficitaria en divisas. No debe olvidarse que más dólares significa mayor estabilidad macroeconómica. Hasta aquí el dato positivo. Sin embargo, como siempre que este proceso se produce, los mayores precios internacionales también impactan sobre otras variables. La primera y principal es el aumento de los precios internos, es decir mayor inflación. El segundo es que cuando se necesite importar el precio ya no será el mismo, es decir también impactará en la canasta importadora, otra vuelta de inflación de costos. Luego, este proceso se superpondrá con el aumento de tarifas que será necesario para evitar que se sigan retrasando respecto del nivel general de precios y, en consecuencia, impactando en la masa de subsidios.

Dicho de manera rápida: para la economía local el efecto de la guerra será positivo en términos de generación de divisas y aumento de las exportaciones, pero muy negativo en términos de presiones inflacionarias. El tipo de problema que se presenta es bien conocido por la historia local y la teoría económica y demandará, más temprano que tarde, tomar medidas decididas para desacoplar los precios internos de los internacionales. Lo más aconsejable, sería establecer retenciones móviles “mientras duren en los mercados globales los efectos de la conflagración”. Debe notarse que la medida de ninguna manera debe interferir en los precios en dólares que hoy reciben los exportadores, sino sólo absorber los mayores precios emergentes de la guerra hasta que se vislumbre el nuevo escenario posbélico. Si no se actúa, la nueva inflación internacional se trasladará muy rápidamente a los precios locales, que es lo que se trata de evitar. Un contexto de guerra es lo suficientemente potente como para justificar una decisión extraordinaria.

Frente al escenario de conflagración, entonces, lo relevante no es tomar posición por alguno de los bandos o acudir a juicios y condenas morales, lo verdaderamente importante es actuar para evitar los efectos negativos sobre la población local.-