En el presente la guerra jurídica contra el peronismo, la muestra más perfecta de los dislates a los que puede conducir el odio social y el ideologismo de una derecha cada vez más radicalizada, nubla la calma tensa que provocó la llegada de Sergio Massa. En las últimas dos semanas el Banco Central finalmente dejó de perder reservas, pero la crisis real ya se desató, lo que todavía no está resuelto es su desenlace, es decir, si habrá o no una devaluación, sea abierta o encubierta.
Para quienes observan de fuera lo que reina es la desazón, la sensación de infinita recurrencia de la fase contractiva del ciclo económico. Resintetizando: lo que le sucedió al gobierno del Frente de Todos, más allá de las fortísimas condicionalidades heredadas por el endeudamiento macrista y la pandemia, fue que la economía volvió a quedarse sin dólares. Como suele explicarse en este espacio, quedarse sin dólares significa dificultades para sostener su precio y, en consecuencia, la apertura de perspectivas de devaluación, lo que redondea las fuentes de un régimen de alta inflación.
La recurrencia del problema lleva a preguntarse sobre el por qué de las corridas cambiarias que producen devaluaciones e inflación. Y la respuesta, por supuesto, no está en la maldad de quienes motorizan la corrida, sino en el contexto macroeconómico que las genera. Los datos, liberados de cualquier juicio de valor, muestran que en julio no sólo reapareció formalmente el déficit comercial (Indec), sino también un marcado rojo en la cuenta corriente cambiaria (BCRA). Hablamos de “reaparición formal” porque en la macroeconomía lo que importa son las tendencias de los indicadores, la película más que la foto. El dato entonces es que el déficit externo comienza a aparecer luego de dos años de importante superávit comercial. Dicho de otra manera, la escasez de dólares reaparece luego de haberse contado con muchos dólares. La pregunta entonces es por qué no hubo capacidad de retener el excedente de divisas generados en 2020 y 2021.
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Acercando más la lupa al problema lo que el grueso de los economistas sabe es que, dada la estructura económica local, cuando la economía crece las importaciones lo hacen más rápido que las exportaciones lo que produce un estrangulamiento externo, es decir, para crecer hay que contar con divisas. Este estrangulamiento, más que las disputas ideológicas, es la verdadera causa del péndulo económico local, en tanto define también los ciclos políticos. Los gobiernos que aprecian se quedan y los que devalúan se van. No es novedad, es historia, de aquí el dramatismo del presente.
El balance preliminar que surge de los hechos es que por el lado de la economía real, la producción, deben desarrollarse sectores proveedores de divisas que permitan romper el condicionamiento cíclico de su faltante. En el presente, por recursos naturales propios y demanda mundial (señales de precios), la economía local se encuentra, con matices, en pleno desarrollo de estos esos sectores, que son los hidrocarburos y la minería, desde el cobre al litio. El potencial real es impresionante: en la próxima década las exportaciones podrían más que duplicarse eliminando una de las principales fuentes de la inestabilidad macroeconómica, la restricción externa.
Aunque sea desagradable que el embajador de una potencia extranjera haga recomendaciones de política interna, quizá el estadounidense Marc Stanley haya tenido razón a su manera al sugerir la construcción de una nueva alianza entre los sectores dominantes para darle un marco de estabilidad política al aprovechamiento de las “nuevas” fuentes de recursos. Sin embargo, la radicalización de la derecha política y de su conducción mediática plantean un problema de difícil resolución. Mientras el Frente de Todos demostró con creces que no es una opción ideológicamente radical, sino profundamente pragmática, la persistencia por parte de Juntos por el Cambio y su conducción mediática en la persecución judicial muestran los estragos del ideologismo y las dificultades que ello proyecta sobre la convivencia democrática. La historia local, no la de un país remoto, de la segunda mitad del siglo XX es una gran muestra de lo que sucede cuando se intentan resolver las disputas políticas por la vía de la proscripción y la supresión del adversario, pulsión que la derecha vernácula debería comenzar a contener.
Profundizar el desarrollo de los nuevos sectores también es central en términos de la estructura de las clases dominantes. Es una gran limitante que la economía dependa de un solo proveedor de divisas con capacidad de determinar el precio del dólar, el agro pampeano. Si aparece una situación de escasez relativa de dólares el sector que los detenta seguramente apostará a la devaluación reteniendo las exportaciones. Luego, intentar mantener los excedentes bajo una forma que conserve su valor, sea en silobolsas o en dólares, no es un comportamiento malvado, sino racional, situación que convive con los errores no forzados. Si se pretende que un sector liquide exportaciones no se le deben conceder créditos a tasa subsidiada para financiar su capital de trabajo. Y si se quiere evitar la dolarización de todos los excedentes de la economía, es decir si se quiere combatir el bimonetarismo, las tasas de interés en pesos no pueden ser negativas en términos reales.
El verdadero poder de la regulación económica no reside en la capacidad de establecer prohibiciones, sino en construir sistemas de incentivos adecuados. Dos herramientas típicas son las tasas de interés y los impuestos, pero no solamente. Si un mismo bien, cualquiera que sea aunque hablamos del dólar, tiene más de un precio, siempre se intentará venderlo al precio máximo y comprarlo al precio mínimo, sea importando al oficial, pagando con tarjeta en el exterior o comprando dólar ahorro. Ni malos ni buenos, comportamiento racional. Esto explica por qué la brecha entre los dólares oficial y paralelos funciona como un incentivo a vaciar las reservas del Banco Central.
Pero regresemos a lo urgente y al principio. La actual administración llegó a un punto es el que simplemente está obligada a realizar un ajuste económico. Esto no se debe a la ideología intrínseca del nuevo ministro de Economía o a la de su flamante segundo. Cualquiera que se hiciese cargo del área estaba compelido a realizar el ajuste. Ello es así no sólo por los compromisos asumidos con el FMI, lo que no es un dato menor dada la actual situación de fragilidad financiera, sino porque la economía se quedó sin dólares. De la misma manera que para crecer se necesitan dólares, si no hay dólares la economía debe frenarse. Y para frenarla una de las vías es reducir el déficit interno, tanto para frenar la demanda agregada como para evitar que los excedentes se dolaricen. Así de triste. No llevar adelante estas medidas controladamente es arriesgarse a que ocurran descontroladamente, lo que sería un ajuste mucho peor. La magia no existe.
Una opción al ajuste sería la financiera, que aparezcan nuevas fuentes de divisas. En ello cifra sus esperanzas el equipo económico. La otra opción es la devaluación del dólar oficial, o la vía encubierta y transitoria de multiplicar tipos de cambio para distintos sectores. No obstante, se sabe que la devaluación es el principio del ocaso político de quien la decide. De esto se trata el desenlace de la crisis. Los datos duros son que hay dólares en el futuro, pero faltan en el presente. El contexto es que las fuentes de financiamiento parecen agotadas y que, guerra judicial mediante, existe una crisis política de proporciones entre oficialismo y oposición.