A una semana de las efectivas elecciones de medio término se acelera la hora de las definiciones. El resultado electoral, mal que le pese a la danza de encuestadoras que viven en estos prolegómenos sus minutos de gloria, es siempre incierto. Sin embargo puede afirmarse con certeza una sola cosa, la foto del estado de ánimo de la sociedad no es algo que cambia en el corto plazo. El próximo domingo podrá haber o no alguna mejora de pocos puntos en algunos distritos, pero la película no mostrará grandes cambios sobre la foto de las PASO.
La nueva realidad para la segunda etapa del gobierno del Frente de Todos estará signada entonces por la debilidad política. A su vez, las blancas también juegan, la oposición que ya era furiosa ahora huele sangre y, a diferencia de la actitud del actual oficialismo, que ayudo a Mauricio Macri a no irse por la ventana en las postrimerías de su gobierno, se descuenta que su comportamiento será obstruccionista y destructivo. Su sueño húmedo es ayudar al Frente de Todos a desangrarse hasta 2023. Luego, Horacio Rodríguez Larreta no es un personaje gris, limitado y vengativo como Macri, sino un político bastante más inteligente y pragmático que espera paciente liderar la definitiva transformación neoliberal de la sociedad argentina iniciada por la última dictadura.
La nueva debilidad política del Frente de Todos es la expresión de lo que sucede en la base material. Aquí aparece una similitud con el medio término del gobierno anterior. Cuando el macrismo advirtió que los mercados internacionales que alimentaban su endeudamiento monstruoso comenzaban a cerrarse empezó a decir que, por distraerse en la revolución de la alegría, “no había explicitado suficientemente la pesada herencia”. Pero las similitudes terminan aquí. La crisis que recibió Cambiemos fue tan terrible que todos los inversores corrieron a prestarle dólares en abundancia, divisas que le permitieron transitar sus primeros años de gobierno sin explotar a pesar de sostener un déficit externo gigantesco.
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El Frente de Todos, en cambio, sí recibió un país quebrado, escenario sobre el que se montó la pandemia. Inicialmente se pensó que para revertir esta inmensa restricción heredada alcanzaría con renegociar la deuda con privados y organismos. La primera parte de la tarea se logró, pero no fue suficiente. Los mercados externos no se reabrieron ni fluyeron capitales por una razón muy similar a la del escenario de fines de 2017. Los inversores internacionales, salvo algún tratado bilateral, advierten que la economía argentina tiene serias dificultades para generar divisas.
La dificultad para generar divisas es la que se encuentra detrás de la inestabilidad macroeconómica y de los altos niveles inflacionarios. Es el circulo vicioso histórico de la economía local, la raíz del péndulo. Todo lo demás, controles cambiarios y de precios, disputas tributarias y por el reparto del ingreso, sólo son escarceos y parches de corto plazo. El problema fundamental, central, esencial, es que las divisas generadas por la economía son insuficientes para enfrentar los compromisos externos. Y si esto no se soluciona el escenario que se abre es extremadamente azaroso porque ya no hay margen social para seguir devaluando. Devaluar significa en la práctica bajar salarios, es un triunfo del capital en la puja distributiva, pero los salarios promedio de la economía que, a fines de 2015 eran los más altos de la región, hoy pelean los últimos puestos. Devaluar significaría avanzar hacia índices de pobreza del 60 por ciento, es decir hacia una sociedad quebrada que, como luego de las hiperinflaciones, estará dispuesta a aceptar cualquier cosa que le brinde una ilusión de estabilidad, como por ejemplo la dolarización de la economía y una nueva experiencia neoliberal.
Es paradójico, pero lo peor que podría sucederle a la economía en el corto plazo es crecer. Si la economía crece se profundizan todos los problemas. Piénsese que en lo que va de 2021 el superávit comercial, la diferencia entre las exportaciones y las importaciones, fue récord, los pagos de deuda a privados se patearon para adelante y la pandemia redujo al mínimo el turismo emisivo. A pesar de este escenario favorable, los dólares excedentes no fueron suficientes para que el Banco Central acumule reservas. Hoy las reservas netas están en sus mínimos históricos y, para que exista estabilidad macroeconómica y poder de fuego para la política económica se necesita un piso de reservas netas de entre 50 y 100 mil millones de dólares. Si la economía empezase a crecer fuerte desaparecería el saldo comercial y aumentaría el turismo emisivo, lo que en un contexto de mercados externos cerrados conduciría a una situación cambiaria inmanejable, probablemente a una nueva devaluación.
Sobre estos problemas materiales de fondo se monta la política. La sociedad política parece esperar las elecciones del próximo domingo 14 como una suerte de fuerza ordenadora de las pujas internas. Pero limitarse a mirar cómo podrían cambiar los nombres en tal o cual ministerio o definir que subgrupo del heterogéneo Frente de Todos tendrá más o menos relevancia en tal o cual área equivale a bailar sobre la cubierta del Titanic. La realidad es que ya se acabaron los atajos. La única forma que el oficialismo tiene para terminar airoso su actual ciclo de gobierno es orientar todas las voluntades y capacidades estatales a generar divisas, algo que dicho sea de paso debió haber hecho desde el minuto cero. No es una tarea sencilla. Cristina Kirchner lo vislumbró en su tercer gobierno, por eso retomó el control estatal de YPF, hizo el muy pragmático contrato con Chevron para explotar Vaca Muerta y mandó a Axel Kicillof a pagarle al Club de Paris. Sabía que la continuidad del modelo necesitaba divisas. Tanto como el adversario también sabía que debía bloquear esta estrategia.
Aumentar la provisión de divisas de la economía se dice fácil, pero ¿cómo se consigue? La cuenca neuquina tiene recursos hidrocarburíferos no convencionales para 200 años, pero dentro de 50 años no valdrán nada. La inevitable transición energética comenzará con el aumento de la demanda de gas para generación eléctrica. Es necesario extraer los recursos no convencionales de las cuencas neuquinas lo más rápido posible, en 20 o 30 años. El proceso está en marcha, solo necesita intensificarse, generar condiciones de estabilidad fiscal y cambiaria para que las inversiones exploten. Lograr estas exportaciones será más rápido que la minería, quizá para fines de 2023 puedan verse ya algunos frutos. La maduración de las exportaciones mineras demanda en cambio un mínimo de 3 o 4 años.
Un gobierno popular podría lograr que parte de los beneficios de estos procesos queden en el país, uno de la actual oposición sólo generaría una economía de enclave. No es indistinto quien se queda con el motor generador de divisas y sus usos. El desafío está planteado. Se debe trabajar ya en terminar y ampliar gasoductos a los puertos y que conecten con el que hoy trae el gas de Bolivia, cuyos pozos están en declinación, lo que le preocupa a Brasil. Argentina podría abastecer a Chile y hasta el Gran San Pablo. El 15 de noviembre todas las áreas del gobierno deberían dejar de pensar en el quién para concentrarse en el cómo. Se necesita desesperadamente pensar en términos de economía de guerra. Es este camino o devaluación y desangrarse hasta 2023.