A más de 200 días del comienzo del aislamiento social obligatorio en Argentina, producto del coronavirus, y en medio de un contexto de politización de la cuarentena, se observan en algunas franjas sociales gestos de incumplimiento de las medidas sanitarias que ya no responden solo a la necesidad real de trabajar o al deseo genuino de reactivar los vínculos sociales o acercarse a los afectos, sino que tienen por detrás un claro posicionamiento cultural e ideológico frente al Estado. Desde hace varios meses se multiplican las marchas anticuarentena, las tendencias en redes sociales y los encuentros clandestinos en viviendas particulares, boliches, cervecerías y restaurantes. En términos simbólicos y de lucha por el sentido estos posicionamientos tienen el objetivo de instalar una estrategia de desobediencia civil frente a los Gobiernos de turno.
El mondongo insurrecto
"100% clandestino y 100% barrani", fue la expresión que utilizó hace unas semanas en Twitter el abogado y ex concejal por la Ciudad de Buenos Aires (UCeDE), Carlos Maslatón para relatar su paso por un restaurante clandestino en medio de la cuarentena. El término Barrani, que ya es furor en las redes sociales, es muy utilizado en el comercio de telas y hace referencia a la venta del producto "en negro", es decir, sin pagar impuestos. Además el tuitero compartió en su cuenta la foto del ticket y rápidamente se viralizó por el alto precio que había pagado dos porciones de mondongo. Unos días después en una actitud similar otra usuaria publicó en su perfil una foto de un bife con guarnición junto con un texto: “en algún lugar de Buenos Aires. Almuerzo 100% barrani, nada de sillas afuera. Excelente atención @FacuuPallotta, recomendación de mi querido amigo @CarlosMaslaton”. Las respuestas no tardaron en llegar y se multiplicaron las fotos parodiando la comida por el tamaño de la porción y las ocho papas fritas que acompañaban la carne.
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La periodista Graciela Moreno, quien estuvo cubriendo la escena gastronómica local, contó que los pioneros de esta movida fueron algunos bares porteños que empezaron a correr el dato de la apertura ilegal entre sus clientes más cercanos: “Como no pasó nada, no hubo controles, no hubo clausuras, eso sirvió para alentar aperturas de restaurantes de primer nivel. La idea fue abrir las puertas, pero despistar en redes. Algunos continúan ofreciendo delivery, venden panes en sus mercaditos take away, tratan de que nada altere la rutina para el afuera. Pero hubo cambios, y no hay más tiempo para dar recetas en vivo en Instagram. Las principales aperturas clandestinas son de lugares que tienen algunos de los cubiertos más caros de Buenos Aires y sus propietarios son reconocidos chefs".
“Volver a comer afuera, hacerle un corte de manga a Alberto y sentir esa sensación liberadora de decirle “metete tu cuarentena en el o…” no tiene precio”, escribió Maslatón en sus redes en un discurso que romantiza la "moda" de comer de forma clandestina en restaurantes porteños para desafiar a las medidas oficiales. Quien ya se ha convertido en una suerte de referente de la militancia anti cuarentena difundió además una suerte de manifiesto o reglamento a seguir invitando a otres a sumarse al juego de los clandestino: “Hay insurrección este fin de semana en toda la Capital y el Gran Buenos Aires. Están abriendo masivamente restaurantes clandestinos. Es obligación de todo cliente: 1) No denunciar ni publicar coordenadas; 2) Pedir la cuenta 100% barrani, nada de facturas. El enemigo es el estado”.
La comunicación performativa y el vacío estatal
Si bien lo que sucede en Twitter o los fenómenos porteños que solemos reconocer en los canales de televisión abierta no suelen ser representativos de lo que ocurre en otras latitudes de la Argentina resulta interesante analizar cómo funciona en términos simbólicos la multiplicación de estos comportamientos anómicos en medio de la pandemia y la crisis económica. Un ejemplo de ello es lo que ocurrió en la provincia de Jujuy, donde se ha generalizado la desobediencia civil a las normas impuestas por Gerardo Morales. A pesar de que a fines de agosto el gobierno anunció el regreso a Fase 1 por una semana como consecuencia del aumento escalado de los contagios y el colapso del sistema, los comerciantes de San Salvador y Palpalá desoyeron la decisión del Comité Operativo de Emergencias (COE) y abrieron sus negocios.
En su última intervención Alberto Fernández anunció la extensión de las medidas de aislamiento hasta el 11 de octubre y el acuerdo de “pequeñas flexibilizaciones”, según la jurisdicción, para la próxima etapa del aislamiento. A diferencia de las puestas en escena sólidas que se veían durante los primeros meses de la pandemia donde las decisiones se tomaban en un mesa ampliada y compartida por el Presidente, el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta y el gobernador bonaerense Axel Kicillof, las últimas medidas nacionales se comunicaron a partir de un video oficial de cinco minutos que se compartió en las redes sociales. La narrativa política comunicacional que solía apuntar a un discurso de interpelación colectiva y compromiso comunitario fue perdiendo fuerza para dar paso a un llamado a la responsabilidad e interpretación de las normas meramente individual.
Álvaro García Linera, el vicepresidente boliviano que acompañó a Evo Morales en sus tres mandatos, en su artículo “El Estado ante el coronavirus. El péndulo de la “comunidad ilusoria”, explica que “el Estado es uno de esos pocos lugares donde la idea y palabra oficial devienen en materia social”. Lo que plantea el vicepresidente es que el Estado como “monopolio de la violencia simbólica” tiene la capacidad de administrar o reactualizar los esquemas dominantes de comprensión de la realidad con los que la sociedad se relaciona, en el marco de una lucha simbólica donde intervienen otros agentes y nodos sociales como las empresas, los sectores de poder, los medios, las instituciones, la familia, etc. ¿Qué pasa entonces cuando el Estado se corre de la lucha simbólica dando más lugar a otros actores?
En medio de una pandemia o situación catastrófica coyuntural como la que vivimos la intervención política en el plano cultural y de producción de sentido es central para la promoción de los ciudadanos como agentes participativos en el diseño de un esquema de vida común y compartida. García Linera sostiene que el poder de construcción simbólica del Estado deviene de “la autorización social para poder precisamente monopolizar decisiones vinculantes”. Es la misma sociedad la que le otorga ese lugar al Estado, siempre y cuando éste en su accionar político comunicacional y su lenguaje logre tener injerencia en la construcción de nuestras experiencias perceptivas y biográficas. La política comunicacional se trata de una instancia de interacción pero también y sobre todo de una herramienta de negociación en una disputa que ya no es semántica, sino por el poder pragmático: una disputa por el poder de influir y ser influidos.
Con el correr del tiempo el proceso de naturalización del virus ya no se ve solamente en las cifras de contagios y fallecimiento, sino también en el mensaje gubernamental como si este convalidara una decisión tomada por la sociedad. La agenda oficial que previamente era ocupada en su mayor proporción por temas vinculados a la pandemia y las políticas estatales implementadas para lograr una cobertura sanitaria adecuada, perdió peso y los referentes del oficialismo reducen su participación a expresiones de indignación fragmentadas, en formatos tuiteros, y análisis que apuntan a la criminalización de las conductas anómicas. Mientras, en los medios de comunicación corporativos predominan las cobertura de las expresiones anti cuarentena y se legitima el mensaje de las aperturas y la clandestinización con un marcado sesgo anti - política. Ningún elemento puede ser aislado de sus relaciones. Justamente lo que parece no evaluarse desde el Gobierno Nacional es una maniobra que tenga en cuenta que dichas respuestas culturales pueden ser síntomas del momento político que vive la sociedad y del vacío de significación que genera el mismo Estado.
Pandemia mediante o no, la vida social ocurre de todos modos. Los individuos se constituyen y construyen su visión del mundo y su subjetividad en una relación permanente con el exterior. Si el Gobierno se corre del vínculo central Estado – sociedad y reduce su participación a la mera administración y el control social, pierde la posibilidad de producir nuevos marcos institucionales que no funcionen de arriba hacia abajo , sino en una suerte de equilibrio permanente y acompañamiento. Gestionar la pandemia con la sociedad implica generar nuevos espacios estratégicos de creación y reflexión ciudadana donde pensar en y desde lo comunitario.