Mano única y pulso firme en una travesía sin hoja de ruta

En los próximos días el gobierno profundizará y sofisticará las medidas de aislamiento para hacer frente al pico de contagios, según la previsión de los expertos. Fortalezas y debilidades de un programa de emergencia a todo o nada.

29 de marzo, 2020 | 00.05

El silencio en las calles de los barrios, interrumpido con frecuencia por los helicópteros que surcan el cielo en cuarentena, da cuenta del estado excepcional de las cosas. En los hospitales, los profesionales de la salud comienzan a tratar los casos que aún llegan por goteo, ajustando los procedimientos para anticiparse al momento en el que no haya tiempo de asombrarse por cada paciente que ingresa. La economía está en suspenso: empresas al borde de la quiebra, puestos de trabajo en riesgo, incertidumbre al mango. Es la calma que precede la tormenta.

La amenaza del coronavirus, en cambio, para la mayoría sigue siendo intangible. La plaga no cayó, aún, con el peso de la muerte, como en Hubei, en Europa o en Nueva York. El terror no comenzó, todavía, a inocular su efecto persuasivo. Son días extraños en la Argentina. No hay muchos países en el mundo que hayan establecido una cuarentena en el mismo estadío, temprano, de la enfermedad: cuesta encontrar con quién compararse o un dato tranquilizante que ayude a lidiar con la ansiedad.

Por ahora, el cálculo que realizan los especialistas que forman parte del Comité de Emergencia da algunas prematuras señales positivas: el pico de contagios, que estaba previsto inicialmente para mediados de abril, ya se ubica a comienzos de mayo, como confirmaron en las últimas horas tanto el presidente Alberto Fernández como el ministro de Salud, Ginés González García. En otras palabras, las primeras medidas, previas a la cuarentena, ayudaron a achatar la curva.

Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

El sistema sanitario argentino ya no es el modelo que supo ser hace más de medio siglo. No solamente sufrió el desmantelamiento de tres ciclos neoliberales, sino que también durante la década 2005/2015, cuando el Estado aumentó su inversión en educación y en ciencia, no lo hizo en la misma proporción con el presupuesto dedicado a la salud. Sin embargo, la herencia de derechos que ya no se garantizan deja al país en una situación comparativamente ventajosa respecto a otros.

Por caso, la Argentina tiene más camas por habitante (5 cada 1000) que China (4,2), Italia (3,4), España (3), Estados Unidos (2,9) o el Reino Unido (2,8). La comparación es más ventajosa incluso si la hacemos con nuestros vecinos Uruguay (2,8), Brasil (2,2) o Chile (2,2). En cuanto a la cantidad de médicos, aquí hay algo menos de 4 cada mil habitantes, en línea con los países del sur de Europa, casi el doble que Brasil y bastante más que Estados Unidos y el Reino Unido.

Todos esos recursos formarán parte de una red nacional única: mientras dure la pandemia, la asignación de pacientes, insumos y lugares de internación estará centralizada por el ministerio de Salud de la Nación de forma tal que no se discrimine a los pacientes por la cobertura de salud que tengan, su nacionalidad ni su domicilio. Algunos de los intendentes que habían bloqueado accesos ya están levantando los obstáculos para facilitar el traslado de vecinos a centros de salud de distritos linderos.

En términos clínicos, la mayor preocupación de las autoridades tiene que ver con la escasez de recursos humanos y de insumos. Los profesionales de la salud son susceptibles al contagio, que los obliga, a ellos y a sus compañeros con los que hubieran tenido contacto, a dejar el trabajo durante dos semanas. El agotamiento y el stress también pasan factura. Por eso, el gobierno habilitó el ejercicio de la medicina para médicos de otros países sin el título revalidado: da lo mismo si son voluntarios cubanos o exiliados de Venezuela.

Respecto a los insumos, estamos en un momento en el que todos los países quieren comprar y ninguno vende lo que produce. La Argentina no es la excepción. La demora para adquirir kits de testeo respondió a que sólo había en el mercado oferta de métodos que resultaban poco confiables (como aprendió España de mal modo). Ese problema ya está resuelto: llegarán cien mil tests al país en el corto plazo y otro medio millón antes del pico. Ahora la carrera que se corre es por acumular respiradores.

Cada semana que se demora el pico de contagios es tiempo ganado para acopiar este insumo crítico en el tratamiento de las dolencias más graves. Según declaró el presidente Fernández, se necesitan unos 1500 aparatos adicionales para reforzar el sistema de salud de forma tal que pueda afrontar sin colapso la pandemia, si se achata lo suficiente la curva. En el país se producen 120 por semana en tres fábricas, que recibieron ayuda del gobierno para duplicar o hasta triplicar esa producción.

China, que comienza a dejar atrás la pandemia, fabricó decenas de miles de respiradores durante los últimos meses, que se encuentran ociosos. Fernández le escribió personalmente a Xi Jinping para que una parte de ellos llegue a la Argentina. La Universidad Nacional de Rosario está probando un prototipo que puede construirse en escala. Toyota podría fabricar partes en su planta de Zárate. Otros países acudieron a respuestas más heterodoxas: en Israel sumaron al sistema de salud todos los respiradores de uso veterinario.

No hay optimismo pero sí calma en las filas del gobierno, donde dos certezas ya echaron raíces: que la situación van a ponerse mucho más difícil antes de mejorar pero que dadas las circunstancias, las respuestas que está dando el país son las mejores que había disponibles en el menú. Nadie se anima a arriesgar si resultará suficiente: un solo cabo suelto puede arruinar el trabajo de semanas. Se celebra, en cambio, la velocidad de respuesta. Sobran los contraejemplos que muestran cómo la demora se ha pagado con vidas.

Pero la Argentina se enfrenta a otro desafío simultáneo: el parate económico brutal que cae en el momento menos oportuno. Estamos sometidos a la cuenta atrás de dos relojes que corren de manera independiente y simultánea. El epidemiológico, que debe hacerse lo más lento posible para no sobrepasar la capacidad del sistema de salud. Pero también el social, en el que cada día que pasa aumenta la presión de quienes ya vivían al día, o ni siquiera, antes de que empezara la pandemia y se encontrarán a la intemperie cuando los golpee.

Durante esta semana, de manera coordinada, desde los medios de comunicación del establishment plantearon que existe una dicotomía entre cuidar la economía y cuidar la salud, en un intento poco maquillado de lobby para que el gobierno levante algunas de las restricciones a la actividad. Proponen estrategias que llevan la contra a las recomendaciones del Comité de Emergencia que asesora a Fernández y de la OMS y que ya fracasaron en Reino Unido, los Estados Unidos y Brasil.

Es un falso dilema: la crisis económica que acompaña al coronavirus es tan inevitable como el contagio, independientemente de la estrategia de cada país ante la pandemia. Sin ir más lejos, Estados Unidos, donde Donald Trump se resiste a parar la economía para frenar la enfermedad, no solamente se convirtió en pocos días en el foco infeccioso más importante del planeta. Además, en la última semana, se registraron para cobrar un seguro más de tres millones de nuevos desocupados.

La Argentina enfrenta, en todo caso, una encrucijada más compleja. Tiene dos problemas: uno en el que resulta vital ganar tiempo y otro que se vuelve peor a cada día que pasa. La única salida del laberinto es ir a fondo con las medidas necesarias para controlar la pandemia en el período de tiempo más breve posible. Ya no se habla de mitigar sino de suprimir el coronavirus. Por eso, aunque suene contradictorio, la cuarentena se extenderá más allá de semana santa, del mes de abril y muy probablemente también del otoño.

"Si funciona, no vamos a levantarla. Y si no funciona, tampoco podemos levantarla”. Con esas palabras replican en el gobierno cuando se consulta si las restricciones tienen fecha de vencimiento. En el interín se aplicará ojo clínico para activar sectores cuyo funcionamiento no ponga en riesgo la distancia social. Cuando el testeo permita estudiar mejor la pandemia, se intentará localizar y aislar regiones, provincias o ciudades donde no haya circulación del virus para ensayar allí medidas que aligeren el aislamiento.

El mayor desafío estará puesto en los conurbanos de las grandes ciudades. Las condiciones de vivienda hacen imposible la distancia social prescrita y dificultan seriamente el acceso a la higiene que se recomienda para prevenir la enfermedad. El cierre de empresas y la falta de changas pega más fuerte en la periferia que en las ciudades. Los que viven día a día desde hace varias jornadas que no ven dinero en sus bolsillos. El final de quincena marcará también el final de quién sabe cuántos puestos de trabajo en la construcción.

La reducción de daños será un esfuerzo extraordinario que deberá realizar la democracia argentina, quizás el más importante desde 1983. Se necesitarán medidas extremas. Una de las opciones en carpeta implica poner cuarentena comunitaria barrios enteros en los que aparezcan focos que no se puedan controlar de otra forma. Es indispensable que el cumplimiento de las leyes por parte de los funcionarios a cargo sea estricto: los derechos humanos no pueden ser la moneda de cambio de otras necesidades urgentes.

Se están dedicando recursos abundantes para paliar las necesidades. La inversión pública supera los dos puntos del PBI, además de créditos de organismos internacionales por más de dos mil millones de dólares. Cuando se resuelva la negociación por la deuda externa, el gobierno planea volcar a la calle el equivalente a otros seis puntos porcentuales del producto bruto. Pero hay lugares a los que incluso este Estado con casi dos décadas de experiencia de habitar en los pliegues de la miseria no llega. El virus sí.

Es necesario redoblar los esfuerzos y la creatividad. Problemas nunca vistos requieren soluciones inéditas. Esta semana seguirán anunciándose medidas que complementen, corrijan, potencien las políticas públicas que ya están en marcha. No hay una hoja de ruta. Es día a día. Hoy se descuentan como necesarias medidas que hasta hace pocas semanas sonaban a ciencia ficción. Nadie sabe (quizás, en sus pocos minutos diarios de soledad, las imagine el Presidente) cuáles serán las decisiones que nos sorprenderán en el futuro.