Ayda, la india cyborg que salvó a su pueblo.

05 de junio, 2015 | 14.29

Ella es Ayda Mile España Jamioy, tiene 17 años y pertenece a la comunidad de habla Camëntsá. Pertenecer a una comunidad de habla equivale a ser parte de una cultura, en este caso, a la del pueblo originario Camsá o Kamsá compuesto por 5539 personas (Censo de población DANE, 2012) que habita el valle de Sibundoy al noroeste de Putumayo, y al este de Nariño, Colombia.

Si hacemos algo de historia, el pueblo Kamsá fue conquistado por el Inca Huayna Cápac en 1492 y a partir de allí se estableció la población quichua, conocida como Ingas. Luego de una larga serie de acontecimientos donde se destacan la derrota de los incas (en 1533); la llegada de los españoles al territorio y el sometimiento del pueblo entre 1542 y 1547 en varias misiones que gobernaran entre 1893 y 1969. Recién para 1991 ocurriría el Resguardo bajo la autoridad autónoma del Cabildo indígena, reconocida por la Constitución colombiana de ese año.

El Camënstá, como muchas lenguas originarias, corre peligro de extinción. Es apenas una (pero no menor) consecuencia de los imperialismos colonialistas que Latinoamérica padece como herencia tras la irrupción cultural europea: la desaparición no sólo de vidas, sino de lenguas vernáculas (originarias) y con ellas todo un universo simbólico y cultural que no es más que otra forma de atentar contra la vida humana anulando al otro.

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Pero Ayda no se rinde, no quiere que su pueblo desaparezca conforme el paso del tiempo y la naturalización de elementos culturales ajenos a los de su comunidad de origen y lo propio de la colombiana, por eso entendió la época en la que vive, las dinámicas de la Era Digital que atraviesa la vida cotidiana hoy en día y activó: en el marco de un curso de pregrado en la carrera de ingeniería civil de la Universidad Nacional de Medellín, ella junto a dos compañeras desarrollaron Juatsjinyam',un juego desarrollado en Visual Basic que consta de cinco niveles donde los niños deben asociar palabras con imágenes para obtener puntos como recompensa por el logro.

"Se diseñó con la finalidad lograr interés y la motivación en el aprendizaje porque y fue necesario recuperar la lengua que se ha estado perdiendo, entonces es para que se mantenga" – dijo Ayda al periodista David Calle Atehortúa para el portal de noticias http://diarioadn.co/.

Esto podría entenderse como 'lingüística de salvataje' donde se emplean técnicas pedagógicas y lingüísticas para preservar la lengua de una comunidad a través de la transmisión a los miembros de menor edad, que son los más vulnerables a la pérdida de los elementos culturales nativos ya sea por aculturación (cuando elementos de otra cultura interfieren con los de la local, como por ejemplo el boom de la cultura gamer en Argentina), o por falta de práctica.

Lo que Ayda hizo es ejercitar su creatividad y ponerla en acción, es decir: buscar una solución posible y concreta a un problema cotidiano con los recursos que tenía disponibles y ejecutarla. Esto ilustra que la Era Digital y el universo de las redes sociales no es del todo apocalíptico y atrofiador del músculo creativo y de la humanidad que nos queda, sino que desde un uso crítico y responsable del recurso se puede aprovechar para finalidades educativas o de puesta en valor de determinadas actividades culturales, como la que acá se pone de manifiesto.

Las Apps y las redes sociales hacen un aporte importante a las comunidades si entendemos a las mismas como un recurso útil para poner al servicio de la reproducción social. Si la Academia corporizada en las élites universitarias, el Ministerio de Educación, y los comunicadores trabajaran por un uso responsable, crítico, y consciente de las diversas herramientas digitales para transformar las realidades que atraviesan el conjunto de la sociedad, se podría disminuir la despersonalización, la alienación, la angustia y la incomunicación que enferma en Internet.

La Netnografía es una herramienta y una metodología clave en estas políticas, se trata de una subdisciplina de la Antropología Social que estudia y analiza lo propio de las comunidades digitales.

Entonces, el mal no reside en la cosa, sino en el uso que se le da. Y la responsabilidad queda en cada uno de nosotros. Como lo demostró Ayda.