José y Sebastiana Gissara, dos inmigrantes italianos, comenzaron cultivando flores en el jardín de su casa de San Justo, que después sus hijas vendían en la calle. A principios de la década de 1930 inauguraron el primer local, que estaba dedicado casi exclusivamente a la realización de coronas fúnebres e ikebanas. El negocio fue pasando de generación en generación y con el tiempo fueron incorporando y confeccionando ramos para novias, arreglos florales y busquets.
Hoy, la cuarta generación en la florería afirma que hubo un resurgimiento del rubro a partir de la pandemia y actualmente entre la clientela fija se encuentra una gran cantidad de público joven con una especial predilección por las flores amarillas.
La venta de las flores del jardín de la casa
Don José y Doña Sebastiana Gissara arribaron a Argentina en la década de 1920. Primero lo hizo José, en 1926, y más tarde su esposa. Ambos embarcaron en el puerto de Siracusa, en la región de Sicilia. “Como la mayoría de las historias de inmigrantes, vinieron porque allá estaban muy mal. Una vez acá, iban alojando en su casa a otros parientes. Algunos se quedaron y otros se volvieron”, relata Miguel, nieto de José y Sebastiana y actual dueño de la florería, quien aún conserva el acta que atestigua la llegada de su abuelo a Argentina.
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Los sicilianos se instalaron en la localidad bonaerense de San Justo y, como el terreno tenía un jardín, las primeras ventas las hicieron con flores que cultivaban ellos mismos. Las acomodaban en una canastita y dos de sus hijas salían a venderlas por las calles de los barrios porteños de Villa Devoto, Montecastro y Villa Real. Al poco tiempo abrieron el primer negocio, que estaba ubicado en la intersección de la avenida Álvarez Jonte y Segurola y se llamó “La Rosa de Villa Real”. Luego abrieron otro ubicado sobre la calle Bermúdez y finalmente, en 1939, compraron el local que funciona hasta el día de hoy, en Coronel Ramón Lista 5108, en el barrio porteño de Villa Devoto. Posteriormente, José decidió cambiarle el nombre y la bautizó “Flores Gissara”. En el mismo terreno, la familia construyó cuatro casas “chorizo” para sus cuatro hijas. “Bien de tano hacer el negocio y la casa para las hijas”, comenta Miguel entre risas.
Tiempo después, la florería quedó a cargo de dos de las hijas de José y Sebastiana: Lucía, a quien curiosamente todos llamaban “Florcita”, y “China”. Luego, cuando ellas se casaron, el legado continuó de la mano de las otras dos hermanas, Nené y Cayetana, y de Ítalo Tojeiro-el marido de Cayetana-. Varios años después, el local pasó a estar al mando de Miguel- hijo de Ítalo y Cayetana-, y con el tiempo se sumaron sus hijas, Vanina y Romina.
Desde coronas fúnebres a ramos de novias
Con el paso del tiempo el negocio fue evolucionando. Al principio se dedicaron a confeccionar coronas fúnebres y desde 1960 hasta mediados de la década del 70, el local fue mitad florería y mitad cochería Luchetti. “Mi abuelo se dedicaba casi exclusivamente a las coronas y a las ikebanas. Después mis tías empezaron a confeccionar arreglos florales, ramos de novias y ahí el negocio cobró otro impulso”, describe Miguel en diálogo con El Destape.
“Antiguamente venía una familia y encargaban una corona y después venía otro familiar y nos preguntaba ‘¿de cuánto encargó la corona fulanito?’ Y si habían encargado de 200 me decían ‘bueno yo quiero una de 300’. Era un desfile de toda la familia y cada uno quería encargar una de mayor valor”, recuerda Vanina entre risas.
Los ramos para casamientos eran la especialidad de China y con el tiempo la sucedió Mónica, hermana de Miguel. “Ahora se hacen cosas más sencillas y naturales, pero en esa época los arreglos se hacían con un barro arcilloso, se utilizaba mucho alambre, y los pétalos de las flores se cosían y se trabajaban para ramos y para coronas de novia”, detalla Vanina.
Miguel se puso al frente del negocio oficialmente en 1971 pero aún recuerda cuando con tan solo 10 años iba con su abuelo al mercado a buscar las mejores flores. De esa época conserva las fotos en blanco y negro de él, su abuelo José y el simpático loro que estaba siempre en el local y que era conocido por recitar la letra de la marcha peronista.
A mediados de la década del 80, la tendencia en los ramos de flores para regalos fue cambiando. Los moños grandes y redondos de cinta de plástico se empezaron a reemplazar por las cintas de tela. También apareció el papel crespón italiano que se pasaba por una máquina para que generara unas ondas y la florería empezó a confeccionar ramos más redondos, en los que, hasta el día de hoy, primero se coloca el follaje y luego las flores. “Una clienta vino a hacer ese pedido y nos dijo que era lo que se estaba usando en Europa. Le armamos algo en función de ese pedido, a la gente le gustó y fuimos uno de los primeros negocios en armarlos de esa forma”, señala Vanina. “A los ramos más grandes les poníamos una campanita hecha con cerámica con el nombre del negocio. ¡Hasta el día de hoy hay clientes que nos dicen que las tienen guardadas!”, exclama Daniel. Primero comenzaron siendo solo de rosas, claveles y gladiolos y con el tiempo se fueron sumando otras variedades de flores como las lilium y las astromelias.
Vanina y Romina aseguran que hoy en día lo que más piden las novias son ramos con flores blancas o rosas. “Actualmente, lo que más sucede es que vienen con fotos que aparecen en redes y nos dicen ‘quiero esto’”, afirma Romina.
El furor de las flores amarillas
Tanto Miguel como sus hijas aseguran que antes de 2020 habían caído mucho las ventas. Sin embargo, señalan que durante la pandemia por COVID 19 hubo un resurgimiento de las florerías. “La gente encargaba flores para la casa para ponerle onda a la vida. También nos pedían ramos para los festejos de cumpleaños o los desayunos que enviaban a domicilio.”, describe Vanina.
Actualmente, entre el público de la florería hay muchos jóvenes. “Entre las generaciones más grandes y las más jóvenes se produjo un bache pero ahora vienen de los dos extremos”, afirma Vanina.
Entre las flores más pedidas existe un “boom” por las margaritas y flores amarillas. Por un lado, se lo adjudican a la serie Floricienta, que si bien se transmitió hace 20 años tenía un tema musical dedicado a ese tipo de flores que aún permanece vigente, otro poco porque en Europa se estila mucho regalar flores amarillas para la primavera y otro tanto por una tendencia de la red social Tik Tok.
Las fechas que más trabaja la florería son el Día de la Primavera, el Día de la Madre, el Día de San Valentín y el Día de la Mujer. “En general, nuestro rubro se empieza a activar más a partir de septiembre. De todas maneras trabajamos todo el año de manera bastante pareja”, asegura Miguel.
La cuarta generación en la florería
A lo largo de las décadas, la legendaria florería trabajó para algunas series de la famosa productora Polka, como Campeones, para los programas de Mirtha Legrand y Susana Giménez, aunque aclaran que las famosas rosas amarillas que le enviaba su expareja, Jorge “Corcho” Rodríguez, en cada programa no eran de Gissara.
El negocio mantiene una cartera clientes históricos que suelen compartir experiencias de cuando venían con sus padres o sus abuelos. “En este rubro tenés que tener una clientela fija porque una vez que tenés las flores hay solo 4 o 5 días para venderlas, más no porque quedas mal con el cliente. Es algo que tiene que tener mucho movimiento”, apunta Miguel.
“Además es un trabajo sacrificado. Yo me levanto dos o tres veces por semana a las 3 de la mañana para ir al mercado, cargo las flores en la camioneta, vengo al negocio, las limpio una por una y luego hay que prepararlas para la venta”, agrega.
Actualmente además de flores de exterior y de interior, ramos de novia y busquets, agregaron globos y macetas. “Uno va probando. Antes pedían más flores tradicionales como claveles y crisantemos y ahora se empezaron a cultivar flores más silvestres, entonces variaron también los ramos”, detalla Romina.
Miguel, Vanina y Romina se emocionan cuando cuentan que el negocio es el corazón y la memoria de la familia. “Había ciertas fechas en las que toda la familia y amigos veníamos a dar una mano por la alta demanda. Cuando éramos chicas veníamos con amigas a hacer ramitos y moños. El negocio significa también una identidad en el barrio: nosotras vamos a cualquier negocio de la zona y nos reconocen por la florería”, cuenta Vanina conmovida. “Me emociono porque me acuerdo de la tía. Este negocio representa a toda nuestra familia y ahora vemos que en nosotras termina, porque nuestros hijos están en otra, nada que ver. No tenemos a quien dejarle el legado”, agrega Romina.
“Este negocio es mi abuelo, es parte de nuestra vida, y es nuestra historia”, concluye Miguel.