El juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa llegó a su instancia final. El lunes 6 de febrero, en medio de una ciudad de Dolores convulsionada por miles de personas, organizaciones sociales, medios de comunicación de todo el país y un operativo de seguridad de 150 efectivos, fueron condenados Máximo Thomsen, Ciro Pertossi, Matías Benicelli , Enzo Comelli, y Luciano Pertossi a prisión perpetua; y Blas Cinalli, Ayrton Viollaz, y Lucas Pertossi a 15 años de prisión. Silvino y Graciela, los padres del joven asesinado en Villa Gesell, podrán de esta manera iniciar una nueva etapa en su vida y un proceso de duelo con la certeza de que se hizo justicia. “Sentí paz en mi corazón”, declaró Graciela Sosa luego de la lectura de la sentencia.
En particular, este caso generó repercusiones y despertó un interés social pocas veces visto y parte de la ciudadanía tomó partido en el asunto. Tal es así que la lectura de la sentencia se transmitió por todos los canales y radios, más de 95 mil personas lo vieron a través del canal de YouTube de la Suprema Corte bonaerense, y en las afueras del tribunal se vivió la jornada con una intensidad desmedida. El mensaje que dejó la condena es claro y contundente: fue un homicidio, hubo premeditación, Fernando no pudo defenderse, y la violencia no será tolerada.
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No obstante la sensación de alivio duró poco y lo que se observó en las horas posteriores, por fuera de lo estrictamente jurídico, fue un clima social de arenga del horror y celebración con saña del sufrimiento que no se vio ni en la propia familia de la víctima. Un espíritu que se acerca más a la sed de venganza que a la tranquilidad de la justicia. “Que se mueran en la cárcel”, “Sin piedad”, “háganlos mierda” , “que los torturen como le hicieron a Fernando”, “En el Melchor Romero ya los están esperando para darles la bienvenida”, son algunas de las frases y expresiones repetidas que leímos hasta el cansancio en alusión a las violaciones en cárceles como métodos aleccionadores, humillaciones y de demostración de poder.
En canales como Crónica TV o A24, hace meses que vienen tratando el tema desde una visión sencillamente punitiva. Han llegado a entrevistar a hombres privados de la libertad y exreclusos, como el caso de Ariel “Gitano” Acuña, quien estuvo varios años en el Melchor Romero, para que relaten en primera persona cómo es la vida en una cárcel, en qué condiciones viven, comen, duermen, van al baño, qué regímenes de visitas tienen. En este marco se reproducen las imágenes espectacularizadas de las cárceles y los videos de las peleas entre internos como si fueran capítulos de un reallity show de algo lejano, que sucede por fuera de nuestra sociedad. “A facazos limpios y con disputas de poder: así se vive en Melchor Romero” fue el graph de uno de los contenidos.
La cobertura no tiene el objetivo de denunciar las condiciones de los presos ni la sobrepoblación en las cárceles en las instituciones totales de nuestro país. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, según información del CELS, en los últimos diez años creció un 44% la cantidad de internos y hoy la ocupación se encuentra por encima del 200%. Tampoco es una crítica a la sobre aplicación de la prisión preventiva, una medida de carácter excepcional que se ha vuelto norma con el avance de la justicia punitiva. Ni siquiera busca concientizar sobre el rol re-sociabilizador que deberían cumplir estos espacios. El show mediático gira en torno al morbo que despiertan las imágenes del infierno que les espera a los condenados por el crimen de Fernando. “No están yendo al jardín de paz, no están yendo a Alicia en el país de las maravillas, están yendo al Melchor romero, donde hay leones”, expresan casi con entusiasmo en Crónica TV. De esta manera la condena más que a prisión perpetua parece una pena de muerte civil y hasta una muerte física.
Llama poderosamente la atención como en medio del quiebre social por el caso de Báez Sosa encastran a la perfección los discursos de odio y la apología de la violencia, cuando el debate central debe ser, por el contrario, su erradicación. El “ojo por ojo, Diente por diente”, que remite a una reparación pre-estatal de los conflictos, parece primar por encima del objetivo de la condena que es el respeto por la ley, por la vida de los otros y la convivencia social pacífica. Es necesario que en estos momentos seamos capaces de observar y registrar las reacciones sociales al conflicto, las narrativas que nos contamos, los debates que ha y emociones que el momento ha despertado a, porque son un reflejo de la sociedad violenta que habitamos.