Independencia nacional y nuevo orden mundial: perspectivas políticas (y geopolíticas)

23 de abril, 2022 | 19.23

En más de una ocasión me tocó participar en reuniones amistosas en las que apareció la discusión sobre la verdadera razón del homérico préstamo del FMI a la Argentina en 2018: para algunxs fue el intento de ayudar a la reelección de Macri; para otrxs se trataba de asegurar un nuevo y definitivo desembarco del organismo en nuestro país. En realidad, las dos perspectivas confluyen y se realimentan mutuamente. Alcanza con mirar el color del billete en el que se consumó la estafa para coincidir en que el interés estratégico de la operación era volver a fortalecer la presencia política de la principal potencia militar en nuestro territorio. En el mejor de los casos (para ellos) se podía combinar virtuosamente lo estratégico con lo inmediato incidiendo a favor de la reelección de uno de sus incondicionales que en ese momento era presidente. Simple: estrategia y táctica. De esa combinación de objetivos se consiguió lo principal: el FMI vuelve a monitorear la vida política del país.

Los límites que esa tutela ponen al ejercicio de nuestra soberanía son muy evidentes. Mucho más difícil es la exploración acerca de los márgenes de acción independiente por parte de Argentina. Como una rúbrica de esa dificultad pueden considerarse las peripecias de la Cancillería en el último período. El 4 de febrero el presidente visitó Rusia. Allí explicó la excesiva dependencia del país respecto de Estados Unidos. Allí también le dijo a Putin que Argentina estaba interesado en ser una ruta de entrada para el comercio ruso con nuestra región. Ese mismo día -del que parece que nos separara un siglo- el presidente ruso y Xi Jing Pin firmaron un documento estratégico cuyo texto gira en torno al inevitable surgimiento de un nuevo orden mundial, un orden “multipolar”. Pocos días después la entrada de las tropas rusas a territorio ucraniano crearían las condiciones para que la futura historiografía tuviera una fecha para utilizar como referencia para el comienzo de una gran transformación en el orden mundial. Desde el comienzo de la guerra los movimientos por una mayor independencia nacional han entrado en un innegable paréntesis crítico que puede comprobarse en algunas posiciones recientes de la cancillería argentina. 

¿En qué lugar del mapa mundial de esa transición de la que hablan China y Rusia está situado nuestro país? Productor de alimentos y minerales de importancia estratégica, sede de una de las llanuras más fértiles del planeta, y una de las menos habitadas, soberana de una plataforma continental de enorme riqueza y reserva de recursos estratégicos para la humanidad, nuestro país tiene y tendrá un lugar importante en ese “mundo multipolar” que imaginan los estrategas chinos y rusos. Parte además del mundo del subdesarrollo (o más bien del área geopolítica altamente dependiente del imperialismo norteamericano) el país puede tener un rol relevante en proyectos de regionalización como los que se insinuaron en los primeros años de este siglo. Desde esa incipiente recuperación de la idea de la “patria grande”, nuestra región puede alcanzar una dimensión política mundial que hoy aparece lejana y hasta utópica.

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Todo lo dicho podría ser considerado como una disquisición de su autor para no tener que hablar de “política concreta” en tiempos complicados para su mirada política. Efectivamente, la política local está enfrascada en un conflicto que se viene desarrollando desde la “temporada otoño-invierno” de 2008, después de que una confusa e improvisada resolución del ministerio de economía dispusiera un aumento de las retenciones a las exportaciones de soja. En esos días una amplia coalición de sectores sociales que abarcan desde las grandes empresas multinacionales que concentran los beneficios del comercio exterior argentino hasta chacareros medianos y pequeños que venían mejorando (y siguieron haciéndolo) sus patrimonios al compás de los precios del “yuyo”. Sin embargo, no es una disquisición. Es el intento de situar nuestro drama político actual no solamente, como se suele hacer, sobre la base de cálculos y especulaciones sobre hipotéticos resultados en las próximas elecciones, sino desde la perspectiva de un mundo en claro proceso de cambio.

Del contenido de las conversaciones del presidente argentino con los líderes de Rusia y China, casi no se habla entre nosotros, aun cuando dejaron huellas materiales muy fuertes, como la inclusión argentina en el proyecto chino de la “ruta de la seda”. El aparato mediático lo guardó en el desván del desuso, después de ocultarlo, ridiculizarlo y, en general colocarlo en el sitio de todo lo que no encuadre con nuestro alineamiento con Estados Unidos: el de la aventura irresponsable y/o ridícula. La discusión del acuerdo con el FMI convirtió esos encuentros en una letanía lejana e insignificante. La crisis interna de la coalición triunfante en 2019 no solamente debilitó al gobierno, sino que envolvió la entera experiencia posterior a aquella elección como una unidad en la debilidad y el fracaso. Se podría discutir desde muchos ángulos esa descripción, pero no convendría dejar de lado que incluso una parte considerable de los simpatizantes del Frente de Todos es influida por esa opinión lineal y descalificatoria de la gestión del gobierno.

La gira del presidente de febrero de este año no debería, a pesar de todo, desaparecer de la mirada política argentina. Porque se trata de un gesto -ojalá solamente inaugural- de un interrogante sobre nuestro lugar en el mundo. Si finalmente, como dijo Perón, “la verdadera política es la política mundial”, no puede pensarse el futuro del país fuera de lo que será una pugna mundial a librarse en nuevos contextos y nuevas relaciones de fuerza. La guerra en Ucrania terminó de colocar en el centro de la discusión el orden mundial. Y hoy el orden mundial no remite tanto al funcionamiento de la ONU como al futuro de un mundo que gira alrededor del poder de las grandes corporaciones económicas (particularmente financieras) y del consiguiente debilitamiento del poder de los estados nacionales. El dólar es el gran organizador del orden agonizante. Y ese rol ha pasado a ser parte de la disputa. La reacción rusa que respondió a las sanciones “occidentales” insinúa la aparición de un orden distinto en el comercio internacional en el que la moneda de Estados Unidos pase a ser una moneda importante, pero no excluyente y, en perspectiva, tampoco dominante. Es decir, del declive -más lento o más rápido- del orden mundial que instaló el discurso del presidente Nixon en agosto de 1972 que terminó con el orden establecido en Bretton Woods al final de la segunda guerra al suprimir la convertibilidad del dólar en oro. Así empezó lo que hoy conocemos como neoliberalismo, una verdadera revolución capitalista que generó el orden unipolar en el que todavía vivimos, después de la quiebra de la Unión Soviética y la disolución del bloque de países socialistas.

Es en este crítico panorama que se desarrolla nuestra experiencia política. La defensa de la independencia política argentina es una prioridad excluyente de cualquier discurso crítico del orden neoliberal. Aún cuando esa independencia sea oscilante, lábil e inconsecuente, no puede ser confundida con la incondicionalidad pronorteamericana que campea unánime en los grandes medios de comunicación, en los grupos de megaempresarios, en la derecha macrista y no reconoce siquiera los límites del Frente de Todos. Esa fue la política central del gobierno de Macri, esa es la amenaza que se presenta en el futuro inmediato. Finalmente, el neoliberalismo y el pensamiento colonial son formas aparentemente distintas de lo mismo.