Por Varina Suleiman*
El 24 de octubre, el diputado Martín Lousteau dio su voto favorable al Proyecto de Ley de Presupuesto para el año 2019. Al fundamentar su decisión, reparó en lo que él llama algo “anormal”: el crecimiento de la cantidad de pensiones no contributivas por invalidez en el período 2007 - 2015. Lo presenta sospechado de irregularidades y como un exceso de gasto público que debe analizarse con rigurosidad.
¿Es novedoso el escenario de “crimen organizado” que pinta Lousteau? No, y es grave que nos quedemos repudiando su discurso y no aprovechemos para ampliar el foco de modo que podamos englobar las intenciones y los actores que lo acompañan. Los medios de comunicación que abrigan el modelo liberal de transferencia de recursos con desprotección social, fueron construyendo el discurso legitimador de las decisiones que hoy se toman. Un ejemplo hay en el diario La Nación, del 10 de octubre de 2016. Se hacía entonces allí un extenso informe viciado con la misma argumentación mañera que utilizó el diputado, y cito “Esos números hacen pensar que hubo una guerra o una enfermedad masiva que dejaron estos niveles de incapacidad”. Del mismo modo, Lanata este año informaba en Clarín. Me niego a ver una coincidencia tan asombrosa como una casualidad.
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Esta estrategia para instalar a los excluidos de siempre como los responsables de la decadencia –frustrado ya le intento de cargar las culpas a Turquía- se asienta en el estereotipo de la discapacidad como vagancia o aprovechamiento. No me encierro en la necedad de negar que pueden existir irregularidades, pero su perspectiva sesgada lo llevó a elaborar un discurso efectista similar a los que Trump dedica a los inmigrantes y Bolsonaro a las disidencias al orden heteronormativo de la sexualidad. Sobre todo si quien lo pronuncia, pretende justificar su aval a un presupuesto que recorta derechos a los vulnerables por la sola razón de carecer de voluntad y coraje de asumir las atribuciones constitucionales de imponer tributos equitativos que lleven a sobrevolar la crisis. Lousteau no está solo, al igual que otros de su especie y del ala de su partido que lo promueve como candidato, se desplaza con comodidad y cobardía por el andamiaje que desde varios años atrás vienen construyendo los medios que desinforman.
En los análisis sesgados de Lousteau y La Nación no se toma en cuenta el impacto que tuvo la aprobación de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad ratificada por Argentina en 2008 ni su posterior jerarquización constitucional. Esa convención, además de consagrar el derecho a la protección social y nivel de vida adecuado de las personas con discapacidad, obliga a Lousteau, como integrante de un poder del Estado a abstenerse de prácticas institucionales discriminatorias, actuar para removerlas y realizar tareas de concientización y sensibilización para erradicar los preconceptos como los que él viene a reforzar.
Tampoco es la violencia de la guerra la única causa de un déficit físico sensorial o mental generador de discapacidad; las enfermedades endémicas pueden tener igual efecto. Han omitido decir que en el Noroeste Argentino, el Chagas es una enfermedad endémica que provoca una cardiopatía severa. Se produce una discapacidad visceral, para llamar a las cosas por su nombre.
La piel del desclasado se espeluzna cuando siente que una clase que considera “inferior” ve reconocidos sus derechos con acciones positivas y se empodera para rechazar sus miserables ofertas de trabajo en condiciones de explotación. El “medio pelo” en la sociedad argentina, que describió Jauretche con detalle, encuentra hoy identikit actualizado debajo de los rulos al viento y las zapatillas urbanas. El hábito no hace al monje, hay que hurgar en la ideología subyacente al discurso y en los que trabajan en la instalación de ese discurso.
Además de no probar las conjeturas trazadas por comerciantes o empresarios que toma como única fuente, La Nación no consulta ninguna organización de personas con discapacidad o sindicatos de trabajadores estatales, otra de las premisas del periodismo saludable, malherido por la globalización. Se recorta el discurso, se lo descontextualiza y se lo muestra como un absoluto. Ese discurso mediático – tan excedido en falacias como deficitario en fuentes de la información- se fue esparciendo para preparar el terreno al discurso político que más tarde pronunciaría el Ministerio de Desarrollo Social. Le sucedieron los quites arbitrarios e ilegales de las pensiones no contributivas, que al ritmo del minuto a minuto controlado por Durán Barba, fue luego considerado como un error por la Ministra Stanley. Otra vez, la estrategia mediática del poder legitimó la decisión “errónea” (¿?) y no dio voz a las organizaciones de defensa de personas con discapacidad para explicar que no había tal error. De hecho, Stanley no ha dejado de apelar todas las sentencias judiciales que le mandan pagar pensiones. Lo sigue haciendo hoy. Eso es voluntad política, no es error.
En ningún momento, ni el diputado ni los medios afines a él, se han detenido a pensar que la protección habida hasta el 2007 no era adecuada y suficiente. Elevando a calidad de axioma el supuesto de que esa cantidad de pensiones por invalidez alcanzaba a garantizar derechos a la totalidad del colectivo que la necesitaba; no se lo cuestiona: lo dado siempre está bien para quienes aman el statu quo. Sería ingenuo de mi parte pedirles un enfoque revisionista porque no vuelven al pasado para revisarlo, sino con añoranza. Restauración conservadora pura y dura.
Más allá de la genuflexión de Lousteau a la propuesta de Lagarde, él ha sido sólo un vocero transitando por el discurso falaz de legitimación del odio hacia la discapacidad, del mismo modo que en otras geografías otros políticos de su estirpe lo pronuncian contra la pobreza, la xenofobia y la disidencia de género. Esto es parte del discurso globalizador que busca meter a la sociedad en una maquina de picar carne para que presionándola logre que salgan de sus agujeros sólo binomios: “ricos y pobres”, “normales y anormales”, “nacionales y extranjeros”, “hombres y mujeres”. Así se facilita a las clases que ejercen el poder –político e ideológico- el control directo, la masificación, el ansiado “orden” sólo posible con violencia institucional y complacencia de los desinformados o indiferentes; estos últimos visceralmente claman por la eliminación de lo que no quieren ver, aunque eso que no quieren ver sean personas. ¿Estará Martín Lousteau, midiendo su potencial electoral y trabajando su candidatura nacional desde los nichos del odio y la intolerancia?
Tenemos que ser capaces de percibir que estos discursos son la antesala del totalitarismo, están construyendo la teoría del enemigo común que nos acecha, para luego acribillarlo con la excusa de la defensa de la sociedad. Ejecutarlos, sin juicio previo. Lousteau no está solo, como no lo estuvieron Trump ni Bolsonaro. Seamos responsables. Difundamos información crítica y con fundamentos sólidos para salir de esta trampa mortal.
*La autora es abogada de REDI.
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