Los televidentes son devoradores de historias. El domingo 14 de junio, las fauces hambrientas de millones de fans se arrojan sobre el último capítulo de la nueva temporada de "Game of Thrones", la serie de HBO. Game of Thrones es una versión hardcore de El Señor de los Anillos: hay incestos, empalamientos y asesinatos de niños. En estos cinco años ha sabido crear, mantener y aumentar su audiencia con un esquema fijo: diez capítulos por año (de los cuales los dos primeros son, a lo Seinfeld, desarrollos sobre nada). Pero la historia avanza lentamente hasta llegar a clímax que sucede entre los traumáticos episodios 8 y 9; el último es un una suerte de epílogo. Game of Thrones se despide hasta el año que viene dejando una multitud de seguidores perturbados, agradecidos y ansiosos.
Hace unas semanas que los paladares hambrientos terminaron de deglutirse el capítulo final de la serie Mad Men. Siete temporadas de historias construidas en torno a pequeñas nadas. Mientras que los guiones de Game of Thrones destilan grandeza, espanto y declaraciones altisonantes, la historia del publicista Donald Draper se cuenta a la manera del minimalismo a lo Carver. Las grandes cosas se dicen sin decirse, en ascensores y cocinas de casas suburbanas. Se habla poco y es más lo que no se dice que lo que se explica
"Si vos llegás a hacer un Mad Men argentino, con la misma calidad de guión y de actuación, dirían que es una porquería aburrida, insoportable y mal actuada. Basta con que sea americana para que sea una genialidad. Mad Men no sobreviviría ni hasta el primer corte publicitario en la Argentina", dice Juan José Campanella con ese tono de seguridad de cuñado en asado del domingo que utiliza cada vez que habla de cine y televisión. Esta semana, Campanella estuvo defendiendo "Entre caníbales", la tira que presentó en Telefé hace casi un mes, con un resultado escaso en términos de rating: una telenovela turca ("Las mil y una noches") y la llegada de Tinelli le llevan la delantera.
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"Entre caníbales" es una novela oportunista: hay un intendente corrupto que se postula para presidente y gobierna un partido cercano al río. Hay hijos del poder que violan a una adolescente y un ex juez que se aburre de la injusticia y quiere castigar al corrupto por mano propia. Como contrapeso, unos jóvenes e idealistas periodistas independientes, un cura fuerte y bondadoso y una mujer bella y enigmática que viene a cumplir con su venganza; el guión transpira estereotipos. Eso no es malo -toda buena novela es el resultado de una acertada combinación de estereotipos-, el problema es que sus personajes no tienen carnadura y su suerte no llega a interesarnos. Es extraño que Campanella (un director que no dejaría de apelar al sentimiento ni en estado de ebriedad) sea el responsable de un guión tan desangelado y tan rígido.
"La audiencia está muy acostumbrada a algo que se pueda ver sin mirar" aclara Campanella, y da una pista sobre la construcción de esta novela: preeminencia del diálogo, explicaciones y sobreexplicaciones, ritmo cansino. Es la vieja telenovela, hija del radioteatro, la que habla en Entre Caníbales. En tiempos en los que se producen series de diez capítulos por año; es el modelo inglés de la BBC, que se está imponiendo en todo el mundo. No se trata de filmar series "cinematográficamente", con muchos exteriores y scenas de acción. El nuevo esquema narrativo de las series -al estilo de productos tan disímiles como "Breaking Bad" o "Downton Abbey"- produce relatos que no son ni el viejo cine ni la vieja tv. Tienen más tiempo que el del cine y una ambición totalizadora, como de novela del siglo XIX. Los devoradores de historias hemos probado el gusto del futuro. Y no se parece a Entre Caníbales.
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