En la caverna de Platón, los hombres estaban sentados, encadenados, obligados a permanecer de espaldas al mundo. Las sombras proyectadas desde afuera les revelaban una versión distorsionada de la realidad. Creían saber lo que acontecía leyendo esas sombras, sin tener posibilidad alguna de girar la cabeza, de mirar el mundo por esa pequeña rendija que dividía su morada del exterior. Mucho se ha escrito sobre la alegoría de la caverna. Incluso, se hace una analogía de ese relato con los tiempos de las pantallas. Primero, la televisión, más tarde las computadoras conectadas a la red, y ahora, los celulares inteligentes que nos brindan una versión de lo que pasa afuera a través del ojo de la cerradura ¿Qué pasaría si oyéramos el ruido de aquellas cadenas rompiéndose y pudiéramos girar la mirada ciento ochenta grados?
El aislamiento obligatorio no nos permite salir, pero nos brinda una oportunidad que aquellos hombres de la caverna no tenían: girar la mirada hacia el mundo exterior. La salida de la caverna es una especie de ventanal, en estos tiempos, quizás, confeccionado con un vidrio blindado, sellado que sólo nos permite ver, lo que no es poco. Y si hacemos el ejercicio de desmalezar nuestros prejuicios, quizá podamos llegar a mirar.
Argentina fue la tierra prometida en el fin del mundo cuando explotó la Segunda Guerra Mundial allá por 1939. En barco, desde Europa, llegaron muchos de los inmigrantes que construyeron el país que hoy sabemos tener. Del viejo continente recibimos no sólo gente con ansias de vivir en una tierra de paz. Desde allá solíamos importar modas, libros, costumbres, réplicas de pinturas, una variedad enorme de cosas. La temporada otoño-invierno 2020 impuso un virus made in China y trajo un ritual importado de España, muy particular: aplaudir a nuestros médicos desde el balcón. Lo hicieron los españoles y nosotros copiamos ese modo de agradecer a quienes nos cuidan en estos tiempos de pandemia.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Desde el balcón, un lugar que no es adentro, ni es afuera. Es el límite entre lo nuestro y lo ajeno. Es la frontera aérea que nos separa de los demás. La impronta argenta fue modificando el fin y el pretexto para salir por las noches, a asomar un poco la cabeza al mundo del vecindario. Tras los primeros aplausos, se oyeron algunas cacerolas, reclamando un gesto de la política. Luego aparecieron los artistas, quienes salieron a cantarle al barrio, algunos más afinados y otros, otros a dañar los tímpanos del público obligado a oír. Hubo quienes salieron a espiar, y quienes tejieron puentes a través de tablones, para sacar la mesa afuera y sentarse a comer con el vecino. Nos la fuimos rebuscando para hacer de este espacio un lugar propio. Una manera subjetiva, singular, de ser y de convivir con los otros. Un modo particular de encontrarnos con nosotros mismos.
Desmalezamos el imaginario del balcón, eso que creemos que el otro espera que hagamos en el sitio más éxtimo de la casa, eso que nosotros mismos esperamos de nosotros cuando salimos a regar las plantas, a tomar un mate, o a fumar. El balcón es el lugar de la escena. Es el sitio desde el cual nos asomamos para tomar contacto con quienes no podemos tocar. Salimos a respirar, esa acción inconsciente que nos mantiene con vida. Sin embargo, no es lo mismo respirar que tomar aire. En estos tiempos en los que el sistema de salud intenta hacerse de la cantidad de respiradores necesarios para afrontar la peor circunstancia, los argentinos y las argentinas buscamos un refugio propio en nuestros hogares para no sentirnos asfixiados. Para que no nos mate la convivencia 24 horas con la familia, o con nuestra soledad.
Mañana, lunes 20 de abril, se cumple el primer mes del aislamiento obligatorio. El balcón ha tomado protagonismo, incluso en noches ventosas. Ni siquiera la lluvia detuvo ese como si: como si saliéramos, sin salir. Sabemos que se avecinan tiempos aún más difíciles. Que lo incierto nos atormenta. Que estamos viviendo una guerra diferente, pero guerra al fin. Que las dudas acerca del porvenir nos quitan el sueño. Pero sabemos, también, que esto pasará. Se nos juega una pregunta detrás del hartazgo cotidiano: ¿Qué estamos dispuestos a hacer para cuidarnos y cuidar al otro? Pocas veces hemos tenido la oportunidad de hacer tanto, haciendo tan poco. Quedémonos en casa. Y hagamos de cada espacio, lo que hemos hecho con cada balcón. Reinventemos el lugar en el que vivimos, y estemos preparados, para cuando podamos salir a a la calle, y abrazarnos o pelearnos como hacíamos cuando el único virus era la libertad.
*Edgardo Kawior es psicoanalista. En estos momentos lleva adelante junto a Marianne Costa Picazo el proyecto de concientización “Estoy en casa”.
Ilustración: Ro Ferrer. https://www.instagram.com/roferrerilustradora/