Cuatro aciertos de Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores de Roberto Chuit Roganovich

23 de abril, 2025 | 10.12

En noviembre de 2024, un jurado integrado por Mariana Enriquez, Samanta Schweblin y Alberto Fuguet le otorgó a Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores de Roberto Chuit Roganovich el premio Clarín Novela. El libro, que desde febrero puede conseguirse en librerías de todo el país, viene despertando interés de lectores afines a lo extraño, lo inefable, lo cósmico. 

Año 1504: en un convento ubicado en el “nuevo mundo”, la violencia colonial escala con la misma fuerza que las creencias de redención de los nativos que huyen de la furia. Año 1888: un diplomático argentino viaja a una Londres industrial asediada por asesinatos callejeros y se involucra con un investigador excéntrico que se interesa por su participación en la llamada “campaña del desierto”. Año 1945: el biólogo japonés Yuuki Ishigata viaja a la Patagonia argentina para participar de una investigación con profesionales de diferentes países, indiferente del horror que está por cernirse sobre su país. Año 2036: la bisnieta de Ishigata, Julia, recibe un diagnóstico fatal en el médico y decide dejar su vida atrás para pasar a ser parte de algo mayor.

Estos cuatro arcos narrativos tan disímiles dinamizan la historia de Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores, la segunda novela de Roberto Chuit Roganovich. La constante es una planta, quizás la protagonista de la historia, que los científicos del tercer arco denominan bionte. Se trata del “organismo vivo más grande del que se tenga registro”, mayor que cualquier ciudad, rio o montaña conocida, y parece inclasificable: no es estrictamente ni una planta, ni un hongo, ni un animal, y a la vez es todos ellos al mismo tiempo. Lo que sí descubrimos velozmente es que el bionte aparece en la Patagonia argentina, coincidiendo inquietantemente con grandes exterminios a los que la humanidad no ha dejado de someterse.

Esta breve síntesis puede parecer mucha información. Sin embargo, la narrativa fluye sin dificultades. Primer acierto del texto: en todo momento acompañamos las historias, ubicamos a sus personajes y conflictos, comprendemos su drama y nos esforzamos por estar al día con el mundo complejo al que el autor nos invita. La novela es un laberinto en el que da gusto perderse, porque en ningún momento nos deja desorientados ni nos expulsa. Algunos arcos incluso aportan respuestas a cosas que suceden en otros tiempos. Se trazan así atajos, pasadizos y puertas que nos permiten avanzar, y disfrutar de la experiencia si nos extraviamos.

A las complejidades dadas por la ambición del texto, se le suma una segundo desafío que acaba siendo también un acierto: el hibrido biológico de la planta se replica en la forma que adopta la narración. Así como el bionte es un intermedio entre el reino animal y el reino vegetal (lo vemos respirar, crecer, disminuir su tamaño, o incluso desaparecer debajo de la tierra), el texto usa sus cuatro historias para conjugar voces y géneros. Hay arcos enteros escritos en segunda persona (a la que Roberto ya nos tiene acostumbrados), otros en primera, otros en tercera.

Con respecto al género, se lo ha catalogado como New Werid, una suerte de hibridación entre ciencia ficción, terror cosmológico y fantástico que explora alteridades no-humanas. Sin embargo, creo que el texto tiene la astucia de usar sus diversos arcos para apretar el acelerador a la combinación de elementos. Por ejemplo: lo que es una creencia mitológica del arco del siglo XVI, pasa a querer ser sometido a las reglas del positivismo en el siglo XIX por parte de un científico independiente, para luego ser institucionalizado por la ciencia en el siglo XX en el marco de una expedición. En otras palabras, lo que puede presentarse en primera instancia como fantástico, se traduce de a poco en terror y luego en ciencia ficción, acompañando las elaboraciones de cada época.

Por otro lado, y aquí hay un tercer acierto del texto, las referencias adoptan un sinfín de rostros. Por supuesto, es inevitable pensar en Lovecraft, pero también en Poe. Sin embargo, hay referencias más directas que no se agotan en series de audiencia masiva, pero que sin embargo identificamos velozmente gracias a ellas: así, el Rey Amarillo de Chambers revive velozmente en los lectores mediante series como True Detective, o el hongo Ophiocordyceps, inquietud científica más vieja que los videojuegos, hace lo mismo a través de The last of us. De esta forma, Roberto logra jugar con la tradición casi con una vocación lúdica, anti-purista, pero no por eso desinformada ni falta de erudición.

Por último, existe un cuarto acierto en este texto que se desprende del anterior. Las tradiciones sobre las que se sostiene se dinamizan de una forma original en nuestra Argentina del siglo XXI. Asistimos a una ficción extraña y sumamente sudaca. Porque en Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores, el problema que no deja de regresar en cada arco de la novela, y que hace de constante tanto como el bionte, es el del fracaso del progreso humano, y la presencia de algo inefable, incognoscible, que siempre va a escaparse de nuestra comprensión.

Roberto coloca personajes que intentan comprender a la planta. Hasta, llegado determinado punto, va a dar buenas hipótesis de por qué el bionte aparece en momentos de cataclismos. Sin embargo, esas hipótesis se muestran insuficientes para explicarlo en su totalidad, mucho menos para gobernarlo. El Bionte se aparece como la ruina de la razón ilustrada, su lado oscuro, aquello que no será jamás aprehendido. No creo casual que lo ingobernable aparezca en puntos tan australes como la Patagonia, ni que el autor elija momentos de crueldad colonizadora para dinamizar sus historias. La ruina del proyecto civilizatorio europeo es, quizás, el hilo rojo que une a las historias del texto.

Si la ficción propia del norte global ha ubicado su perspectiva desde el polo ilustrado, sobre el cual una amenaza se cierne desde tierras inhóspitas y busca expandirse (Drácula, La guerra de los mundos), aquí es el polo ilustrado quien va a buscar una verdad en lo inhóspito, guiado por su afán de comprender y subyugarlo todo. En determinado momento, uno de los narradores llega a plantear que, de lograr dominar la planta, el sueño colonizador e ilustrado “podría hacerse con un sistema de comunicación de miles y miles de kilómetros (…) desde donde coordinar cosechas y políticas de Estado, desde coordinar ataques militares hasta controlar por completo los procesos de la naturaleza”. Basta echar una mirada a la red social X para comprender cómo se encarnan, en nuestra actualidad y desde el sur, los miedos del personaje.

Bajo esta clave, las historias terroríficas que cuenta Roberto parecen cerrarse, irónicamente, sobre una luz de esperanza. Porque, en definitiva, lo verdaderamente aterrador es el delirio soberano del ser humano, y no su oposición cosmológica. Así, la ficción nos lleva a la idea de que, a pesar de todos los delirios coloniales, existe algo que se les resiste, que le hace frente, y que subsiste casi con indiferencia al hecho irremediable de que esos seres humanos soberanos, quizás, terminen siendo la “piedra del mundo”