Liliana Villanueva, crónicas sobre la maternidad y el arduo ejercicio de comprender la cultura china

19 de junio, 2023 | 14.03

(Por Josefina Marcuzzi) Bajo una prosa puntillosa y unas imágenes como fotogramas que quedan impregnadas en la retina, Liliana Villanueva regresa a la escena literaria con "Vientos del Este", una historia que es a la vez novela, crónica de viaje y texto intimista que retrata un viaje junto a su hijo en Foshán, una ciudad china a la que el lector puede acceder a través de sus paisajes, comidas y, sobre todo, la experiencia humana del encuentro entre culturas: "En los textos de viajes el yo tiene que estar como desfasado, corrido unos pasos al costado, porque sino es como una selfie que tapa la mitad del escenario", dice.

Desde el momento en que confirmó que iba a viajar a China hasta el instante en que se encontró con su hijo y la familia que lo alojaba en este país oriental, Villanueva se armó de coraje y abrazó la certeza de que no le importaba romper las reglas. El chico vivía hacía algunos meses en Foshán, una ciudad de la provincia de Guangdong, al sur de la República Popular de China, en la casa de una familia local. Había sido el único estudiante de su escuela secundaria, en Berlín, que estuvo interesado en hacer un intercambio educativo en el país oriental más imponente del mundo.

Como su madre, Max migró de país y de lengua en varias oportunidades: vivió en Argentina, Israel, Uruguay y Alemania. Cuando le pidió a la escritora que fuera a visitarlo a China, ella le recordó que el programa de estudio tenía una condición: nadie podía ir a visitarlo. Y ese nadie incluía, por supuesto, los padres.

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Tras varios intentos por convencerla, cedió al pedido de su hijo y sacó un pasaje. Cuando irrumpió en el espacio aéreo de China a bordo del avión que la llevaba a destino, estaba en plena discusión con las autoridades alemanas del programa de estudio que la amenazaban con un castigo tras haber recibido una queja de la familia que hospedaba a Max. "Pero como buena argentina que soy… seguí mi camino y me encontré con mi hijo en China", dice entre risas. Su teléfono se quedó sin conexión a miles de pies de altura y ya no hubo vuelta atrás.

Lo que la escritora nunca imaginó fue todo lo que sucedió después con la familia que alojaba a Max. Lo que primero fue ejercicio arduo y mucha paciencia por entenderse, pronto se convirtió en confianza, apego, disfrute y sobre todo aprendizaje compartido. XioLang, la madre de la casa, es profesora de chino en la escuela donde Max estudia; Li Gang, el padre, es administrativo de la misma escuela y juntos tienen a su hijo, MinHao.

Este no es el primero ni será el último destino que se vuelve literatura en la mirada de Villanueva. La autora es arquitecta, gracias a un concurso vivió muchos años en Berlín, donde se gestó "Otoño alemán", una crónica que se cimienta sobre la experiencia de haber presenciado la caída del Muro. Más tarde llegó "Sombras rusas", una miscelánea de su vida en Moscú.

Su obra de viaje incluye también "El mar nunca se acaba" (Fruto de Dragón), un libro bellísimo e ilustrado con dibujos hechos a mano alzada por Villanueva que recupera varias crónicas por Varsovia, Venecia, Montevideo, Irán e incluso Foshán, un texto que fue una suerte de germen para "Vientos del Este".

El desafío hoy, dice ella, es ser cronista de viajes o escribir una novela sobre viajes y poder ofrecer un diferencial rico en imágenes a partir de la literatura, en un mundo hiperconectado donde abundan blogs y personas con cuentas en Instagram que replican las mismas fotos de los mismos lugares como un sistema que reproduce contenido uniformado y sin creatividad.

"Hoy el cronista de viaje está como desfasado, yo lo veo en los talleres con mis alumnos: falta la escritura con imágenes, que es todo un aprendizaje, a partir de la idea de que nuestro lector es ciego porque no conoce el destino que le queremos mostrar", explica Villanueva en diálogo con Télam.

"Vientos del Este" (Blatt y Ríos) puede ser una novela sobre un viaje, una crónica de viaje o un texto intimista sobre una madre que descubre el mundo oriental donde habita su hijo adolescente: no hay modo de encorsetarlo porque tiene todo eso en chispazos, fluye por todos esos carriles dejando a su paso una estela de información riquísima sobre un país que desconocemos e imágenes que resuenan incluso una vez terminado el libro.

"Desde que el turismo es masivo cualquier texto de viaje es algo subjetivo y personal. No es lo mismo hablar de un mausoleo chino como si sacaras una foto y la describieras, que como si viajaras como madre con un hijo allá. Hay apuros, circunstancias, estados de ánimo que tiñen lo que ves. La primera persona en los textos de viaje tiene que estar corrida unos pasos al costado, porque sino es como hacerte una selfie y tapar la mitad del escenario", agrega la autora.

El acceso a la cultura china

Cada año se produce del otro lado del planeta el evento de migración interna más grande del mundo: sucede en China y es para el Año Nuevo. Durante el "Chunyun", que ocurre entre el 7 de enero y el 15 de febrero, cerca de 2 millones de personas se movilizan dentro del país. Viajes por placer, regresos a la localidad de origen o encuentros familiares.

Este es uno de los tantos datos, cifras e información que contiene "Vientos del Este", un pantallazo oriental para lectores occidentales que sorprende, especialmente, por la peculariedad. ¿Quién se animaría a comer ojos de pescado ante la mirada atenta de una familia china, sin titubear? ¿O cómo no empatizar con una narradora que de repente observa que las mujeres chinas sienten atracción por su joven hijo de (siempre observados) rasgos occidentales?

Antes del viaje, Villanueva buscó información sobre la ciudad que iba a visitar: sólo encontró una crónica de viajes de un holandés del siglo XVIII que dibujó varias ciudades chinas a lápiz y son el registro que hay de una época luego reemplazada por la fotografía.

"Ninguno de los grandes viajeros clásicos pasó por Foshán. Yo siempre que voy a un lugar me fijo quién estuvo ahí antes, agarro el hilo y lo despliego. Tengo que tener en cuenta a los grandes viajeros y viajeras que estuvieron antes: qué vieron, cómo lo contaron y qué cambió desde entonces", profundiza Villanueva sobre el proceso creativo.

La historia del dibujante holandés no termina ahí: en ese momento decidió que el trazo con lápiz dejaba a las ciudades muy "chatas", y por eso le agregó palmeras y plantas de granadas, le imprimió un tinte tropical para darle mayor profundidad. Y aunque las imágenes de una China alucinante y ornamentada quedó sellada en Europa durante siglos, no existe ni una palmera ni una planta de granada en Pekín.

Aunque el acceso a la historia y a la cultura china, y en general de los países orientales, es evidentemente reducido en Argentina, la autora dice que es un tema que le interesa desde hace mucho tiempo. Además de estudiar arquitectura, realizó la carrera de Bellas Artes.

"En el primer año un profesor nos dio todo el programa de arte de la materia, y era todo arte occidental. Y yo, no sé por qué razón, levanté la mano y pregunté: ¿y el oriente? Fue como intuitivo. Y se me quedó mirando. Nuestra historia empieza en Grecia, estamos atravesados por la cultura occidental", retoma Villanueva.

La escritora pronuncia palabras en chino con total naturalidad. Las filtra en la conversación como si fueran slangs: el saldo de tanto tiempo compartido con una familia china es estar un poquito más cerca de una lengua que podría resultarnos imposible a la mayoría de nosotros.

"Para enseñar el idioma usan imágenes. Por ejemplo, para abordar el pictograma de 'bien' o 'bueno' te hacen referencia a una mamá que carga a su bebito. Una mamá que carga a su bebito es algo bueno. No te explican combinación de letras o sílabas, son imágenes. Es un aprendizaje profundamente visual", sintetiza.

Ser argentina en la casa de una familia china implicó para Villanueva una serie de intentos para establecer intimidad con "los padres de Max" en Foshán: intentos fallidos hablando del Papa, de fútbol, de Maradona. Pero de pronto llegaron a un punto en común: en algún momento de la historia universal el "Che" Guevara tuvo contacto con Mao Tse-Tun y se llevaron "de puta madre", dice ella. Y así logró el flechazo con Li Gang, el papá.

La autora encuentra, en el medio de la conversación, la idea esencial que la cautivó en China y que supo trasladar de manera exquisita a "Vientos del Este" (y por ende, al lector): los chinos son tan confiables como impredecibles, y lo que hay siempre de por medio es la sorpresa.

Contra todo pronóstico y a pesar de las dificultades en la lengua, las costumbres, los hábitos y los gustos, Villanueva es contundente: lo que la hace sentir bien en un lugar es que las personas tengan las mismas preocupaciones que ella. Que la mamá china, a pesar de su infancia y adultez comunista y una vida política y cultural alejadísima de la suya, tuviera la misma preocupación por su hijo como ella la tiene por Max. En definitiva y más allá de todo: los rasgos en común de la humanidad son las que tienden los puentes y acortan distancias.

Cuando llegó a China, Villanueva apenas pudo usar su celular. Es público que tienen otro sistema operativo para sus teléfonos, utilizan otro buscador de internet, los mapas virtuales nombran las calles en chino y no hay modo de encontrarlas en inglés. Hoy, en Buenos Aires, practica la lengua y repasa fotos del viaje, "el viaje más inolvidable", en un celular nuevo comprado en China. Y cada tanto chatea con XioLang.

Con información de Télam